El helicóptero descendió sobre la propiedad con un rugido que ahogaba cualquier otro sonido. Valeria observó a través de la ventanilla el paisaje que se extendía bajo ellos: una mansión de piedra gris rodeada de jardines perfectamente cuidados y un bosque denso que parecía no tener fin. Estaban en medio de la nada.
Aleksandr le había vendado los ojos durante el trayecto en coche hasta el helipuerto privado. Solo cuando estuvieron en el aire le permitió ver. "Por seguridad", había dicho con aquella voz que no admitía réplica.
—Bienvenida a tu nuevo hogar —anunció Aleksandr cuando las aspas comenzaron a detenerse.
Valeria no respondió. El nudo en su garganta era demasiado grande. Dos hombres de traje oscuro se acercaron para ayudarlos a descender. Reconoció a uno de ellos, Dimitri, el guardaespaldas que siempre acompañaba a Aleksandr. El otro era nuevo, pero tenía la misma mirada impenetrable.
—¿Dónde estamos exactamente? —preguntó Valeria, intentando que su voz sonara firme.
—A salvo —