El espejo le devolvía una imagen que Valeria ya no reconocía. Sus ojos, antes vivaces, ahora parecían apagados, como si una niebla los cubriera. Llevaba tres días despertando con náuseas, y aunque intentaba disimular, su cuerpo la traicionaba. Aquella mañana, mientras Aleksandr se duchaba, ella vomitó por tercera vez consecutiva.El agua caliente golpeaba los azulejos con fuerza, creando una cortina de vapor que le daba unos minutos de privacidad. Valeria se enjuagó la boca y respiró profundamente, apoyándose en el lavabo. Su periodo llevaba dos semanas de retraso.—No puede ser —susurró para sí misma, negando con la cabeza.Pero lo sabía. Su cuerpo nunca había sido irregular. Desde los quince años, su ciclo funcionaba como un reloj suizo. Ahora, a sus veintitrés, ese reloj se había detenido.El sonido del agua cesó. Valeria se apresuró a salir del baño, fingiendo normalidad. Aleksandr apareció envuelto en una toalla, gotas de agua resbalando por su torso esculpido. La miró con esa in
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