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Capítulo 6 Vestida de negro por tu capricho

Stella Bianchi… El nombre le resultaba tan familiar.

Era el primer año después de que se graduara de la universidad. Paolo la había llevado de vuelta a la mansión para que se convirtiera en su sirvienta personal, encargada de su rutina diaria. En muy poco tiempo, ella había memorizado sus horarios, sus gustos y sus manías, aprendiendo con esmero a ser la asistente perfecta.

Paolo estaba satisfecho con su desempeño. Le hizo jurar que nunca lo traicionaría y que obedecería cada una de sus órdenes sin dudar.

Cristina lo juró con total sinceridad. Se prometió a sí misma que, aunque el mundo entero la traicionara, ella jamás le fallaría a él.

Si no fuera por Paolo, no tendría nada. Él le había devuelto el sentido a su vida y le había permitido sentir de nuevo el calor de una familia.

Lo consideraba todo lo que tenía en el mundo, y sabía que la única forma de no lastimarlo era a través de la obediencia absoluta.

—Stella Bianchi… —murmuró, y de pronto, los recuerdos dispersos encajaron en su mente con una claridad abrumadora.

...

Aquel día, recién graduada y de vuelta al lado de Paolo, notó que detrás de sus ojos se ocultaba una profunda tristeza. Sin embargo, él forzaba una sonrisa mientras repetía sin cesar un nombre: “Stella, Stella…”.

Se perdió en el recuerdo.

—Prepárate. Sales conmigo ahora mismo.

La voz de Paolo sonaba autoritaria.

—Sí, señor.

Se puso una camiseta blanca de cuello redondo y unos jeans celestes, el mismo atuendo sencillo que había usado durante toda la universidad. Era su forma de pasar desapercibida y de cumplir la promesa que le había hecho a Paolo de no tener novio.

Él la observó con esa apariencia tan ordinaria y arrugó la frente. Sin decir nada más, condujo hacia la zona comercial más exclusiva de Ciudad Castelvecchio.

El Lamborghini negro se detuvo frente al escaparate de una boutique llamada "Fioravanti".

Al entrar, la opulenta decoración la deslumbró: candelabros elegantes, espejos relucientes que cubrían las paredes y la ropa más moderna y sofisticada que había visto en su vida. Era la primera vez que pisaba una tienda así. Antes, solo se atrevía a mirar desde afuera, soñando con poder probarse, aunque fuera una sola prenda.

Paolo la tomó de la mano y la guio al interior de la boutique más cara de la ciudad, un lugar frecuentado por las mujeres más ricas, famosas y actrices de la alta sociedad.

En cuanto lo vieron entrar, todas las empleadas se arremolinaron a su alrededor. ¿Quién no conocía al famoso y millonario Paolo Morelli, el soltero más codiciado de la ciudad?

Sin embargo, él nunca había llevado a una mujer a la tienda. Siempre entraba, elegía una prenda al azar y ordenaba que se la enviaran a alguna chica, dejando después un fajo de billetes como propina para las vendedoras.

Nadie rechazaría a un cliente tan generoso, y menos a uno tan increíblemente apuesto. Incluso si no dejara propina, las empleadas desearían que un hombre como él las visitara todos los días.

Pero la presencia de esa mujer a su lado les resultaba un insulto. Era una chica tan común, tan insignificante, y aun así, él la sujetaba con firmeza de la muñeca.

—Paolo, qué milagro. ¿A qué afortunada le vas a comprar algo hoy? —dijo una de las vendedoras con voz seductora, apartando a la chica ordinaria de su lado con un movimiento sutil.

—A ella.

La expresión de Paolo se endureció. Su humor ya era malo y solo quería terminar con eso lo antes posible.

—Busquen algo que le quede bien. Rápido.

Tras dar la orden, se liberó del grupo de mujeres y se sentó en un sofá cercano. Sacó un cigarro, lo encendió y le dio una calada. El humo que exhalaba creaba a su alrededor un aura de misterio, una elegancia rebelde que hacía suspirar hasta a la dama más sofisticada.

...

Poco después, con la ayuda de las vendedoras, Cristina apareció frente a él con un vestido negro de tirantes que no encajaba para nada con su estilo.

El negro era el color favorito de Paolo, porque también había sido el color favorito de Stella.

Todas las empleadas lo sabían, pues cada prenda que él elegía en la tienda era de ese color. Para complacerlo, habían seleccionado ese vestido, a pesar de que sabían que la figura esbelta de Cristina no podría lucir el pronunciado escote.

Ella era consciente de eso. Se sentía ridícula, como una niña jugando a ser mayor. Se acercó a él con la cabeza gacha, renuente, preparada para su desprecio.

Pero, para su sorpresa, Paolo pareció satisfecho.

—Perfecto. Este está bien.

Sacó una tarjeta de crédito negra y se la entregó a una de las empleadas, arrojando al mismo tiempo un fajo de billetes en sus manos.

Un segundo después, ya la estaba arrastrando fuera de la tienda. El Lamborghini salió disparado a toda velocidad hacia su siguiente destino, dejando atrás las miradas cargadas de envidia de las vendedoras.

Poco después llegaron al Restaurante Amore Mio, el lugar más romántico y, por supuesto, más caro de Ciudad Castelvecchio.

—Bájate.

La voz de Paolo fue una orden cortante. A pesar de que el vestido no le quedaba bien, la prenda de diseñador le daba un aire de sofisticación que nunca había tenido.

Él había reservado el restaurante completo. Cuando entraron, todos los empleados estaban formados en dos filas para darles la bienvenida.

Ella se sintió completamente fuera de lugar, como si estuviera atrapada en un sueño. Aturdida, se dejó guiar por él hacia el interior del lugar.

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