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Capítulo 3 Dueño de su corazón y pensamientos

—Tenía una hemorragia interna en el cráneo. Llegó justo a tiempo, un poco más y no la contamos.

Paolo soltó el aire que había estado conteniendo. La tensión en su rostro disminuyó un poco y sintió que por fin podía respirar de nuevo.

Bueno, al menos el día no terminó siendo un completo desastre.

Se sentía agotado física y mentalmente. Necesitaba descansar. Dejó dinero en el hospital para cubrir los gastos, se aseguró de que le dieran la mejor habitación y le pidió a una enfermera que localizara a su familia.

Tres días después, Paolo regresó al hospital. Su figura alta y su cara atractiva, con un aire de chico malo, no pasaron desapercibidas para las enfermeras.

—Ya está fuera de peligro. Solo necesita descansar unos meses para recuperarse por completo y no le quedarán secuelas —le informó el médico mientras revisaba unas tomografías.

La expresión de Paolo se tornó seria.

—Y su familia, ¿ya les avisaron?

—Es huérfana, no tiene familia. Le avisé a la directora del orfanato Speranza, pero no ha venido nadie. Quizá no quieren meterse en problemas —respondió una enfermera con timidez, sin poder evitar que se le sonrojaran las mejillas al mirarlo.

Paolo arrugó la frente. La noticia lo tomó por sorpresa y sintió algo removerse en su interior.

...

La luz del sol de la tarde entraba por la ventana de la habitación, bañando a Paolo en un resplandor dorado.

Cristina se despertó y lo primero que vio fue al hombre sentado junto a su cama. Nunca había visto a alguien tan atractivo.

Era la primera vez que veía a Paolo, y supo que nunca olvidaría ese momento. La luz del sol acentuaba sus facciones, haciéndolo parecer aún más perfecto. Su cabello con mechas claras caía sobre la frente, y sus ojos ámbar, aunque de una belleza hipnótica, tenían una expresión distante y sombría que resultaba fascinante.

Sus miradas se encontraron.

Por un instante, él se quedó inmóvil. Algo en la pureza de esos ojos lo desconcertó y una idea comenzó a formarse en su mente.

—Ya despertaste —dijo con un tono indiferente, sin rastro de emoción en la voz.

—La enfermera me dijo que alguien muy bueno me trajo al hospital. Debiste ser tú, ¿verdad? Muchas gracias por salvarme, de verdad. Te pagaré todo lo del hospital en cuanto pueda.

La expresión de Paolo no cambió, pero al verla sonreír, notó la cicatriz rojiza en su mejilla derecha. Si no fuera por esa marca, pensó, sería una chica muy guapa.

—No me agradezcas. Fui yo quien te atropelló. Si no fuera por mí, no estarías aquí.

No soportaba que le dieran las gracias, y menos una mujer.

—Aun así, te lo agradezco. No me dejaste tirada en la calle.

Sus ojos brillaban con una alegría genuina, lo que terminó de convencer a Paolo de la idea que se le había ocurrido.

—¿Y tu familia?

—Yo... no tengo familia —respondió ella, y la alegría de sus ojos se desvaneció por un momento.

El rostro bien definido de Paolo permanecía impasible. La idea que se había estado formando en su mente se consolidó con una claridad absoluta.

—Recoge tus cosas. Vienes conmigo.

—¿A dónde? —preguntó ella con la mirada baja, confundida.

—A mi casa. ¿No decías que querías pagarme los gastos del hospital? Pues vas a empezar ahora.

Desde el primer momento en que vio esos ojos que brillaban como estrellas, Paolo había concebido el plan de llevarla a su casa. Quería que fuera su sombra, una presencia constante que jamás lo traicionaría.

—Sí, está bien.

Cristina asintió, aturdida, y antes de que pudiera procesar lo que sucedía, él ya la estaba sacando de la habitación del hospital. Al sentir la corriente de aire, un escalofrío la recorrió y tosió suavemente.

Instintivamente, Paolo se quitó su elegante gabardina verde y se la colocó sobre los hombros. Sin el abrigo, su figura atlética y perfectamente proporcionada quedó a la vista. La tomó del brazo y la guio a paso rápido fuera del hospital, atrayendo las miradas de envidia de las enfermeras que pasaban a su lado. La metió en el Lamborghini y arrancó, alejándose a toda velocidad.

Al llegar a la mansión Morelli, Paolo le ordenó a la señora Sofía que se encargara personalmente de cuidar a Cristina, de su comida y sus necesidades. A la señora Sofía le pareció extraño que el joven Morelli trajera a una chica a casa de la nada, pero obedeció sus instrucciones y la atendió con esmero.

...

Seis meses después, gracias a los cuidados de Sofía, la salud de Cristina estaba casi restablecida. Paolo mandó a preparar una nueva habitación para ella, justo al lado de la suya, con el fin de tenerla disponible en todo momento. Su objetivo era claro: convertirla en una extensión de sí mismo que le ofreciera obediencia y lealtad absoluta.

Sin embargo, la cicatriz en su cara le resultaba desagradable a la vista, así que la envió a la mejor clínica de América para que se sometiera a una cirugía estética. Tras el avanzado procedimiento y un periodo de recuperación, la marca en su mejilla derecha desapareció por completo. A menudo, a Cristina le costaba creer que esa piel lisa y perfecta fuera la suya.

Sentía una profunda gratitud hacia Paolo, pero él seguía tratándola con una indiferencia estudiada, apenas dirigiéndole la mirada. Decidido a continuar con su formación, la inscribió en la mejor universidad de Ciudad Castelvecchio, le compró la ropa más elegante y le proporcionó todas las comodidades, creando para ella el mejor entorno de vida y estudio posible.

En la universidad, Cristina se convirtió en una joven hermosa y refinada, la "princesa" inalcanzable para muchos de sus compañeros. Pero ella sabía que nunca sería una princesa. Paolo le había prohibido hacer amigos, por lo que rechazó a cada chico que intentó acercarse y se mantuvo alejada de todos. Sabía que todo lo que tenía se lo debía a él, y su única opción era obedecer sin cuestionar.

Cuando se graduó, Paolo la llevó de vuelta a casa para que asumiera su papel como su asistente personal. Cristina se dedicó a atender sus necesidades diarias con una eficiencia impecable, pero la mirada de él seguía siendo tan sombría e impenetrable como siempre.

Sin saber cuándo, se dio cuenta de que Paolo se había adueñado de sus pensamientos y de su corazón, a pesar de que era consciente de que él tenía amantes, y no solo una.

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