Mundo ficciónIniciar sesiónValeria Montes tiene la vida que cualquiera envidiaría: un novio encantador, un trabajo estable y una mejor amiga con más locuras que filtros en Instagram. Pero su mundo perfecto se derrumba cuando descubre que el hombre con el que planeaba casarse la ha estado engañando con su ex. Dolida y decidida a olvidar, Valeria acepta la invitación de su amiga Zoe para asistir a una fiesta clandestina en las afueras de la ciudad. Una celebración donde no hay reglas, la música retumba en los huesos y las miradas se clavan como cuchillas. Allí, entre luces rojas y humo, un hombre la atrapa con una mirada tan peligrosa como hipnótica: cabello oscuro, traje impecable y una cicatriz que dibuja un secreto en su mejilla. Sin saber su nombre, Valeria cae en sus brazos, y lo que empieza como un baile prohibido termina en una noche de lujuria que no debería repetirse. Pero aquel desconocido no es cualquier hombre… es Aleksandr Volkov, el líder de la mafia rusa en la ciudad, un hombre sin piedad que jamás olvida a quien se cruza en su camino. Valeria intenta escapar de su recuerdo, pero semanas después, una noticia inesperada une sus destinos de forma irreversible: lleva en su vientre algo que le pertenece… y Aleksandr está dispuesto a reclamarlo, a ella incluida.
Leer másEl pastel de chocolate y frambuesa se balanceaba peligrosamente en las manos de Valeria mientras subía las escaleras del edificio. El ascensor, como de costumbre, estaba fuera de servicio, pero ni siquiera eso podía arruinar su humor. Tres años junto a Matías merecían ese esfuerzo y muchos más.
—Maldito sea el arquitecto que diseñó este edificio sin pensar en los pasteles de aniversario —murmuró para sí misma, soplando un mechón rebelde que caía sobre su frente.
Al llegar al cuarto piso, Valeria se detuvo frente al espejo del pasillo para comprobar su aspecto. El vestido azul marino que había comprado especialmente para la ocasión abrazaba su figura con elegancia, y el labial rojo que Zoe le había regalado ("para que por fin dejes esos tonos nude que te hacen parecer una monja") resaltaba su sonrisa. Perfecta. Se sentía perfecta, como la vida que había construido meticulosamente durante los últimos años.
Un trabajo estable como diseñadora gráfica en una agencia respetable. Un novio guapo, atento y con ambiciones. Un departamento pequeño pero acogedor. Y Zoe, su mejor amiga desde la universidad, siempre dispuesta a arrastrarla a aventuras que Valeria jamás buscaría por sí misma.
"La vida es exactamente como la planeé", pensó mientras avanzaba por el pasillo hacia el apartamento 4B. Matías no la esperaba hasta la noche, cuando tenían reserva en aquel restaurante italiano que tanto les gustaba. La sorpresa del pastel y un almuerzo improvisado sería el preludio perfecto para la velada.
Sacó la llave que él le había dado seis meses atrás ("Para que entres cuando quieras, mi casa es tu casa"), pero antes de introducirla en la cerradura, algo la detuvo. Un sonido. Risas. Y luego... algo más.
Valeria se quedó inmóvil, con la llave suspendida a centímetros de la cerradura. El pastel comenzó a temblar ligeramente en su otra mano. Aquello no podía ser lo que parecía. Seguramente Matías estaba viendo alguna película. O quizás tenía visita de algún amigo.
Pero entonces lo escuchó. Un gemido inconfundible. Una voz femenina que no era la suya.
—Matías... sí, así...
El mundo se detuvo. El aire se volvió denso, irrespirable. Con dedos temblorosos, Valeria introdujo la llave y giró el picaporte con la delicadeza de quien no quiere ser descubierto. La puerta se abrió sin hacer ruido, como cómplice de una verdad que estaba a punto de destrozarla.
El apartamento olía diferente. A perfume caro y desconocido. Sobre el sofá donde tantas veces habían visto películas abrazados, descansaba un abrigo de mujer que Valeria nunca había visto. Y sobre la mesa, dos copas de vino a medio terminar.
Los sonidos provenían de la habitación. La puerta entreabierta dejaba escapar retazos de una intimidad que no le pertenecía, pero que le estaba siendo robada.
Valeria avanzó como una sonámbula, incapaz de detenerse a pesar de que cada paso la acercaba al precipicio. Empujó suavemente la puerta del dormitorio y el mundo que había construido se desmoronó ante sus ojos.
Matías, su Matías, estaba sobre la cama que compartían cada fin de semana. Pero no estaba solo. El cuerpo desnudo y bronceado de una mujer se retorcía bajo él, con las piernas enredadas en su cintura y las uñas clavadas en su espalda.
No era cualquier mujer. Era Luciana, su ex. La misma que, según Matías, "pertenecía al pasado" y "no significaba nada".
El pastel resbaló de sus manos y se estrelló contra el suelo con un ruido sordo que alertó a los amantes. Matías se giró, con el rostro desencajado por la sorpresa y el placer interrumpido.
—¿Val? —balbuceó, apartándose bruscamente de Luciana—. ¿Qué haces aquí? Se suponía que...
—¿Que estarías follando tranquilamente con tu ex sin que yo me enterara? —Las palabras salieron como cuchillos de su garganta.
Luciana, lejos de mostrar vergüenza, se incorporó lentamente en la cama, exhibiendo su cuerpo con descaro mientras se cubría parcialmente con la sábana. Una sonrisa cruel se dibujó en sus labios perfectamente delineados.
—Vaya, vaya... la novia perfecta aparece sin avisar —dijo con voz melosa—. Qué desconsiderado de tu parte, cariño. Deberías haber llamado.
Matías se puso de pie, cubriéndose con los pantalones que recogió apresuradamente del suelo.
—Valeria, puedo explicarlo. Esto no es... no significa...
—¿No significa qué, Matías? —La voz de Valeria temblaba, pero sus ojos permanecían secos, como si el shock hubiera congelado incluso sus lágrimas—. ¿Que me has estado mintiendo? ¿Que todo lo que construimos es una farsa?
Luciana soltó una risita y se levantó de la cama sin pudor alguno, recogiendo su ropa esparcida por el suelo.
—Ay, Valeria... —suspiró teatralmente mientras se vestía—. ¿De verdad creíste que eras suficiente para él? Matías siempre vuelve a mí. Siempre. Tú solo has sido... un entretenimiento temporal.
Aquellas palabras fueron la gota que colmó el vaso. Valeria retrocedió, sintiendo que el suelo se abría bajo sus pies. Tres años. Tres años de planes, de sueños compartidos, de "te amo" susurrados en la oscuridad. Todo mentira.
Sin decir una palabra más, dio media vuelta y salió corriendo del apartamento. No escuchó a Matías llamándola, ni vio la sonrisa triunfal de Luciana. Solo quería escapar, desaparecer.
Afuera, el cielo había decidido acompañar su dolor. Una lluvia fina pero persistente comenzó a caer sobre la ciudad, mezclándose con las lágrimas que por fin brotaban de sus ojos. Caminó sin rumbo, con el maquillaje corriendo por sus mejillas y el vestido azul empapándose poco a poco.
Su teléfono vibró en el bolso. Lo ignoró las primeras tres veces, pero a la cuarta lo sacó, esperando ver el nombre de Matías y preparándose para bloquear su número. Pero no era él.
"Zoe llamando..."
Con dedos temblorosos, deslizó el dedo por la pantalla.
—¿Hola? —Su voz sonaba irreconocible, rota.
—¡Val! ¿Dónde estás? Pasé por tu oficina y me dijeron que habías salido temprano. ¿Todo bien con la sorpresa para el idiota de tu novio?
Valeria no pudo contener un sollozo.
—Zoe... él... Matías...
—¿Qué pasó? —La voz de su amiga cambió instantáneamente a modo de alerta—. ¿Dónde estás? Voy para allá ahora mismo.
—No sé... estoy caminando... él estaba con Luciana... en la cama...
—Ese hijo de puta —La voz de Zoe era puro veneno—. Quédate donde estás. Mándame tu ubicación. Voy a buscarte y luego vamos a planear cómo cortarle las pelotas.
A pesar del dolor, Valeria no pudo evitar una sonrisa triste. Zoe siempre había sido así: protectora, feroz, dispuesta a quemar el mundo por quienes amaba.
—No quiero volver a mi departamento —murmuró Valeria—. No quiero estar sola.
—Ni lo menciones. Te vienes conmigo —sentenció Zoe—. Y esta noche, mi querida amiga, vamos a ahogar tus penas como se debe.
—No estoy de humor para salir...
—No es negociable. Hay una fiesta. No es cualquier fiesta, es LA fiesta. Exclusiva, clandestina, en las afueras. Justo lo que necesitas para olvidar a ese imbécil.
—Zoe, no creo que...
—Valeria Montes, has pasado tres años siendo la novia perfecta de un hombre que no te merecía. Esta noche vas a recordar quién eres sin él. Y te prometo que mañana, cuando despiertes, el dolor seguirá ahí, pero sabrás que puedes sobrevivir a esto.
La lluvia caía con más fuerza ahora, pero Valeria ya no la sentía. Algo en las palabras de Zoe había encendido una pequeña chispa en su interior. Una chispa de rabia, de dignidad herida, de deseo de venganza contra la vida que le había arrebatado su felicidad.
—De acuerdo —dijo finalmente—. Iré a esa fiesta.
Lo que Valeria no sabía, mientras enviaba su ubicación a Zoe y se refugiaba bajo el toldo de una cafetería, era que aquella decisión, tomada en el momento más vulnerable de su vida, la conduciría directamente a los brazos del hombre más peligroso de la ciudad. Un hombre cuya mirada cambiaría su destino para siempre.
El tiempo se había detenido en la unidad de cuidados intensivos neonatal. El silencio que reinaba ahora era más ensordecedor que las alarmas que lo habían precedido, más cortante que las balas que habían atravesado el aire momentos antes. Viktor Kozlov permanecía de pie en el centro de la habitación, su arma aún levantada hacia el pecho de Aleksandr, quien estaba de rodillas, su sangre formando charcos oscuros sobre el suelo blanco del hospital. Nikolai estaba desplomado contra la pared, su brazo izquierdo colgando en un ángulo antinatural, su respiración poco profunda.Y entre todos ellos, en su incubadora, Sofía dormía, ajena a la guerra que se libraba por su pequeño cuerpo.—¿Sabes cuál es la diferencia entre tú y yo, Volkov? —preguntó Viktor, su voz suave com
La sala de cuidados intensivos neonatal se había convertido en territorio de guerra en menos de treinta segundos. El Dr. Petrov estaba de pie junto a la incubadora de Sofía, sus manos moviéndose con la precisión de un cirujano que había pasado demasiados años bajo presión, verificando tubos, monitores, máquinas que mantenían a la bebé diminuta en la tierra de los vivos. Su rostro era una máscara de concentración absoluta, pero sus ojos revelaban la verdad: terror puro.Valeria había llegado a la NICU con Aleksandr y Nikolai, sus piernas tambaleándose bajo su propio peso, sus heridas post-quirúrgicas gritando con cada movimiento. El caos del hospital se filtraba a través de las paredes, pasos corriendo, alarmas sonando, la voz metálica de la evacuación repitiendo su mantra terrorífico sobre los altavoces.
La habitación del hospital había adquirido una cualidad de mausoleo. Las cortinas estaban corridas, bloqueando cualquier atisbo del mundo exterior, y solo la pantalla del portátil que Irina había colocado sobre la mesita auxiliar emitía una luz azulada que parecía la última vela en una iglesia vacía. Valeria estaba sentada al borde de la cama, su cuerpo aún frágil por las cirugías, sus manos temblando de una manera que tenía poco que ver con la debilidad física y todo que ver con lo que estaba a punto de suceder.Irina permanecía de pie junto a la puerta, como una centinela, su cicatriz pareciendo más profunda bajo aquella luz artificial.—Elena grabó esto hace tres meses —explicó Irina, su voz apenas un susurro—. Me lo confió por si algo salía mal. Me pidió que
El Hospital Italiano de Buenos Aires era una estructura imponente de arquitectura europea que parecía transportada directamente desde Roma. Los pasillos de la unidad de cuidados intensivos olían a desinfectante y miedo, ese aroma particular que solo los hospitales lograban, donde la esperanza y la desesperación coexistían en cada respiración mecánica, en cada pitido de monitor.Alberto, Thomas y Marco irrumpieron en la sala de espera de cuidados intensivos con la urgencia de hombres que sabían que cada segundo contaba. Lo que encontraron los detuvo en seco: una familia completa reunida alrededor de un espacio demasiado pequeño, con sus rostros marcados por noches sin dormir y el terror tangible de perder a alguien amado.Una mujer mayor de setenta y tantos años s
La luz matutina del hospital llegaba a través de las cortinas translúcidas, tiñendo todo de un blanco fantasmal que hacía parecer irreal a Valeria. Sus ojos parpadeaban lentamente, tratando de enfocarse en el techo, en la habitación, en cualquier cosa que le ayudara a anclar su mente a la realidad.No recordaba nada de las últimas horas.La anestesia había borrrado su memoria como si hubiera pasado una goma sobre un dibujo a lápiz. Había momentos difusos. Aleksandr de pie junto a su cama. Nikolai. O tal vez ambos. Pero nada claro. Nada definitivo. Solo sensaciones y sombras.Su cuerpo doloría de maneras que no podía articular. Su abdomen era un territorio desnudo de sensibilidad. Sus braz
La sala de espera del hospital se había convertido en reino del silencio absoluto.Aleksandr estaba de pie junto a la ventana, observando el amanecer tiñendo el cielo de colores que no quería ver. Rojos. Naranjas. Todos los colores de la sangre que estaban extrayendo de Valeria en ese preciso momento. Dos horas de cirugía ya, y ninguna noticia. Ninguna palabra del Dr. Petrov. Ninguna promesa de que la mujer que amaba seguía respirando en la sala de operaciones.Nikolai estaba sentado en una de las sillas de plástico duro, la cabeza entre sus manos, los hombros temblando de formas que podrían haber sido silenciosos sollozos. Su rostro, cuando finalmente lo levantó, estaba devastado de maneras que Aleksandr reconocía porque las sentía también.
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