-1 semana después-
El auto negro se detuvo frente al Club Imperial de la Ciudad de México, un edificio señorial en Polanco, de fachada blanca y columnas imponentes, iluminado con lámparas de hierro que proyectaban destellos dorados sobre la alfombra roja. El murmullo de los invitados se mezclaba con el tintinear de copas y el murmullo de un cuarteto de cuerdas que tocaba en la entrada.
Thiago bajó primero, impecable en su smoking negro, la elegancia del corte acentuando la firmeza de sus hombros y la seguridad en su porte. Luego tendió la mano a Lux. Ella descendió con la elegancia calculada que había practicado frente al espejo durante días, envuelta en un vestido de seda color marfil que abrazaba sus curvas y reflejaba la luz de los faroles. Cada paso suyo atraía miradas, susurros, admiración.
Los días restantes de la luna de miel habían estado dedicados a planear esta noche. Hablaron de lo que sabían de los Mendoza, repasaron posibles escenarios, ensayaron respuestas y sonrisas. Ta