―Señor, ¿quiere comprarme? ―Como dije antes, si lo vales, te daré cada centavo. Por cincuenta mil dólares, ella vendió su virginidad y se convirtió en su amante, firmó su nombre en un contrato sin amor. Elara Vance se vio obligada a dejar atrás la vida que conocía y enfrentar un nuevo futuro junto a su hermanita enferma, pero cuando ese contrato llega a su fin, Elara deberá reescribir su nuevo destino, solo que jamás imaginó que lo llevaría al mismo hombre que creyó haber dejado atrás. Nathaniel Cross, el recién heredero de un poderoso conglomerado farmacéutico, regresa a Chicago para reclamar su fortuna con una condición: casarse y tener un hijo. Pero su mundo se sacude cuando compra la virginidad de Elara Vance, una joven desesperada por salvar a su hermana. Un año después, mientras se prepara para un matrimonio sin amor que asegure su herencia, Elara irrumpe una vez más en su vida, esta vez como su asistente. Poniendo a prueba su destino, Nathaniel le hace una oferta impensable: ser la madre de su hijo a cambio de salvar a su hermana.
Leer másMEDIDAS DESESPERADAS.
UN AÑO ANTES.
―¡No pueden simplemente arrancarla de su cama! ¡Ella necesita estar aquí! ―grito Elara, su voz ahogada por la desesperación mientras se enfrentaba a los guardias de seguridad. Sus manos temblaban, pero su postura era inamovible, una barrera humana hecha de puro instinto protector.
Los pasillos del hospital estaban teñidos de blancura y el olor a antiséptico, pero para Elara Vance, cada baldosa fría, cada susurro de las batas blancas, cada pitido de las máquinas era un recordatorio de la cruel realidad que estaba a punto de enfrentar. Su hermanita Rose, con sus rizos dorados y su sonrisa que iluminaba hasta el más oscuro de los días, yacía en la habitación 305, rodeada de tubos y máquinas que pitaban con cada latido de su frágil corazón.
―Son órdenes de la administración, señorita. Debe abandonar las instalaciones ―uno de los guardias replicó, su voz baja pero impasible.
Elara giró desesperadamente hacia el gerente de administración que había emergido detrás de los guardias como un árbitro en este juego macabro.
―Mírela ―rogó Elara, señalando hacia la pequeña figura en la cama a través del cristal. ―Ella es solo una niña... mi hermana... no puede sobrevivir fuera de este hospital.
El gerente, un hombre cuyo rostro mostraba las marcas del cansancio y la rutina de dar malas noticias, mantuvo su expresión neutral.
―Señorita Vance, comprendo su situación, pero el hospital no puede operar bajo estas circunstancias. Tiene seis facturas pendientes y...
―¡Es una vida! ¡La vida de una niña inocente! ―Elara interrumpió con un grito desgarrador, sus ojos suplicantes inundados de lágrimas. ―No es justo... no es...
El gerente miró hacia otro lado, incómodo, su voz un hilo tenso al hablar.
―Lo siento, señorita Vance. No hay nada que yo pueda hacer. Son órdenes del dueño y...
Los hombres avanzaron para cumplir su deber, pero Elara se interpuso entre ellos y la puerta, su cuerpo tembloroso pero decidido.
―Solo dame dos días ―suplicó con una intensidad que brotaba desde lo más profundo de su alma. ―Dos días para conseguir el dinero. Eso es todo lo que pido.
Hubo un momento en que el tiempo pareció detenerse, un silencio en el que se podía sentir el palpitar del corazón de cada persona en el pasillo. El gerente suspiró, una exhalación cargada con el peso del mundo.
―Dos días ―concedió finalmente, su voz apenas audible sobre el zumbido constante del hospital. ―Ni uno más.
Elara asintió frenéticamente, sus lágrimas cayendo libremente ahora que los guardias se retiraban con pasos silenciosos. Se volvió hacia la habitación y a través del vidrio vio a Rose, tan pequeña y vulnerable en esa cama grande, ajena a la frialdad del mundo más allá de sus sueños.
Con pasos vacilantes, entró en la habitación y se acercó a la cama. Su mano encontró la de su hermana, tan pequeña y fría. Se inclinó hacia adelante y depositó un beso en su frente.
―Voy a conseguir ese dinero, Rose ―susurró con una promesa que era tanto una oración como un voto. ―No dejaré que nada te pase. Lo prometo.
Y con esa determinación forjada de su amor inquebrantable por su hermana, Elara salió de la habitación. Sus pasos eran lentos pero decididos mientras comenzaba a planificar cómo haría lo imposible: vender lo único valioso que le quedaba.
***
La puerta del lujoso estudio se abrió con un suave clic, anunciando la llegada de Nathaniel Cross.
―Bienvenido, Nat, es un gusto tenerte de regreso después de tanto tiempo ―dijo Daniel.
Nathaniel le devolvió la media sonrisa y aceptó el trago que le ofrecía el único hombre que había soportado ver después de la tragedia.
―Gracias ―murmuró, dejando que el sabor del whisky acariciara su garganta, un breve respiro en su tormento interno.
―Y dime, ¿estás listo para asumir el control de Cross Industrias? ― preguntó, observando a su amigo a través del humo del cigarrillo mientras daba un gran trago a su whisky.
Hubo una pausa, un silencio cargado de recuerdos y decisiones no dichas.
―Sí ―respondió finalmente Nathaniel ―Después de todo es mi legado, ¿no?
Daniel King, amigo de Nathaniel sabía leer entre líneas. La tragedia aún se cernía sobre Nathaniel como una sombra persistente.
―Viejo, tienes que dejarlo atrás, ¿de acuerdo? Ya ha pasado demasiado tiempo, Estefanía…
―No quiero hablar de eso ―lo interrumpió Nathaniel bruscamente. Su voz era firme, pero sus ojos desviaban la mirada. ―Mejor concentrémonos en el hospital. ¿Es cierto que está en su mejor momento?
Daniel asintió.
―Sí, las acciones se han disparado y seguimos siendo el número uno del país. Cada vez son más los que se suman a nuestras filas.
―Bien, me alegra ― dijo Nathaniel con un tono que apenas ocultaba su indiferencia ―Después de todo, mi hermano no acabó con el patrimonio de nuestra familia.
Daniel frunció el ceño levemente y dijo con una sinceridad insatisfecha.
―Tu hermano es un bueno para nada, y perdóname, pero todo esto es tu culpa. Si no te hubieras exiliado en Europa, otra cosa sería. Pero ya estás aquí y eso es lo que importa.
Nathaniel asintió sin contestar; había regresado solo por obligación. Chicago estaba llena de demonios que lo atormentaban.
―¿Qué te parece si vamos a un club? Hace tiempo que no nos vemos ―sugirió Roger con un toque de diversión en su voz.
Nathaniel dejó el vaso con demasiada fuerza en el escritorio y se puso de pie.
―No estoy de ánimo. Ve con alguien más.
―Oh, vamos, no seas amargado, por Dios, tienes treinta y tres años. ¡Disfruta la vida, hombre! ―insistió Daniel, tratando de inyectar algo de ligereza al momento.
Nathaniel no estaba interesado en ir a ningún lado; lo único que deseaba era ir a su departamento y dormir. Sin embargo, por razones que ni él mismo entendía completamente, acabó diciendo que sí.
Y efectivamente, esa noche cambió su vida.
CLUB BLACK ROSE.
―¿Estás segura de que quieres hacer esto? ¡Por Dios, Elara, tú no eres así! ―exclamó Sara, con preocupación y miedo. Se encontraba de pie frente a Elara, con las manos apretadas en un gesto de súplica.
Elara la miró, sus ojos azules brillando con una mezcla de determinación y desesperación.
―No tengo otra opción, Sara. Rose me necesita y yo... ―su voz se quebró, y las lágrimas comenzaron a brotar, rastreando un camino por sus mejillas. ―Estoy decidida, Sara. Por favor, ayúdame.
Sara observó a su amiga, el corazón apretado por la injusticia de su situación. Elara era demasiado buena e inocente para el cruel giro que había tomado su vida.
―Está bien ―dijo finalmente con una voz temblorosa, acercándose a Elara para tomar sus manos entre las suyas. ―Pero escucha algo, sea quien sea el comprador, no puedes negarte. Tienes que aceptar que él será tu dueño por una noche. ¿Entiendes eso?
Elara asintió, su corazón latiendo con fuerza, cada latido un grito sordo de la realidad que estaba a punto de enfrentar.
―Lo entiendo ―murmuró, sintiendo cómo el miedo y la resolución se entrelazaban en su pecho.
―Bien ―dijo Sara, intentando infundir algo de valor en ambas ―Entonces vamos a prepararte.
Se dirigió hacia el armario y comenzó a seleccionar la ropa adecuada para la noche que esperaba a Elara.
El silencio se apoderó del espacio mientras Sara ayudaba a Elara a vestirse. Cada pieza de tela era un recordatorio del sacrificio que estaba a punto de hacer. Elara se miró al espejo cuando estuvo lista; la imagen que le devolvía era la de una desconocida, una versión endurecida por las circunstancias.
―Prométeme que esto no te cambiará ―susurró Sara, su mano temblorosa al ajustar un mechón rebelde del cabello de su amiga.
Elara encontró los ojos de Sara en el reflejo del espejo y le ofreció una sonrisa triste pero firme.
―Lo prometo ―dijo, aunque ambas sabían que algunas promesas son demasiado pesadas para garantizarlas.
Con un último vistazo al espejo, Elara se giró y se dirigió hacia la puerta. Cada paso era un adiós a la inocencia perdida y un paso hacia el incierto futuro que debía enfrentar para salvar lo único puro que le quedaba: su hermana Rose.
La atmósfera en el bar era un cóctel de sombras y luces tenues, con la música suave de fondo. Nathaniel un hombre acostumbrado a la soledad, se encontraba sumido en sus pensamientos cuando una voz temblorosa lo interrumpió.
―Señor, ¿quiere comprarme?
La voz de Elara tintada de timidez, cortó el zumbido del bar y alcanzó a Nathaniel, que se giró lentamente, con su bebida en mano.
―¿No eres todavía una estudiante de preparatoria?
―No, ya soy universitaria.
Con un sonrojo que le pintaba las mejillas, bajó la mirada, su inocencia en contraste con la atmósfera del bar.
Nathaniel soltó una risa suave pero cargada de sarcasmo, sus ojos verdes destilando desprecio.
―Así que las universitarias de hoy en día tienen este nivel...
Elara se tensó, su mente luchaba entre la indignación y la resignación. Quería refutarle, pero ¿cómo podría? Su necesidad era su única verdad en ese momento. Un silencio denso se cernió sobre ellos, solo interrumpido por el suave tintineo de la copa de Nathaniel y el aroma del whisky que se esparcía en el aire.
Ella maldijo internamente. «¿Por qué me mira así? ¿No sabe lo difícil que fue dar este primer paso?»
Con la urgencia de reunir el dinero para los gastos del hospital de su hermana empujándola, Elara giró sobre sus talones y se alejó con determinación.
―¿Cuánto?
El giro de Elara capturó la atención de Nathaniel.
―Quinientos mil.
Su voz era firme, pero su cuerpo la traicionaba mostrando su nerviosismo con un temblor apenas perceptible. Nathaniel la observó con una mezcla de desdén y curiosidad, su frialdad era palpable.
―¿Le… le interesa?
La impaciencia se filtraba en su tono. Había elegido a Nathaniel en ese club lleno de hombres por su juventud y buena apariencia, convenciéndose de que lo que estaba a punto de ofrecer no era más que una membrana insignificante si eso significaba salvar a su hermana.
―Dime por qué vales 50.000 dólares.
Su paciencia parecía inusual, indicando un interés despertado por la propuesta de la hermosa mujer. Evaluando el recatado atuendo, Elara se preguntó si había cometido un error al acercarse a él.
―¿No puedes hablar?
Su tono era juguetón, casi malicioso. Prefería la timidez en lugar de la audacia que Elara mostraba.
―Hay una razón.
Ella se armó de valor, desechando su orgullo.
―Soy virgen. ¿Es suficiente esa razón?
Sus ojos se encontraron con los de Nathaniel, desafiantes, esperando una respuesta a la propuesta que había colocado sobre la mesa.
―¿Virgen...? Las calles están llenas de vírgenes falsas, ¿Quién dice que de verdad lo eres?
El rostro de Nathaniel mostraba una sonrisa maliciosa, sus ojos brillaban con provocación y desprecio. Incluso en la quietud, su presencia era una fuerza opresiva.
―¡Vete al infierno! ¡Buscare a otro!
La ira rugió en la voz de Elara. Sus mejillas se tiñeron de un rosado seductor, y sus ojos brillaban con una mezcla de furia y desafío.
―¿Qué acabas de decir? ―pregunto Nathaniel, su voz era profunda, un filo afilado tiño sus palabras mientras su agarre apretaba la muñeca de la mujer.
―¡Dije que te vayas al diablo! ¡Déjame ir!
Ella intentó soltarse, pero era inútil, el agarre de Nathaniel era fuerte. Sus ojos chispeaban con ira incontenible.
―¿Te atreves a repetirlo?
La frialdad de su tono era palpable, y Elara tragó, consciente de la tensión en el aire.
―¡Déjame ir!
Ella luchó con más fuerza, pero Nathaniel la arrastró hacia la salida del bar.
―¡Oye... suéltame! ¡Voy a gritar! ¡Suéltame infeliz!
El pánico se mezclaba con su ira, consciente de la situación extraña en la que se encontraba.
―Grita si quieres ―dijo el desafiante, él no parecía temer ninguna consecuencia.
Elara gritó por ayuda, pero fue ignorada por los transeúntes, como si fuera solo una más de las escenas nocturnas habituales en el club.
Finalmente, cuando se detuvo, ella lo miró fijamente, mordiéndose el labio inferior en frustración y miedo.
―¿Qué deseas?
Elara con los dientes apretados y la frustración burbujeando dentro de ella, respondió con determinación a pesar de sus dudas.
―Quiero dinero en efectivo.
Nathaniel la soltó y se acercó para acariciar su mejilla.
―Como dije antes, si lo vales, te daré cada centavo.
Mis estrellitas, como siempre gracias por acompañarme en esta aventura. Sé que me preguntarán por la historia de Zayd, y mi intención era hacerla aquí, pero no puedo. Sin embargo, les estaré informando cuando esté disponible en la app, lo más probable es que sea un libro independiente. Espero que la historia de Nathaniel y Daniel, les haya cautivado y si no, pues háganmelo saber, ya les he dicho que mi objetivo es mejorar y hacerlo cada día mejor para ustedes. Una vez más gracias, muchas gracias por el apoyo y… nos vemos en el mafioso, Santino es un niño malo. Un beso, la amo. Paulina W
NUESTRA HISTORIA.En el jardín de la mansión King, bajo un cielo despejado y rodeados de flores en plena floración, Daniel y Naomi se encontraban frente al sacerdote. Sus amigos y familiares, incluidos sus hijos y Renata, los observaban con sonrisas y lágrimas de felicidad.El sacerdote, con una voz cálida y acogedora, se dirigió primero a Daniel.―Daniel, ¿aceptas a Naomi como tu legítima esposa, para amarla y respetarla, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, todos los días de tu vida?Daniel miró a Naomi, sus ojos brillando con amor y emoción.―Sí, acepto ―dijo con voz firme y llena de emoción.Luego, el sacerdote se dirigió a Naomi.―Naomi, ¿aceptas a Daniel como tu legítimo esposo, para amarlo y respetarlo, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, todos los días de tu vida?Naomi, con lágrimas de felicidad en los ojos, miró a Daniel y dijo con una voz suave pero segura.―Sí, acepto.El sacerdote sonrió ampliamente.―Entonces, por el p
SE ACABÓLos pitidos de la máquina cardíaca resonaban en la silenciosa habitación, Daniel, que no se había apartado de su esposa un instante, miraba por la ventana. Sin embargo, la mujer acostada en la cama abrió los ojos lentamente.―¿Dónde… dónde estoy? ―murmuró con voz ronca.Daniel se giró rápidamente y sus ojos se abrieron tanto emocionados como estupefactos.―Cariño… ―susurró y se acercó a ella ―…mi amor, estás despierta, estás aquí…Naomi tragó un poco y Daniel se apresuró a servirle agua y la ayudó a beber. Cuando Naomi pudo hablar, preguntó por el niño.―El bebé… nuestro bebé…―Él está bien ―dijo Daniel tranquilizándola ―y Derek también, está en casa con mamá.Naomi asintió levemente.―Y… Alondra, ella…―No tienes de qué preocuparte, amor. Alondra no podrá hacer más daño. Ella murió.Aunque fue cruel, el alivio inundó a Naomi.―¿Cuánto tiempo llevo aquí?―Una semana ―respondió Daniel acariciándole el cabello ―los médicos dijeron que el humo te afectó gravemente, llenando tus
CARRERA CONTRA EL TIEMPODaniel, con el corazón latiendo a mil por hora, vio a lo lejos una figura familiar. Resultó ser Derek y sin pensarlo dos veces, él detuvo el auto en seco, dejando tras de sí una estela de polvo y grava. Se bajó a toda prisa y corrió hacia su hijo con un temor que le roía las entrañas.―¡Derek! ―exclamo, abrazándolo y besándolo con un alivio desbordante.―Papá, mamá… está atrapada ―dijo Derek, con los ojos llenos de lágrimas y terror.El corazón de Daniel se detuvo por un instante. Sostuvo los hombros de Derek, y lo miro a los ojos, intentando encontrar en ellos la calma que ambos necesitan.―¿Dónde está tu madre, Derek?―En el galpón ―respondió el niño, señalando hacia donde el humo comenzaba a serpentear hacia el cielo.Sin perder un segundo, Daniel tomó a Derek en brazos y lo metió en el auto.―Quédate aquí y no salgas ―le ordenó con voz firme pero cargada de preocupación.―Pero ¿vas a salvar a mamá?Daniel se detuvo un momento, su mirada perdida en el horiz
LIBERTAD. Naomi sabía que no tenía mucho tiempo. Con cada segundo que pasaba, la oportunidad de salvar a Derek se desvanecía. Respiró hondo, reuniendo el coraje necesario para poner en marcha su plan. Miró a Derek una última vez, asegurándose de que entendiera la gravedad de la situación. —Recuerda, cariño, corre sin mirar atrás —le susurró, dándole un último abrazo. Entonces, con una determinación férrea, Naomi comenzó a gritar y a golpear las paredes de la habitación oscura, creando el mayor ruido posible. Consciente de que necesitaba una distracción monumental para darle a Derek una oportunidad real de escape, cuando Alondra y los hombres irrumpieron en la habitación, Naomi, movida por un instinto primario de protección, golpeó a uno de ellos con las patas de las sillas que había preparado como armas improvisadas. El hombre cayó al suelo, inconsciente, antes de siquiera darse cuenta de lo que había sucedido. El segundo hombre, impulsado por la ira, se lanzó hacia ella, pero Naom
DETERMINACIÓN.—¿Qué estás diciendo? —preguntó Renata, sin comprender.Pero Daniel estaba demasiado angustiado y enojado, y su rabia necesitaba un objetivo; su madre fue ese objetivo. Dio un paso hacia ella y le dijo en tono amenazante.—¡Qué Alondra es una maldita loca, está enferma mentalmente! ¡Eso, mamá! ¡Y tú, dejaste que estuviera cerca de mi hijo y ahora Naomi está desaparecida, ella los tiene!Renata lo miró con incredulidad mientras negaba.—¿Cómo…? ¿Alondra…?Daniel no quería seguir perdiendo el tiempo y pasó junto a su madre, pero Jonathan lo agarró del brazo.—Espera, Daniel, ¡no puedes ir tú solo!Él no le dijo una palabra; en cambio, lo golpeó con fuerza y luego se dio la vuelta para salir. Daniel estaba armado de determinación y decidió ir solo a rescatar a Naomi y a su hijo, ignorando las advertencias del comandante y las preocupaciones de Jonathan.Mientras tanto, Naomi intentaba mantener la calma frente a Alondra, pero su miedo aumentaba a medida que se revelaban las
Último capítulo