10. El choque de los cuatro
La fiesta seguía su curso. El murmullo de conversaciones se mezclaba con la música refinada de un cuarteto de cuerdas en un rincón del salón. Copas de cristal chocaban suavemente mientras los camareros circulaban con bandejas brillantes de champagne. Pero, en el centro de todo, la tensión era un animal invisible que respiraba más fuerte que nadie.
Santiago Pavón no apartaba la mirada de Shaya. Cada movimiento de ella, cada gesto, cada leve inclinación de cabeza al escuchar a Eryx Allen, era como una daga que se le clavaba en el orgullo. ¿Cómo era posible que esa mujer, a quien él había despojado de todo, ahora caminara con tal seguridad en un escenario donde él siempre había reinado?
Los celos y la ira le ardían en el pecho como fuego contenido. Pero, en vez de perder el control, Santiago decidió algo distinto jugar el mismo juego. Si Shaya quería mostrarse como la acompañante de un magnate poderoso, él haría lo mismo, exhibiendo a su nueva reina con la misma intensidad.
Se giró hacia