8. La reina inesperada
La duodécima celebración del acuerdo empresarial entre Santiago Pavón y sus socios internacionales era uno de esos eventos que parecían sacados de un cuento de hadas moderno. Los grandes ventanales del salón dejaban ver la ciudad iluminada, como un mar de estrellas artificiales. Los candelabros colgaban como constelaciones de cristal, y las copas tintineaban al compás de una música suave de violines. Era la fiesta del poder, el lugar donde se respiraba dinero, ambición y secretos disfrazados de sonrisas corteses.
Eryx Allen llegó puntual, vestido de un traje negro perfectamente entallado, irradiando ese aire de control absoluto que lo acompañaba a cada sitio. Pero no fue él quien desató el murmullo general, ni sus pasos seguros que marcaban autoridad en el mármol brillante. Fue ella. Shaya.
Apareció a su lado, con un vestido que parecía hecho de hilos de luna. El satén gris perla abrazaba su silueta con una elegancia imposible de ignorar. No llevaba joyas ostentosas, apenas unos pendi