La llaman Espectro. Nadie conoce su verdadero rostro. Nadie ha sobrevivido para contar cómo se siente tenerla tan cerca… hasta ahora. Su último contrato parece rutinario: eliminar a un poderoso CEO en medio de una fiesta de lujo. Pero lo que debía ser un trabajo más se convierte en su peor pesadilla cuando, al tenerlo en la mira, un recuerdo olvidado irrumpe en su mente: ella lo conoce. El problema es que él también la ha sentido distinta… y ha jurado descubrir quién intentó matarlo esta vez. Dividida entre el deber y un recuerdo que amenaza con cambiarlo todo, la asesina deberá decidir: ¿cumplir su contrato y sellar su destino, o desafiar las reglas del juego y proteger al hombre que podría ser su perdición? Un lunar bajo su ojo izquierdo es su marca, y quizás la pista que lo delate todo. Una guerra en las sombras está por comenzar, y solo uno podrá salir con vida.
Leer másEl salón principal de la mansión brillaba con luces de cristal y música suave de jazz en vivo. El evento congregaba a políticos, empresarios y celebridades locales, todos vestidos con la arrogancia que solo el dinero podía comprar. El anfitrión, un CEO joven y ambicioso, había organizado la fiesta para cerrar un acuerdo millonario, y las medidas de seguridad eran tan estrictas como impecables.
Guardias en cada esquina, detectores de metales en la entrada y revisiones corporales a todo invitado. Nadie podía entrar sin pasar por el filtro… excepto ella. Lucía un vestido negro ajustado, elegante, con un escote apenas insinuante que no distraía de su porte sofisticado. Su cabello estaba recogido en un moño impecable y su mirada era la de una mujer segura de su lugar entre los poderosos. No era una invitada cualquiera: esa noche, había asumido la identidad de una colega de negocios de un socio extranjero del CEO, con credenciales falsificadas y documentos que resistían cualquier inspección. Los guardias la detuvieron en la entrada. —Bolso, por favor. Ella sonrió con cortesía, entregándolo sin un atisbo de nerviosismo. En el interior solo había un pequeño espejo, un labial y un perfume de lujo. Lo que nadie sabía era que el arma estaba camuflada dentro del frasco, desmontada en piezas imposibles de detectar con un simple escaneo. El guardia pasó el detector por su cuerpo. Sonó un pitido. Ella arqueó una ceja, divertida, y extendió sus brazos con una calma que desconcertó al hombre. —¿Algún problema? —preguntó con un tono dulce, casi juguetón. El guardia se sonrojó al descubrir que el pitido provenía de las finas horquillas metálicas que sujetaban su cabello. Se disculpó con torpeza, dejándola pasar. Con cada paso que daba sobre el mármol reluciente, la asesina analizaba la estructura del lugar: las cámaras discretamente ocultas en los marcos, las salidas de emergencia, los pasillos laterales por donde podría desaparecer sin dejar rastro. Nadie sospechaba de la mujer elegante que se deslizaba entre conversaciones superficiales y brindis falsos. Mientras una copa de champán le rozaba los labios, sus ojos fríos estaban fijos en un solo objetivo: el hombre que debía morir esa noche. Él no era difícil de localizar. En medio del salón, rodeado de políticos y empresarios aduladores, el CEO brillaba con una presencia magnética. Alto, traje negro impecable, mirada penetrante que parecía calcularlo todo en cuestión de segundos. Sonreía cuando debía hacerlo, pero sus ojos jamás reían. Ella lo observó desde la distancia, paciente. Sabía que, en algún momento, se apartaría del bullicio. Todos los anfitriones lo hacían: necesitaban un respiro. Y lo hizo. Aprovechando un brindis, el hombre se excusó discretamente y se dirigió hacia un pasillo lateral, con rumbo a un salón privado. Ella lo siguió con calma, como si el destino la empujara a hacerlo, una invitada más que se “perdió” entre corredores. El salón estaba tenuemente iluminado, con estantes de vinos y sillones de cuero. El CEO se giró al escuchar la puerta cerrarse tras de sí. Sus ojos se encontraron. —No recuerdo haberte visto antes —dijo él, con un tono que no era casualidad, sino prueba. Había notado que lo seguía. Ella fingió una sonrisa tranquila. —Soy una de las socias de su nuevo aliado en Europa. Me pareció un buen momento para presentarme. Él arqueó una ceja, desconfiado pero curioso. —¿Y tu nombre? Ella dio un paso al frente, como si fuera parte del juego. —Lía. Él asintió, aceptando la respuesta sin confirmarla. —Un gusto, Lía. Aunque… —sus ojos la repasaron con una intensidad que desnudaba—, no pareces aquí para hablar de negocios. Ese fue el momento. Con un movimiento tan sutil como letal, ella deslizó su mano dentro del bolso, ensambló con un giro rápido las piezas del arma oculta en el frasco de perfume y la levantó con firmeza. La pistola, pequeña y elegante, apuntó directo a su cabeza. El CEO no se movió. Solo la miró. —Lo sabía… —murmuró, sin sorpresa, con una calma perturbadora—. Tenías ese brillo en los ojos desde el principio. Ella debía disparar. Podía hacerlo. Había ejecutado cientos de trabajos sin pestañear. Y sin embargo, cuando sus miradas se cruzaron, algo cambió. Un destello la atravesó. Una imagen fugaz, nítida, imposible. Ella y él riendo juntos bajo una lluvia ligera, su mano en la de él, la calidez de un beso que jamás había sucedido. La sensación de felicidad fue tan real que el aire se le atascó en los pulmones. El arma tembló en su mano. No. Eso no podía ser real. Jamás lo había vivido, jamás lo había conocido antes de esta noche. ¿Entonces por qué sentía que lo amaba con una fuerza que no podía controlar? —¿Qué esperas? —dijo él, sin apartar los ojos de los suyos. No era arrogancia, era un desafío. Como si quisiera comprender por qué una asesina profesional dudaba frente a él. Ella no respondió. Porque ni ella misma entendía por qué, en ese instante, lo último que deseaba era apretar el gatillo. El silencio del salón privado se volvió insoportable. El arma todavía estaba en su mano, pero su voluntad se había quebrado. Sus dedos temblaban, incapaces de ejecutar el disparo que había practicado en su mente una y otra vez. El CEO la observaba con una mezcla de intriga y dureza, como un hombre acostumbrado a que intenten matarlo, pero sorprendido por lo que no ocurría. Ella dio un paso atrás. Otro más. Y, sin dejar de apuntarlo, retrocedió hacia la puerta. —Esto no termina aquí —dijo él, con voz firme, casi profética. Ella no contestó. Se limitó a abrir la puerta de golpe y desaparecer entre los pasillos antes de que su corazón la delatara. Afuera, el bullicio de la fiesta era ensordecedor, pero dentro de su pecho solo reinaba el caos. Ese recuerdo, esa imagen que no podía pertenecerle, la había dejado vulnerable. Una asesina que duda es una asesina muerta. Lo sabía demasiado bien. El teléfono oculto en su bolso vibró. Era la llamada de confirmación. Los hombres que la habían contratado no aceptarían retrasos. Ella ignoró la llamada. Una vez. Dos veces. Sabía lo que eso significaba. Mientras cruzaba uno de los pasillos de servicio, escuchó pasos tras ella. Una sombra masculina emergió del corredor, cuchillo en mano, ojos encendidos por la furia. —Fallaste —escupió, lanzándose hacia ella sin dudar. Ella reaccionó como el instinto le enseñó: rápido, limpio, letal. El filo del cuchillo rozó su hombro, pero en cuestión de segundos, el hombre cayó al suelo con la garganta abierta. El silencio volvió, esta vez teñido de sangre. No había marcha atrás. Al negarse a cumplir el contrato y eliminar a uno de los suyos, había declarado la guerra. En otro extremo de la mansión, el CEO se ajustaba el saco, los ojos oscuros clavados en la pantalla de su oficina privada. —Revisen las cámaras —ordenó con un tono helado—. Encuéntrenla. —¿Debemos alertar a la policía? —preguntó uno de sus hombres de confianza. —No —replicó él con dureza—. Quiero saber quién la envió. Y luego… —una sombra de emoción cruzó sus facciones, aunque apenas perceptible—, luego la quiero muerta. Sin embargo, mientras repetía esas palabras, una chispa de confusión lo inquietaba. Porque durante esos breves segundos en que sus miradas se habían cruzado, él también había sentido algo extraño. Un recuerdo inexistente, cálido y dolorosamente real. Pero no tenía tiempo para distracciones. Ella había intentado matarlo. Eso era lo único que debía importar. Mientras tanto la asesina huye hacia las calles oscuras, sabiendo que ahora todos quieren matarla: los que la contrataron y el mismo hombre que no pudo ejecutar. Y alguien la sigue de cerca, sus pasos resonando como una sombra que no piensa dejarla escapar. *Un día despues* La ciudad dormía bajo un cielo plomizo, pero ella no. Desde un edificio frente a la sede principal de la empresa del CEO, se mantenía en vela, los ojos fijos en las luces del piso más alto. Él estaba allí, trabajando como si la fiesta jamás hubiera existido. Su silueta se dibujaba contra los ventanales, firme, imponente, como un hombre al que nada podía doblegar. Ella había cambiado de rostro. Una peluca rubia ocultaba su cabello oscuro, y un maquillaje hábil borraba sus facciones más reconocibles. Desde las sombras, parecía otra mujer. Nadie la identificaría como la invitada misteriosa de la noche anterior. Y aun así, su corazón sabía la verdad. No debería estar observándolo. No después de haber traicionado a quienes la contrataron, no después de haber jurado que terminaría con él. Pero algo en esos recuerdos —o ilusiones— la había encadenado a él de un modo que no podía explicar. Lo veía caminar, hablar por teléfono, ordenar a sus hombres, y lo único que deseaba era acercarse de nuevo. Una parte de ella quería respuestas: ¿se habían conocido antes?, ¿por qué había sentido esa felicidad tan real al mirarlo?, ¿qué era eso que su memoria se negaba a entregarle por completo? Pero la otra parte, la más consciente, sabía que si se acercaba demasiado él la mataría sin dudar. Porque ya la estaba buscando. Lo había confirmado al escuchar una conversación interceptada en su radio privada: el CEO había ordenado revisar cámaras, rastrear rostros, cruzar bases de datos. Y, aunque aún no tenía su nombre verdadero, ella sabía que era cuestión de tiempo antes de que la encontrara. Una sonrisa amarga se dibujó en sus labios. “Quizás eso sea lo que quiero”, pensó. “Encontrarlo. Y que, cuando lo haga, me mire a los ojos otra vez. Si de verdad compartimos un pasado, él lo recordará. Y si no… entonces terminará todo de una vez.” Su vida pendía de ese riesgo. Pero, aun así, se quedó allí, vigilando. Protegiéndolo en silencio de las sombras que se cernían sobre él, incluso cuando esas mismas sombras ya habían firmado su sentencia de muerte. Él se gira, se acerca al ventanal, y aunque ella está segura de que no puede verla desde tan lejos, siente que su mirada atraviesa la noche directo hacia ella. Como si la reconociera incluso bajo otro rostro. El reloj marcaba las tres de la madrugada cuando apagó el cigarrillo en la cornisa. Llevaba horas observándolo desde lejos, como un fantasma sin nombre. Su misión estaba rota. Ya no había contrato que pudiera cumplir, no con la duda devorándola por dentro. Se dejó caer en la silla metálica de su escondite improvisado, las manos aún oliendo a pólvora y a perfume caro. “Quizás todo fue una ilusión”, se dijo. “Un truco de mi mente cansada. Ese recuerdo no era real. Nunca lo fue.” Se obligó a repetirlo, pero cada vez que lo hacía la risa en su cabeza se volvía más fuerte, más nítida, como si realmente hubiera existido alguna vez. Un eco que no pertenecía a esta vida. Por un instante, pensó en terminar con todo. En regresar, acercarse a él y disparar sin pensarlo, borrar de raíz aquella confusión. Era lo más lógico. Lo más seguro. Matarlo significaba salvarse a sí misma de la venganza de quienes la habían contratado. Pero no pudo sostener esa idea por mucho tiempo. La imagen de su sonrisa, de su mano entrelazada con la suya en un recuerdo que no debería poseer, la aplastó con más fuerza que cualquier amenaza real. No podía matarlo. No ahora. Quizás no nunca. Entonces, solo quedaba un camino. Se levantó, recogió la peluca, borró el maquillaje de su rostro y se miró en un espejo roto. Allí estaba la verdadera ella: la asesina sin nombre, la mujer sin pasado. Si quería respuestas, tendría que obtenerlas de la única fuente posible: él. Aunque eso significara ponerse frente a sus ojos y arriesgarse a morir en el acto. Sacó un pequeño teléfono, uno de los tantos que usaba bajo identidades falsas, y comenzó a escribir un mensaje encriptado dirigido a la línea privada del CEO. Un mensaje que no podía rastrearse fácilmente, pero que sin duda levantaría su sospecha. “Nos hemos visto antes. Búscame si quieres respuestas.” El sudor corría por su espalda mientras apretaba “enviar”. En ese instante, supo que había firmado su condena. La cámara corta al CEO en su oficina, mirando la pantalla de su teléfono con la misma expresión que ella tenía: confundido, intrigado… y peligrosamente decidido a encontrarla.La ciudad palpitaba bajo un cielo gris, cubierta por la lluvia fina que convertía las calles en espejos deformados. En lo alto de un edificio corporativo, el CEO observaba la ciudad a través de los ventanales. Su reflejo se mezclaba con las luces de neón, su mirada era fría, calculadora.—Quiero un informe en tiempo real de cada movimiento suyo —ordenó, sin apartar la vista del horizonte.Un asistente, trajeado y nervioso, respondió con voz temblorosa:—Ya tenemos cámaras en las principales avenidas, jefe. Además, varios de nuestros hombres están encubiertos en los puntos estratégicos. Incluso hemos comenzado a rastrear sus identidades falsas.El CEO giró lentamente, dejando ver una media sonrisa.—Ella siempre fue buena para esconderse… pero yo soy mejor para cazar.Mientras tanto, en otra parte de la ciudad, ella caminaba entre la multitud con un paso tranquilo. Su gabardina oscura y el paraguas negro la hacían pasar desapercibida, pero sus ojos se movían con precisión quirúrgica. C
La madrugada se filtraba por los ventanales de aquel despacho como un espectro. La ciudad permanecía despierta a lo lejos, con sus luces temblando sobre el asfalto húmedo, pero dentro de esa oficina todo era silencio. El único sonido era el insistente zumbido del teléfono vibrando sobre el escritorio de caoba.El CEO tomó el aparato con calma contenida, aunque sus ojos oscuros reflejaban una tormenta. Un mensaje encriptado. Breve. Punzante.“Nos hemos visto antes. Búscame si quieres respuestas.”Lo leyó una vez. Dos. Tres. Cada palabra parecía grabarse con hierro candente en su memoria. Cerró la mandíbula hasta sentir cómo sus dientes rechinaban.¿Quién más, si no ella, se atrevería a jugar con él de esa manera?La recordó de inmediato. Aquella mirada fría, el arma firme apuntándole al corazón. El instante en que debería haber muerto… pero no lo hizo. Ella no disparó.El recuerdo era una espina. Él, acostumbrado a que todos lo obedecieran, a que sus enemigos no vivieran lo suficiente
El salón principal de la mansión brillaba con luces de cristal y música suave de jazz en vivo. El evento congregaba a políticos, empresarios y celebridades locales, todos vestidos con la arrogancia que solo el dinero podía comprar. El anfitrión, un CEO joven y ambicioso, había organizado la fiesta para cerrar un acuerdo millonario, y las medidas de seguridad eran tan estrictas como impecables.Guardias en cada esquina, detectores de metales en la entrada y revisiones corporales a todo invitado. Nadie podía entrar sin pasar por el filtro… excepto ella.Lucía un vestido negro ajustado, elegante, con un escote apenas insinuante que no distraía de su porte sofisticado. Su cabello estaba recogido en un moño impecable y su mirada era la de una mujer segura de su lugar entre los poderosos. No era una invitada cualquiera: esa noche, había asumido la identidad de una colega de negocios de un socio extranjero del CEO, con credenciales falsificadas y documentos que resistían cualquier inspección
Último capítulo