La luz se filtraba entre las cortinas de seda cuando Valeria abrió los ojos. Por un instante, el techo desconocido la desorientó. No era su habitación con las paredes color durazno y las fotografías enmarcadas. Este techo era alto, con molduras elegantes y una lámpara de cristal que reflejaba la luz matutina.
Se incorporó lentamente, sintiendo cada músculo de su cuerpo protestar. La sábana de algodón egipcio se deslizó por su piel desnuda, revelando marcas rojizas en sus muslos y pequeños moretones en sus caderas, huellas de unos dedos que la habían sujetado con desesperación la noche anterior.
—¿Hola? —su voz sonó extraña en la habitación vacía.
Silencio. Estaba sola.
La suite del hotel era impresionante. Mármol italiano en el baño, muebles de diseñador, una vista panorámica de la ciudad que en otras circunstancias la habría dejado sin aliento. Pero ahora solo sentía un vacío extraño en el estómago.
Recogió su vestido del suelo, arrugado como un recordatorio de la prisa con que había sido despojada de él. Mientras se vestía, fragmentos de la noche anterior regresaron a su mente: manos fuertes recorriendo su cuerpo, labios exigentes sobre los suyos, palabras susurradas en un acento extranjero que hacía que cada sílaba sonara como una promesa peligrosa.
Sobre la mesa de noche descansaba una rosa negra. Ni una nota, ni un número de teléfono. Solo aquella flor de un color imposible, tan oscura que parecía absorber la luz a su alrededor.
Valeria la tomó entre sus dedos, sintiendo un pinchazo cuando una espina se clavó en su piel. Una gota de sangre brotó de su dedo, tan roja contra la palidez de su mano que pareció irreal.
—Perfecto —murmuró con ironía—. Muy sutil el simbolismo.
Su teléfono vibró desde algún lugar de la habitación. Lo encontró dentro de su bolso, con veintisiete llamadas perdidas de Zoe y una batería al borde de la muerte.
"Estoy en el lobby. Tienes 5 minutos o subo a buscarte. Y más te vale seguir viva."
Valeria se miró en el espejo del baño. Su reflejo le devolvió la imagen de una extraña: cabello revuelto, ojos brillantes, labios hinchados. Parecía otra persona, alguien que no reconocía del todo.
Quince minutos después, se deslizaba en el asiento del copiloto del Mini Cooper de Zoe, quien la miraba con una mezcla de alivio y furia.
—¡Tres horas! —exclamó Zoe arrancando el coche—. Tres malditas horas buscándote por toda esa fiesta. Pensé que te habían secuestrado, o peor.
—Lo siento —murmuró Valeria, ajustándose las gafas de sol que había comprado en la tienda del hotel—. Me fui con alguien.
Zoe frenó en seco en un semáforo y se giró para mirarla.
—¿Con el tipo del traje? ¿El de la cicatriz?
Valeria asintió, sintiendo un escalofrío al recordar aquella marca que cruzaba su mejilla derecha, una línea blanca y fina que solo acentuaba la dureza de sus facciones.
—¿Y? ¿Cómo fue? ¿Quién es? ¿Te dio su número?
—No sé quién es —respondió Valeria, mirando por la ventana—. No intercambiamos nombres, ni números, ni promesas. Solo fue... sexo.
—¿Solo sexo? —Zoe soltó una carcajada—. Cariño, nadie paga una suite en el Ritz Carlton para "solo sexo". Ese hombre debe tener más dinero que vergüenza.
Valeria cerró los ojos, intentando convencerse de que había sido solo eso: una noche de pasión para olvidar a Matías, una forma de recuperar el control sobre su vida. Pero cada vez que cerraba los párpados, veía aquellos ojos grises, fríos como el acero pero ardientes cuando la miraban.
—Hablando de vergüenza —dijo Zoe, interrumpiendo sus pensamientos—. ¿Sabes quién me llamó esta mañana? Matías.
El nombre cayó como un cubo de agua fría sobre Valeria.
—¿Qué quería? —preguntó, tensando la mandíbula.
—Saber dónde estabas. Dice que ha ido a tu apartamento tres veces desde ayer, que no contestas sus llamadas, que necesita explicarte...
—No hay nada que explicar —cortó Valeria—. Lo vi con mis propios ojos.
Zoe la miró de reojo mientras conducía.
—Dice que no es lo que parece, que Luciana lo besó a él y no al revés. Que está desesperado.
—Siempre es lo mismo —murmuró Valeria—. Primero te engañan y luego te dicen que no es lo que parece. Como si no hubiera visto sus manos en su cintura, como si no hubiera escuchado lo que le decía...
Su voz se quebró ligeramente. A pesar de la noche de pasión con el desconocido —ahora recordaba fragmentos donde él la llamaba "moya krasavitsa", fuera lo que fuese que significara—, el dolor de la traición seguía ahí, palpitando bajo la superficie.
—Bueno, parece que lo has superado bastante rápido —comentó Zoe con una sonrisa pícara—. Un clavo saca otro clavo, ¿no?
Valeria no respondió. No quería admitir que, a pesar de la intensidad de lo vivido la noche anterior, seguía sintiendo un vacío donde antes estaba Matías. Cinco años de relación no se borraban con una noche de sexo, por muy extraordinario que hubiera sido.
Durante el resto del día, mientras intentaba concentrarse en tareas cotidianas, fragmentos de la noche anterior la asaltaban sin previo aviso: el sabor de su boca, la aspereza de sus manos, la forma en que había susurrado palabras en ruso contra su piel mientras la poseía. La sensación de peligro que emanaba de él y que, en lugar de ahuyentarla, la había atraído como una polilla a la llama.
El timbre de su apartamento sonó cuando estaba preparándose un té. Su corazón dio un vuelco. ¿Y si era él? ¿Y si de alguna manera había averiguado dónde vivía?
Miró por la mirilla y el alivio y la decepción se mezclaron en su pecho. Era Matías, con un ramo de rosas rojas y expresión de cachorro abandonado.
—Vete —dijo a través de la puerta cerrada.
—Val, por favor —la voz de Matías sonaba quebrada—. Dame cinco minutos. Solo cinco minutos para explicarte.
—No hay nada que explicar.
—Te lo suplico. Cinco años juntos merecen al menos una conversación.
Valeria apoyó la frente contra la puerta. Una parte de ella quería abrirla, escucharlo, creerle. La otra parte, la que había gemido en brazos de un desconocido la noche anterior, se sentía culpable y confundida.
—Mañana —dijo finalmente—. Hablaremos mañana. Ahora vete.
Escuchó un suspiro al otro lado.
—Te amo, Val. No he dejado de amarte ni un solo día. Lo de Luciana... fue un error. Ella me besó, yo la aparté. Lo que viste fue solo un fragmento de algo que no entendiste.
—Mañana, Matías —repitió ella, sintiendo que las lágrimas amenazaban con brotar—. Por favor, vete ahora.
Los pasos alejándose le confirmaron que se había marchado. Se deslizó hasta el suelo, abrazando sus rodillas. ¿Por qué seguía afectándola? ¿Por qué no podía simplemente odiarlo y seguir adelante?
Esa noche, exhausta pero incapaz de dormir, Valeria encendió la televisión de su apartamento. Necesitaba ruido, algo que acallara los pensamientos que no dejaban de dar vueltas en su cabeza.
El noticiero nocturno mostraba imágenes de la inauguración de un nuevo centro comercial. Y entonces lo vio.
Traje negro impecable, postura erguida, aquella cicatriz inconfundible. El hombre que la había hecho gritar de placer horas antes estaba cortando una cinta roja, rodeado de políticos y empresarios que sonreían a las cámaras.
"El empresario ruso Aleksandr Volkov ha inaugurado hoy su tercer centro comercial en la ciudad, consolidando su imperio inmobiliario en el país", anunciaba la presentadora. "Sin embargo, fuentes cercanas a la fiscalía confirman que Volkov sigue siendo investigado por presuntos vínculos con organizaciones criminales de Europa del Este."
La sangre de Valeria se congeló en sus venas. Las imágenes continuaban mostrando a Aleksandr —ahora tenía un nombre para acompañar sus recuerdos— estrechando manos, sonriendo con aquella sonrisa que no alcanzaba sus ojos.
"Volkov, conocido en ciertos círculos como 'El Zar', ha negado repetidamente cualquier conexión con la mafia rusa, atribuyendo estas acusaciones a xenofobia y competencia desleal."
El control remoto resbaló de sus dedos temblorosos. Había pasado la noche con un mafioso. Había gemido bajo el cuerpo de un hombre que probablemente tenía más sangre en sus manos que agua.
Su teléfono sonó, sobresaltándola. Era un mensaje de Matías: "No puedo esperar hasta mañana. Estoy abajo. Por favor, déjame subir."
Valeria miró la pantalla del televisor donde Aleksandr Volkov seguía sonriendo con aquella frialdad calculada, y luego a su teléfono donde parpadeaba el mensaje de Matías. Dos hombres, dos caminos. Uno representaba su pasado, seguro pero manchado por la traición; el otro, un futuro incierto y peligroso que ni siquiera debería considerar.
Apagó el televisor de un manotazo, como si pudiera borrar lo que acababa de descubrir. Su corazón latía desbocado mientras una certeza se instalaba en su mente: jamás volvería a ver a Aleksandr Volkov. Aquella noche había sido un error, una locura nacida del despecho y el alcohol.
Respondió al mensaje de Matías: "No subas. Hablamos mañana, lo prometo."
Se dejó caer en el sofá, agotada emocionalmente. Aleksandr Volkov y todo lo que representaba quedarían atrás, como un sueño febril del que acababa de despertar. Matíasy sus explicaciones podían esperar hasta mañana, cuando tuviera la mente más clara.
Lo que Valeria no sabía es que los hombres como Aleksandr nunca dejan ir lo que consideran suyo. Y por una noche, ella le había pertenecido por completo.
Mientras tanto, a pocas calles de distancia, en un ático con vistas a la ciudad, Aleksandr Volkov observaba la fotografía de Valeria en la pantalla de su iPad. Una imagen tomada discretamente cuando ella salía del hotel esa mañana, con el cabello revuelto y gafas de sol ocultando sus ojos.
—¿Has averiguado quién es? —preguntó en ruso a un hombre que permanecía de pie junto a la puerta.
—Valeria Montes, 28 años. Trabaja como editora en una revista de moda. Vive sola. Acaba de terminar una relación de cinco años con un tal Matías Méndez.
Aleksandr pasó un dedo por la cicatriz de su mejilla, gesto que solo se permitía cuando estaba pensativo.
—Interesante —murmuró—. Muy interesante.