Lux soñó con él esa noche.
No había sala, ni heridas, ni planes de venganza: solo un espacio indeterminado, oscuro, iluminado por destellos rojos y dorados, como brasas ardiendo en la penumbra.
Thiago estaba ahí, de pie frente a ella, la camisa abierta revelando la venda en su costado. Pero en el sueño, la herida no lo hacía frágil; lo hacía más fuerte, más peligroso, como si cada cicatriz fuese una medalla de guerra.
—¿Vas a seguir mirándome así? —preguntó él, con esa media sonrisa que mezclaba desafío y deseo.
Lux no respondió. Caminó hacia él despacio, sintiendo el calor del aire vibrar en su piel. Cuando estuvo lo bastante cerca, alargó la mano y rozó con las yemas de los dedos la venda que cubría su torso. Thiago inhaló hondo, sus músculos tensándose bajo su toque.
—Dices que confíe en ti —murmuró ella, acercando los labios a su oído—, pero no sé si quiero confiar… o probar qué tanto puedes resistir.
Thiago soltó una risa baja, grave, que le erizó la piel. Su mano atrapó la de el