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Capítulo 3: Un nombre prestado

El eco lejano de la música quedaba atrás mientras descendían por el jardín lateral, aprovechando la penumbra y el ruido de la fiesta para no llamar la atención. Thiago mantenía el paso rápido, sujetando con firmeza la muñeca de la joven que apenas unos minutos antes había estado a punto de matar a Sergio Mendoza.

Cuando alcanzaron la parte más oscura del perímetro, junto a una fila de arbustos y la reja de servicio, ella se soltó con un tirón brusco.

—¿Se puede saber qué demonios fue eso? —espetó, con la respiración agitada pero la mirada tan afilada como un cuchillo—. ¡Estaba tan cerca!

Thiago alzó las manos en un gesto pacificador, aunque su voz seguía cargada de autoridad.

—¿Cerca de qué? ¿De que te atraparan? ¿De acabar en una bolsa de plástico?

—De terminar con él —replicó ella, apretando los dientes mientras se abrochaba la blusa—. ¿Crees que fue agradable dejar que ese hombre me tocara solo por placer? Tenía un plan, uno muy bueno.

—¿Ahorcarlo en medio de un juego sexual?

—Es algo normal para él —respondió con ímpetu—. Llevo años observando a esta familia. Sé las depravaciones que le gustan. Destruiste meses de trabajo en una sola noche.

—Te comprendo… —empezó Thiago.

—¿Me comprendes? —lo interrumpió con furia—. Eres solo un pervertido de m****a que miraba mientras el otro me tocaba.

—¿Sabías que estaba ahí? —preguntó él.

—Sí. Te vi seguirme desde las escaleras.

—Y aun así…

Elena lo miró de mala gana, como si no quisiera seguir con ese tema.

—Dime, ¿qué ibas a hacer si el guardaespaldas entraba y te veía ahorcándolo? ¿O si descubría que le pusiste algo en la bebida?

—Ese era mi problema —contestó con frialdad.

—Entonces no tenías un plan… —constató Thiago.

—Iba a improvisar.

—Sí, claro… para luego terminar muerta.

—Si muero, es mi problema —dijo ella con determinación—. Lo haría feliz, con tal de verlo frío… igual que él me hizo sentir a mí.

Thiago negó lentamente.

—Sería una lástima que murieras por un hombre así…

Ella notó un matiz de melancolía en su voz.

—Bueno… ya no moriré hoy, si eso te calma —dijo, encogiéndose de hombros—. Ahora tendré que encontrar otra manera. Pero ese hombre muere, porque muere.

Elena fue hacia los arbustos y de ellos sacó una mochila negra que se encontraba bien escondida entre ellos. Con rapidez, sacó ropa, unos jeans de color negro, una top de tirantes a combinación. Sin decir nada, se quitó la falda y la blusa delante de Thiago, quedando en ropa interior. El deseo volvió a apoderase de él. Elena era en verdad… sensual.

—Si lo matas así… no sólo lo derriba, lo convertería en mártir y tú en un trofeo póstumo. A ese tipo de personas, no basta con matarlos físicamente, hay que derrumbarlos desde la raíz.

—Hmmm —expresó Elena, mientras guardaba el uniforme en la mochila.

—Yo tengo un plan, uno que lo va a destruir de verdad. Uno que podemos realizar tú y yo… Elena… ¿te llamas así, cierto?

Thiago arqueó una ceja.

—Me llamo Lux. —Ella se llevó las manos a la cabeza y, con un movimiento rápido, retiró la peluca oscura que había ocultado su verdadero cabello. Una cascada de mechones color café con destellos rubios cayó sobre sus hombros—.Me colé a la fiesta como una de las empleadas nuevas, usando ese nombre para pasar desapercibida.

Thiago se quedó mirándola, evaluando el cambio. Sin la peluca, su rostro parecía más definido; los pómulos altos, la línea perfecta de la mandíbula y unos labios que no parecían conocer la palabra “sumisa”. Era guapa… demasiado guapa para ser olvidada con facilidad, incluso sin el uniforme.

—Lux… —repitió su nombre, como probando su sabor—. Un nombre muy poco discreto para alguien que se infiltra.

Ella sonrió, con un brillo de desafío en los ojos.

—No estoy aquí para ser discreta. Estoy aquí para acabar con ellos.

Thiago dio un paso hacia ella, bajando la voz.

—Entonces, tal vez quieras escuchar mi plan, digo, después de todo arruiné el tuyo.

—¿Qué te hace pensar que estoy interesado en un plan contigo? —preguntó con sarcasmo.

—Porque yo también estoy aquí para deshacerme de los Mendoza. Al parecer somos dos piezas en el mismo tablero. Nos conviene jugar juntos.

Lux suspiró, mirándolo con una media sonrisa que no alcanzaba los ojos.

—Pues juega tú solo… al parecer, estás acostumbrado —dijo, y antes de apartarse pasó su mano por el miembro de Thiago, que seguía erecto, arrancándole un leve suspiro—. Diviértete.

Se dio la vuelta y caminó hacia la puerta de empleados que daba directo a la calle. Thiago, todavía con la respiración alterada, la siguió.

—No, espera… en serio es un buen plan y necesito tu ayuda.

—Paso… —contestó Lux, sacando un cigarro de la mochila y encendiéndolo con calma, como si nada pudiera importarle menos.

—Podría destruirlos… y darte dinero.

—No me interesa el dinero —replicó, exhalando el humo sin siquiera mirarlo.

Thiago dio un paso más cerca, bajando la voz.

—¿Y si te ofrezco algo que ellos nunca podrán darte? Una oportunidad para que caigan frente a todo el país. Que su nombre, su fortuna y su legado ardan… y que tú estés ahí para verlo.

Lux se detuvo. La brasa del cigarro iluminó por un instante sus ojos, y Thiago vio cómo en ellos se encendía algo distinto: no avaricia, sino el placer anticipado de una venganza bien servida.

—Si pensaste que mi plan era estúpido… el tuyo es improbable… —le contestó.

No era la respuesta que él esperaba, pero almenos, había logrado que Lux se detuviera.

—Pero… la idea no es mala. Y sé que lo podemos lograr… sólo necesito de tu ayuda.

Lux se terminó el cigarro y aventó la colilla a la banqueta.

—Hace diez minutos no me conocías y ahora… ¿me necesitas?

Thiago sostuvo su mirada, sin parpadear.

—Hace diez minutos no sabía que la única persona en esta ciudad que odia a los Mendoza tanto como yo… estaba dispuesta a ensuciarse las manos.

Lux arqueó una ceja, como si la respuesta le hubiera gustado más de lo que quería admitir.

—Mira, Lux… —comenzó Thiago, bajando un poco la voz, como si le confiara un secreto—. Puedes matarlo mañana, la próxima semana o el próximo mes, y sí… te sentirás bien unos segundos. Pero después, vendrá la persecución, las fotos en los noticieros, tu cara estampada en cada pantalla. Te van a cazar como a un animal y él, aunque muerto, seguirá siendo un Mendoza. La gente lo recordará como el empresario que “murió trágicamente”, no como el bastardo que arruinó vidas.

Se acercó un paso más, buscando sus ojos.

—Yo quiero algo distinto. Quiero que caigan de pie… para que el golpe sea más doloroso. Quiero que su nombre se convierta en sinónimo de corrupción y ruina, que no puedan caminar por la calle sin que les escupan. Quiero que su imperio se derrumbe, que sus aliados los abandonen, que se queden solos. Quiero que veas cómo se les apaga la mirada… y que estés ahí, conmigo, para disfrutarlo.

Hizo una pausa breve.

—No te pido que confíes en mí. Te pido que odies conmigo.

Lux lo miró en silencio, con las manos libres y la mirada fija en él, y Thiago supo que había tocado algo dentro de ella. Un leve arqueo de ceja, casi imperceptible, y la curva mínima en una de las comisuras de sus labios delataban que, aunque no lo admitiera en voz alta, estaba empezando a considerarlo.

—Está bien… —dijo finalmente, con un tono que era mitad advertencia, mitad curiosidad—. Te escucho.

Thiago dejó escapar una breve sonrisa, apenas visible.

—Mañana, a las ocho. Te mandaré la dirección.

Thiago sacó un bolígrafo de su chaqueta y una tarjeta en blanco de la cartera.

—Anótalo —dijo, tendiéndoselos.

Lux tomó ambos sin apartar la vista de él. Apoyó la tarjeta sobre la palma de su propia mano y escribió una serie de dígitos con trazo firme. Cuando terminó, le devolvió la tarjeta y el bolígrafo, rozando sus dedos con los de él, un contacto breve pero cargado de intención.

—Ahí tienes mi número —comentó con calma—. Úsalo bien.

Se giró un poco, pero antes de dar el primer paso volvió a mirarlo, clavándole una mirada intensa, cargada de desafío y algo más.

—Más vale que valga la pena —añadió, con un tono que sonaba tanto a advertencia como a promesa.

Él asintió.

—Lo hará.

Lux dio media vuelta y se alejó con paso lento, el movimiento natural de sus caderas dibujando una línea que Thiago no pudo dejar de seguir con la mirada. No volvió la vista atrás, pero sabía que él la observaba.

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