Ella siempre quiso ser buena... hasta que recordó lo que le hicieron. Porque ¿cómo nace realmente una villana? No cuando lo pierde todo, sino cuando se lo arrebatan sin piedad. Shaya Moore lo descubrió una noche helada, caminando sola bajo la nieve, con el alma destrozada. Su esposo acababa de obligarla a firmar el divorcio, despojándola no solo del matrimonio y de la familia, sino de lo más sagrado: sus hijos. La dejó sin nada, lanzándola a la calle con lo puesto. Quizá por eso, entregarse a los brazos de un desconocido —un huracán de sudor, deseo y lujuria— fue su manera de sobrevivir, un alivio momentáneo en medio de tanta ruina. Lo que Shaya no imaginaba era que aquel hombre, Eryx Allen, se convertiría en una pieza clave de su destino... y en el cómplice más inesperado de su renacer.
Leer másLa mañana se deslizaba sobre Nueva York con un aire gélido que cortaba la piel, pero en el interior de la mansión Allen el ambiente era todo menos frío. Era un hervidero de tensiones, intrigas silenciosas y promesas no dichas que empezaban a configurarse en torno a Shaya. La noche en el club había abierto puertas inesperadas, Christian St. John y Toshiro Ren no eran hombres con los que cualquiera pudiera tejer una relación. Estaban hechos para dictar el destino de otros, no para ser usados. Pero Shaya no era “cualquiera”.Sentada frente al ventanal de su habitación, con un café entre las manos, repasaba en su mente los últimos movimientos. Christian le había dejado aquel sobre con un contrato elegante, un puesto de “consultoría de imagen” dentro de su red empresarial. Para muchos sería un honor, pero para Shaya era algo más, una vía para colocarse en el centro de la escena pública, para aparecer en eventos, codearse con figuras que podían amplificar o destruir reputaciones con una so
La velada en aquel club exclusivo parecía diseñada para convertirse en un tablero de ajedrez. Las luces eran tenues, bañando de dorado los rostros de los presentes, mientras la música suave de un piano recorría el aire como un perfume elegante y calculado. Shaya, con su vestido de seda negra que delineaba sus curvas con un aura de misterio, se encontraba entre tres hombres que no solo imponían con su presencia, sino que tenían el poder de torcer el destino de quienes se cruzaban con ellos.Ren, sentado apenas unos asientos más allá, mantenía sus ojos rasgados clavados en Verónica. Era un hombre imposible de ignorar, postura recta, mirada impenetrable, el rostro que parecía esculpido para intimidar y seducir a la vez. Aquella fijación no pasó inadvertida para Shaya. Sonrió con malicia, con esa chispa nueva que se había encendido en su interior desde que prometió no dejarse humillar nunca más.—Señor Ren… —dijo con voz sedosa, apenas audible, como si compartiera un secreto íntimo—. ¿Aca
El tintineo del celular rompió el silencio pesado de la habitación. Shaya abrió los ojos de golpe, con el corazón acelerado, como si aquel sonido la hubiera arrancado de un sueño en el que aún habitaban sombras. Miró la pantalla con desconfianza un número desconocido.Dudó unos segundos, el pulgar temblando sobre el botón de aceptar la llamada. Finalmente, deslizó la pantalla.—¿Hola? —su voz salió baja, cautelosa, como si temiera que al responder invocara a alguien que no quería escuchar.Hubo una breve pausa al otro lado antes de que una voz femenina, cálida y algo temblorosa, emergiera.—Shaya… por fin te pude localizar. Soy Verónica.Shaya sintió cómo el aire se le atascaba en los pulmones. El nombre retumbó en su memoria. Verónica. Su amiga de la universidad, su confidente en los primeros años de matrimonio, la mujer que había desaparecido de su vida en cuanto Santiago empezó a moldear la jaula en la que la encerró.—Verónica… —repitió, como probando la palabra en sus labios. Una
El amanecer llegó lento, tiñendo la mansión Allen de tonos gris. Shaya estaba sentada frente al ventanal de su habitación, con la vista perdida en la ciudad que se extendía como un monstruo voraz. No había dormido. Cada segundo de la noche anterior volvía una y otra vez la humillación, la sonrisa congelada de Claudia, la amenaza velada de Eryx a Santiago.Pero esa tormenta de emociones no la desgastaba. Al contrario, la alimentaba. Una nueva certeza había comenzado a germinar en su interior si quería sobrevivir, no bastaba con resistir. Tenía que atacar.Shaya se levantó del sillón y caminó hasta el tocador. El reflejo en el espejo le devolvió una imagen distinta los ojos rojos por el insomnio, pero encendidos; los labios apretados, pero firmes; el porte erguido, como si cada músculo se hubiera negado a volver a encorvarse.—No más lágrimas —murmuró —Esta vez, Claudia, vas a caer. Y tú también, Santiago.La estrategiaLa primera semilla del plan fue sencilla los rumores. En los círcul
Shaya despertó temprano ese día, con la mente clara y una chispa peligrosa brillando en sus ojos. El amanecer se colaba por los ventanales de la mansión Allen, tiñendo de oro las cortinas de seda. No era la misma mujer que días atrás había llorado en un café barato. La fragilidad se estaba transformando en acero.La humillación en el evento aún ardía en sus recuerdos, pero también le había dado dirección. Santiago la llamó “mujer desechada”, Claudia se rió de ella frente a todos. Bien, ahora era tiempo de la respuesta.La primera jugada no sería directa. No se trataba de levantar la voz o vengarse a los gritos. No. Debía ser algo elegante, calculado, un golpe social que hiciera tambalear la corona improvisada de Claudia sin que ella supiera de dónde provenía la estocada.Y Shaya ya había encontrado el punto débil.Durante la noche, en silencio, había buscado entre los periódicos que Eryx acumulaba en su biblioteca. Claudia era la “nueva reina” de Santiago, sí, pero aún cargaba con un
La mansión Allen estaba sumida en un silencio solemne, roto únicamente por el eco de los tacones de Shaya al cruzar el mármol del recibidor. La ama de llaves, una mujer de rostro curtido por los años y mirada discreta, la observó aparecer con el rostro desencajado. Sus ojos enrojecidos, su andar rígido y la tensión de sus manos crispadas contra los pliegues del vestido hablaban más alto que cualquier palabra.La mujer dudó un instante. Su instinto la empujaba a preguntar, a acercarse, pero se contuvo. El joven Allen le había dado instrucciones claras, vigilarla, no intervenir, y sobre todo, nunca dejarla sola más de lo necesario. Así que se limitó a seguirla con los ojos mientras Shaya subía las escaleras con paso apresurado, casi tambaleante, como si quisiera escapar de algo invisible.Al llegar a la habitación que le habían asignado, Shaya cerró la puerta de golpe y apoyó la espalda contra ella. El peso del mundo entero parecía empujarla hacia abajo. Por unos segundos solo respiró c
Último capítulo