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Capítulo 4: El reencuentro

Thiago soñó con Lux.

            Al principio, era un recuerdo difuso: la forma en que lo había mirado aquella noche, el roce de su mano al pasarle la tarjeta con su número. Pero el sueño lo envolvió con más fuerza, transformando la memoria en algo más ardiente.

La vio acercarse, sus labios a un susurro de distancia, el fleco enmarcando sus ojos. Podía sentir el calor de su cuerpo contra el suyo, el movimiento lento de sus caderas, la promesa implícita en cada gesto. El contacto se volvió más intenso, tan real que le arrancó un gemido entrecortado en medio del sueño.

Después sintió el beso, ese beso que lo encendió por dentro. Seguía ardiendo profundo, más urgente, con su boca reclamando la de él, como si en verdad la deseara. La sintió cerca, demasiado cerca. El roce de sus labios entreabiertos, el sabor a peligro mezclado con el deseo.

Cuando la mano de Lux bajó hacia su miembro,  despertó de golpe, jadeando, con el corazón desbocado y el calor recorriéndole la piel. Se llevó una mano al rostro, intentando despejarse, pero la imagen de Lux seguía ahí, quemándole por dentro.

Notó que su miembro se encontraba duro, tan duro que sólo bastaría una caricía para liberar todo el deseo acumulado. Le reclamaba ese momento que se había interrumpido, gracias a la llegada de la seguridad de la casa.

—Maldición —murmuró.

Las cortinas de la habitación se encontraban aún cubriendo la luz de un nuevo día. A lo lejos se escucha el tráfico de la ciudad que ya había despertado ahoras antes. Thiago se acostó de golpe sobre el colchón y suspiró. Cerró los ojos y trató de recordar una vez más el beso con Lux. 

Se llevó la mano a su miembro y lo tocó. El placer le recorrió el cuerpo. Continuó acariciándolo, arriba y abajo, con lentitud, saboreando el momento como lo hizo con los labios de ella.

No podía creerlo. Era la primera vez que una mujer lo impresionaba tanto. No sabía si era por su seguridad, por su cuerpo, por esa escena que lo había marcado. Si él hubiese sido Sergio Mendoza se hubiese vuelto loco.

El corazón comenzó a acelerarse. La piel se le erizaba con cada movimiento de la mano. Su miembro con cada caricia se volvía cada vez más duro y firme.

—Dios… —murmuró.

Comenzó a pasarse la lengua por la boca, imaginando que Lux lo besaba. La ropa interior le estorbaba, así que desnudó por completo y continuó moviendo su miembro, apretándolo, acariciando la punta, como si ese dedo pulgar fuesen los labios de ella.

Se sentía tan bien que, sin darse cuenta, comenzó a gemir. Qué importaba, se encontraba solo en esa habitación de hotel. Sus pezones comenzaron a ponerse duros, su abdomen se contraía, marcándo los músculos bien definidos. Thaigo se aferró con fuerza a la sábana para moderar su deseo.

—¡Lux! —exclamó, pensando en todas las cosas que haría con ella si estuviera dormida a su lado.

—Lux… —murmuró a duras penas.  El orgasmo estaba a punto de recorrerle el cuerpo y él estaba decidido a sentirlo—. Lux, me vengo… me vengo —murmuró avisándo al vació de la habitación; de pronto, escuchó un golpe en la puerta que lo interrumpió.

—¡Maldición! —exclamó Thiago, con el pecho agitado, mientras la fantasía se le escapaba de las manos. Hubiese querido que no terminara así, que la ilusión continuara hasta poder gritar el nombre de Lux, hasta poder rendirse del todo a la imagen de ella.

—¿Señor Christensen? —la voz de su asistente lo arrancó en seco de ese delirio.

—¡¿Qué quieres?! —respondió, aún con el temblor recorriéndole el cuerpo, el orgasmo que había tenido estaba cargado de ganas y deseo.

—Sólo para recordarle que tiene una llamada en el centro de negocios en media hora.

—Lo sé… lo sé.

—¿Todo bien? —insistió el asistente.

—¡Sí! Todo bien… —contestó, esforzándose por sonar firme, aunque la respiración entrecortada lo traicionaba.

Se incorporó despacio, todavía sintiendo el pulso acelerado en cada fibra de su cuerpo. El deseo se había desbordado, resultado de la tensión acumulada desde la noche anterior. Bajó la mirada. Notó que había sido una descarga bastante grande.

—Maldición… —susurró de nuevo.

No sabía qué le molestaba más: si no haber podido entregarse por completo a la fantasía y disfrutar del orgasmo hasta el final, o el hecho de que una desconocida lo hubiera encendido de esa manera.

Thiago era metódico, planificador y bastante controlado. No dejaba nada al azar: cada movimiento en su vida, desde sus negocios hasta sus relaciones, obedecía a un cálculo preciso. Le gustaba tener las cartas sobre la mesa antes de jugar y jamás apostaba sin saber que podía ganar. Era un hombre que dominaba sus impulsos, que sabía cuándo callar y cuándo hablar, cuándo retirarse y cuándo atacar.

Por eso lo desconcertaba tanto lo que acababa de pasar. Bastó una mujer que apenas conocía —un nombre falso, una mirada peligrosa y un beso arrebatado— para desarmar toda esa estructura de disciplina. Lux había irrumpido en su mente como un incendio imprevisto, desbaratando la calma con la que siempre se manejaba. Y lo peor era que no podía decidir si eso lo enfurecía… o lo fascinaba.

Caminó desnudo hacia el baño, con la mente invadida por la imagen de Lux. El recuerdo del beso, de su cuerpo contra el suyo, de la manera en que lo había arrastrado hacia un abismo del que ya no podía escapar, seguía ardiendo dentro de él. La única salida, por ahora, era una ducha fría. Quizá el agua lograría calmar aquella tormenta que lo había dejado al borde de perder el control.

***

Lux observó el celular una y otra vez sólo para percatarse de que la dirección que le había enviado ese desconocido era la correcta.

Campos Elíseos 204, colonia Polanco Chapultepec. Suite 1804.

Ella se encontraba frente al Hotel Nikko, uno de los más exclusivos de la ciudad. Las luces de Polanco se reflejaban en los ventanales de cristal, y la fachada imponía con su elegancia sobria.

—Así que tenemos dinero… —murmuró con ironía, mientras guardaba el celular en la bolsa de su chaqueta y se encaminaba hacia el recibidor.

El lobby estaba iluminado con lámparas de cristal y mármol reluciente bajo sus tacones. Bastó con mencionar su nombre para que un miembro de seguridad, impecablemente vestido, se acercara de inmediato y le pidiera que lo acompañara. Lux lo hizo sin dudar. Ya no había escapatoria: estaba allí porque así lo había decidido. Había recibido el mensaje con la dirección unas horas después de llegar a su departamento. Lo había pensado más de lo que admitiría, pero al final comprendió que ese hombre, Thiago, era el único testigo de lo ocurrido con Sergio Mendoza… y necesitaba averiguar qué buscaba realmente.

Las puertas del elevador se cerraron, llevándolos hacia lo alto. Cada piso que ascendían parecía pesarle en el estómago. Cuando se abrieron en el nivel 18, un pasillo alfombrado y silencioso los condujo hasta la suite 1804.

—El señor Christensen ya la espera —comentó el guardia con voz neutra.

—Más le vale… —respondió Lux, sin perder el filo en su tono.

El hombre se detuvo frente a la puerta y dio dos golpes secos. No pasaron ni tres segundos antes de que se abriera. Quien lo hizo fue un hombre delgado, enfundado en un traje oscuro perfectamente cortado, con la serenidad de alguien que estaba acostumbrado a tratar con gente poderosa.

—Adelante, señorita Lux —dijo con una ligera inclinación de cabeza, invitándola a pasar.

El aire fresco de la suite salió a su encuentro. Adentro la esperaba Thiago. Cuando cruzó el umbral de la suite, lo primero que atrapó su atención no fueron los ventanales con vista a la ciudad ni el mobiliario elegante, sino él.

Thiago estaba de pie junto a la mesa baja del salón, vestido con un traje oscuro impecable que se ceñía a su cuerpo con naturalidad. La camisa blanca, ligeramente desabrochada en el cuello, dejaba entrever un atisbo de piel bronceada, detalle que le restaba frialdad a la perfección de su porte.

Lux notó cómo la tela del chaleco marcaba el ancho de sus hombros y el contorno firme de su pecho. Era la imagen exacta de un hombre acostumbrado a mandar, pero lo que más la desarmó fue su mirada: unos ojos intensos, serenos y peligrosos a la vez, que parecían estudiarla sin pestañear.

Por un instante, se descubrió conteniendo la respiración. No se trataba solo de lo atractivo que era —aunque lo era, de una forma arrogante y devastadora—, sino de la certeza de que aquel hombre sabía exactamente el efecto que provocaba.

Thiago esbozó una sonrisa mínima, apenas un gesto, como si hubiera leído en sus ojos lo que ella pensaba.

Lux no lo recordaba así… o más bien, no lo recordaba del todo. Para ella, Thiago había sido solo una pieza más en su plan de escape, una sombra que apareció en el peor momento y la obligó a improvisar.

—Bienvenida, señorita…

—Lux —enfatizó ella, pronunciando con firmeza cada letra, como quien marca territorio. No iba a dar más información de la necesaria.

—Lux… —repitió él, como probando el sonido del nombre en su boca.

—Al parecer vengo algo inapropiada para el lugar —comentó ella, lanzando una mirada alrededor de la suite.

Venía vestida con una chaqueta de cuero negra que acentuaba su figura y proyectaba una mezcla de rebeldía y elegancia. Debajo, una blusa clara se fundía con un pañuelo de seda marfil, anudado con descuido en el cuello. El contraste de tonos oscuros y claros la hacía destacar con un magnetismo natural. Con vaqueros entallados y tacones discretos, caminaba con un paso firme, como si cada pisada confirmara que pertenecía al lugar aunque no lo necesitara demostrar.

Su melena natural, café claro con reflejos rubios, caía en ondas suaves hasta enmarcarle el rostro. Thiago se fijó de inmediato en sus labios carnosos, suavemente delineados, que en ese instante se curvaban en una expresión de indiferencia calculada.

Con un gesto sutil, él le indicó la mesa ya dispuesta. Parecía que iban a desayunar juntos. Lux no dijo nada; simplemente se dejó caer en la silla, observando con detenimiento lo que Thiago había mandado traer: prácticamente el menú entero del restaurante.

—Nos gusta controlar, ¿cierto? —preguntó ella, desplegando la servilleta de tela sobre el regazo, sin apartar la vista de él.

—No sabía qué te gustaba… así que decidí pedir de todo —replicó él, con un tono neutro, aunque la chispa en su mirada lo traicionaba.

—Hmmm… —fue lo único que respondió ella, dejando que el silencio cargara el ambiente.

El mesero se acercó para ofrecerle opciones, pero Lux apenas levantó la mano.

—Café está bien. Ya desayuné —dijo, sin apartar la mirada de Thiago.

—Nos gusta desafiar —replicó él, tomando un sorbo de café.

—Tú lo llamas desafío, yo lo llamo hacer lo que me place —contestó ella con un leve encogimiento de hombros.

El mesero terminó de servir el desayuno a Thiago y el café a Lux. Después, como por arte de magia, los dejaron solos en la habitación.

La vista desde la suite era encantadora; los ventanales mostraban la ciudad extendiéndose hasta perderse en el horizonte. Lux se permitió admirarla por un momento, pero pronto volvió su atención a Thiago.

—Y bien… ¿tú qué eres?

Thiago arqueó una ceja y esbozó una media sonrisa, pícara, calculada.

—¿Qué crees que soy?

Lux lo miró directamente a los ojos.

—Un pervertido al que le gusta mirar.

Thiago soltó una breve risa.

—Eso también… ¿pero crees que mirar me hizo rico?

—No sé… ¿me grabaste? O más bien… ¿te gustó? —preguntó ella, inclinándose hacia él, con un brillo desafiante en la mirada.

La chispa en los ojos de Lux encendió a Thiago por completo. A su mente vino el recuerdo de la mañana, cuando había despertado agitado solo con la memoria de su beso. Ahora, frente a él, esa mirada le regalaba otra imagen que lo perseguiría más tarde.

—¿Desde cuándo te dedicas a eso…? —preguntó él, con la voz grave.

—¿A qué? ¿A coger? —replicó ella con una sonrisa insolente.

—No… —Thiago bajó un poco el tono—. A... —No supo como terminar la frase.

Lux lo miró como si saboreara la incomodidad ajena.

—¿Señor Christensen, cree que soy prostituta… o asesina a sueldo? —dijo finalmente, dejando la pregunta colgar en el aire como un desafío.

Thiago no apartó la mirada. Se inclinó hacia adelante, apoyando el codo en la mesa, como si la distancia entre ellos pudiera encender aún más la tensión.

—Ni una cosa ni la otra —respondió con calma—. Si fueras prostituta, Sergio Mendoza ya te tendría en nómina. Y si fueras asesina a sueldo… créeme, no habrías fallado anoche.

—No iba a fallar… alguien me interrumpió —expresó Lux, con el filo de su voz todavía intacto.

—Te iban a descubrir, eso es fallar.

—Para ti… —dijo ella, inclinándose apenas hacia adelante—. Para mí no lo sería.

Thiago se mordió el labio, conteniendo una réplica. La manera en que Lux lo desafiaba lo encendía por dentro, como si cada palabra fuera una provocación calculada. Si no fuera porque era un hombre acostumbrado a mantener el control, se habría abalanzado sobre ella en ese mismo instante, arrastrado por un deseo tan primitivo como peligroso.

Respiró hondo, obligándose a serenarse. El autocontrol era lo único que lo mantenía en pie, y no pensaba perderlo delante de ella.

Lux tomó un sorbo del capuchino que el mesero había dejado frente a ella. Un rastro de espuma se le quedó pegado en los labios, y, con lentitud provocativa, se lo quitó con la lengua sin apartar la mirada de Thiago.

—No me trajiste hasta acá solo para eso… ¿cierto? —dijo con voz baja, casi un reto—. ¿Preguntarme si soy prostituta? ¿O acaso buscabas mis servicios para terminar lo que se interrumpió anoche?

—No eres prostituta —replicó Thiago con seguridad, sin titubear.

Lux arqueó una ceja y sonrió con picardía.

—No, no lo soy…

—¿Entonces…? —insistió él.

Ella se inclinó hacia adelante, acercándose lo suficiente para que el aire entre ambos se cargara de tensión. Con un gesto sensual, la voz se volvió susurro.

—¿Por qué está tan interesado en saber de mí, señor Christensen?

Thiago sostuvo su mirada sin retroceder. Esta vez, fue él quien se inclinó, rozando apenas su rostro con el suyo, lo suficiente para que el calor de su respiración le erizara la piel.

—Porque quiero saber quién es la mujer que, al igual que yo, está tan interesada en deshacerse de los Mendoza.

El silencio que siguió estaba cargado de algo más que palabras: un reconocimiento mutuo de que ya no podían ignorar ni la venganza… ni la atracción.

—Soy doctora.

Thiago arqueó una ceja y, sin poder contenerse, dejó escapar primero una sonrisa irónica que pronto se transformó en carcajadas. Lux se recargó en el respaldo de la silla, cruzando los brazos, esperando con paciencia a que él terminara.

—¿Doctora? —repitió, como si le resultara imposible creerlo.

—Así es… —respondió ella con serenidad—. Estudié medicina interna con especialización en toxicología.

Thiago seguía sin creerlo y no sabía por qué. Rió un poco más hasta que logró tranquilizarse. No era burla, lo sabía; reía de nervios, de lo absurdo que le resultaba la revelación.

—¿Ya terminaste? —preguntó Lux, arqueando una ceja—. ¿O quieres que te espere un poco más?

—Lo siento… es que… bueno… doctora. —Aún le costaba encajarlo con la imagen que tenía de ella.

—¿Qué pasa? —lo interrumpió Lux, con un destello en la mirada—. ¿Las doctoras no podemos coger como lo viste anoche?

Thiago se quedó helado unos segundos.

—A poco un hombre tan correcto como usted, señor Christensen… —Lux apoyó un codo en la mesa y se inclinó apenas hacia él—, el que mueve inversiones millonarias y dirige una firma que se especializa en fusiones y adquisiciones, no sabe coger o disfruta el sexo. Tal vez, se burla, porque por ayer perdió el control.

Thiago se tensó. El comentario lo había golpeado más de lo que quería mostrar.

—¿Cómo… sabes eso? —preguntó, cuidando el tono de su voz.

Lux sonrió, divertida.

—Digamos que no eres el único que sabe investigar a sus enemigos… o a sus aliados.

El silencio que siguió no fue incómodo: fue eléctrico. Thiago comprendió que, por primera vez en mucho tiempo, había encontrado a alguien que jugaba en su mismo nivel.

Lux, sin embargo, soltó una risa seca y empujó la silla hacia atrás.

—Ya perdí demasiado tiempo aquí.

Se levantó con un movimiento decidido, tomó su chaqueta y caminó hacia la puerta. Thiago reaccionó de inmediato, poniéndose de pie.

—No te vayas. Te necesito para que esto funcione.

Lux giró apenas el rostro, su mano ya sobre la manija.

—Entonces lo lamento, Christensen. Lo perdiste.

Abrió la puerta con un gesto firme, pero antes de dar el primer paso fuera, él la alcanzó y le sujetó la mano. No fue un agarre violento, sino seguro, cargado de urgencia contenida.

—Si te vas ahora, los Mendoza seguirán intocables. Pero si te quedas… caerán de rodillas. Y tú estarás ahí para verlo.

—¡Ah, sí! ¿Y cómo lograrás eso? —preguntó Lux, con la voz firme y los ojos encendidos.

Thiago no titubeó.

—Si te casas conmigo.

El mundo pareció detenerse un segundo. Lux lo miró, incrédula, sus labios entreabiertos como si no hubiera escuchado bien. Ira, deseo y duda ardieron al mismo tiempo en sus pupilas.

La tensión quedó suspendida en el aire, como una chispa a punto de encenderse.

Curious Writer

Capitulo los lunes, viernes y domingos.

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