3

La música se transformó en un eco distante mientras Valeria seguía los pasos de aquel desconocido. Sus dedos entrelazados con los de él transmitían una electricidad que recorría su columna vertebral. Aleksandr la guiaba con firmeza, apartándola del tumulto de cuerpos que se contorsionaban en la pista, hacia un espacio menos concurrido donde las luces rojas apenas iluminaban los contornos de los muebles.

—¿Siempre sigues a extraños en fiestas clandestinas? —preguntó él con un acento que acariciaba cada sílaba, convirtiéndola en algo exótico y peligroso.

Valeria levantó la barbilla, intentando recuperar algo de control.

—Solo cuando bailan tan bien como tú —respondió, sorprendiéndose de su propia audacia—. Aunque técnicamente, tú me estás siguiendo a mí ahora.

Una sonrisa ladeada se dibujó en el rostro de Aleksandr, haciendo que la cicatriz de su mejilla se tensara ligeramente. Había algo hipnótico en aquella marca, como si fuera la firma visible de una historia que Valeria no debería conocer.

—Touché —concedió él, guiándola hacia un sofá de terciopelo negro en un rincón apartado.

Con un gesto casi imperceptible, Aleksandr hizo que apareciera un camarero con dos copas de cristal tallado. El líquido ámbar brillaba bajo las luces pulsantes.

—Whisky de treinta años —explicó, ofreciéndole una copa—. Demasiado valioso para servirse en esta clase de eventos, pero tengo mis... privilegios.

Valeria tomó la copa, rozando intencionadamente los dedos de él.

—¿Y qué te hace merecedor de tales privilegios? —preguntó, dando un pequeño sorbo que le quemó la garganta de forma placentera.

Aleksandr no respondió inmediatamente. Sus ojos, del color del hielo bajo un cielo invernal, la estudiaban con una intensidad que debería haberla incomodado. En cambio, Valeria sentía que cada segundo bajo aquella mirada la desnudaba un poco más, y no le importaba.

—Digamos que conozco a las personas adecuadas —respondió finalmente, acercándose hasta que sus rodillas se tocaron—. Y tú, ¿qué hace una mujer como tú en un lugar como este?

—Escapar —la palabra salió de sus labios antes de que pudiera filtrarla—. De todo.

Algo cambió en la expresión de Aleksandr, un destello de reconocimiento, como si hubiera encontrado un reflejo de sí mismo en aquella confesión.

—Nadie escapa realmente —murmuró, extendiendo su mano para apartar un mechón de cabello que caía sobre el rostro de Valeria—. Solo encontramos distracciones temporales.

Sus dedos se demoraron en su cuello, trazando una línea invisible que descendía hasta su clavícula. Un escalofrío recorrió la piel de Valeria, pero no era de frío. Era anticipación pura, deseo en estado bruto.

—Entonces distráeme —susurró ella, sorprendida por su propia osadía.

Sin mediar más palabras, Aleksandr se levantó y le tendió la mano. Valeria la tomó sin dudar, permitiendo que la guiara a través de un pasillo apenas iluminado. Llegaron a una puerta negra que él abrió con naturalidad, como si conociera cada rincón de aquel lugar.

El espacio era pequeño pero lujoso: paredes tapizadas en rojo oscuro, un sofá de cuero negro y una ventana que ofrecía vistas a las luces de la ciudad. La música llegaba amortiguada, como el latido de un corazón lejano.

—¿Mejor? —preguntó él, cerrando la puerta tras ellos.

Valeria asintió, consciente de que estaba cruzando una línea invisible. Una parte de su mente le gritaba que diera media vuelta, que aquel hombre emanaba peligro por cada poro. Pero otra parte, la que había despertado cuando descubrió la traición de su novio, la empujaba hacia adelante, hacia el abismo que prometían aquellos ojos glaciales.

—No sé tu nombre —dijo ella, dando un paso hacia él.

Aleksandr dudó un instante. Por un segundo, la sombra de la desconfianza cruzó su mirada. En su mundo, nadie se acercaba a él sin un motivo oculto. ¿Era esta mujer diferente o solo otra potencial amenaza disfrazada de tentación? Pero había algo en ella, una vulnerabilidad auténtica que desarmaba sus defensas habituales.

—¿Importa? —respondió finalmente, acortando aún más la distancia entre ambos.

—Supongo que no —concedió Valeria, sintiendo cómo su respiración se aceleraba.

Aleksandr levantó una mano y acarició su mejilla con una delicadeza que contrastaba con la dureza de su mirada. Sus dedos descendieron por su mandíbula hasta detenerse en sus labios, trazándolos con el pulgar.

—Esta noche no somos nadie —murmuró él—. Solo dos personas buscando olvidar.

Y entonces la besó. No fue un beso tentativo ni dulce. Fue un asalto, una invasión que Valeria recibió con los labios entreabiertos y un gemido ahogado. Las manos de Aleksandr se deslizaron por su espalda, presionándola contra su cuerpo hasta que pudo sentir cada músculo tenso bajo aquel traje impecable.

Valeria se aferró a sus hombros, dejando que sus uñas se clavaran ligeramente en la tela. El beso se profundizó, volviéndose más hambriento, más desesperado. Él la empujó contra la pared, aprisionándola con su cuerpo mientras sus manos exploraban sus curvas con una urgencia casi violenta.

—Dime que pare —susurró él contra su cuello, mordisqueándolo suavemente.

—No pares —jadeó Valeria, arqueándose contra él.

Las manos de Aleksandr encontraron el borde de su vestido, deslizándose por debajo para acariciar la piel desnuda de sus muslos. Cada toque enviaba descargas eléctricas por todo su cuerpo, borrando cualquier pensamiento coherente de su mente.

Valeria no reconocía a la mujer en la que se había convertido en ese momento. La Valeria de siempre, prudente y calculadora, había desaparecido, reemplazada por esta versión salvaje que se entregaba a un desconocido en una habitación oscura.

Por un instante, el rostro de Matías apareció en su mente. Su ex, quien probablemente en ese mismo momento estaría con Luciana, la mujer que había destruido su relación. Una punzada de dolor atravesó su pecho, pero la desterró de inmediato. Esta noche era para ella, para perderse en sensaciones que borraran el recuerdo de su traición.

Sus bocas volvieron a encontrarse mientras las manos de ambos luchaban con la ropa que se interponía entre ellos. El vestido de Valeria subió hasta su cintura, la chaqueta de Aleksandr cayó al suelo. Cada prenda descartada era un paso más hacia un punto sin retorno.

—Eres peligrosa —murmuró él contra su piel, levantándola para que envolviera sus piernas alrededor de su cintura.

Valeria se rio, un sonido entrecortado por el deseo.

—Tú eres el que parece peligroso aquí —respondió, tirando de su camisa para sentir su piel contra la suya.

—No tienes idea —fue su respuesta antes de silenciarla con otro beso devastador.

Lo que siguió fue un torbellino de sensaciones: manos explorando, labios marcando territorios desconocidos, cuerpos fundiéndose en un ritmo primitivo contra aquella pared. No hubo palabras, solo jadeos y gemidos que se mezclaban con la música distante.

Mientras tanto, a varios metros de distancia, dos hombres de traje oscuro permanecían apostados en el pasillo. Uno de ellos llevó su mano al auricular que ocultaba bajo su cabello corto.

—El jefe no debe ser molestado —murmuró en ruso, observando la puerta cerrada—. Aseguren el perímetro.

El otro hombre asintió, ajustando disimuladamente el arma que llevaba bajo la chaqueta. Nadie en aquella fiesta, especialmente la mujer que ahora gemía en brazos de su jefe, podía imaginar quién era realmente el hombre de la cicatriz.

Y así, mientras Valeria se perdía en el éxtasis más intenso que había experimentado jamás, ignoraba que acababa de entregarse al hombre más peligroso de la ciudad. Un hombre que nunca olvidaba un rostro y que jamás dejaba cabos sueltos.

***

A kilómetros de distancia, en un apartamento de lujo en el centro de la ciudad, Matías miraba su teléfono por enésima vez. La pantalla seguía sin mostrar llamadas perdidas ni mensajes de Valeria. Llevaba días intentando contactarla, pero ella había desaparecido de su radar por completo.

—¿Todavía pensando en ella? —La voz de Luciana sonaba tensa desde el umbral de la habitación.

Matías bloqueó el teléfono rápidamente, como un niño atrapado en una travesura.

—Solo revisaba unos correos del trabajo —mintió, evitando mirarla directamente.

Luciana se acercó, envuelta en una bata de seda que dejaba poco a la imaginación. Se sentó junto a él en la cama, sus ojos estudiando cada detalle de su rostro.

—Sabes que no puedes engañarme, ¿verdad? —dijo, pasando sus dedos por el cabello de él—. La sigues extrañando.

No era una pregunta, sino una afirmación cargada de resentimiento.

—Es complicado, Lu —respondió Matías, frotándose la cara con frustración—. Estuvimos juntos tres años. No puedo simplemente borrarla de mi mente de un día para otro.

—Pero pudiste engañarla conmigo durante meses —replicó ella con una sonrisa amarga—. ¿Qué dice eso de ti?

Matías se levantó bruscamente, incapaz de soportar el peso de la culpa y el reproche simultáneamente.

—No quiero hablar de esto ahora.

—Nunca quieres hablar de esto —Luciana se puso de pie también, su voz elevándose ligeramente—. ¿Sabes qué? Estoy cansada de competir con un fantasma. Si tanto la extrañas, ¿por qué no vas a buscarla?

—Tal vez debería hacerlo —las palabras salieron de su boca antes de que pudiera detenerlas.

El silencio que siguió fue denso, cargado de implicaciones. Luciana lo miró como si acabara de abofetearla.

—Hazlo —dijo finalmente, con voz controlada—. Pero no esperes encontrarme aquí cuando regreses arrastrándote porque ella te mandó al diablo, como debería hacer.

Se dio la vuelta y salió de la habitación, dejando a Matías solo con sus pensamientos y remordimientos. Sabía que debería ir tras ella, disculparse, arreglar las cosas. Pero una parte de él, la parte que no dejaba de pensar en Valeria, se lo impedía.

Desbloqueó el teléfono nuevamente y abrió su galería de fotos. Allí estaba ella, sonriendo a la cámara en su último viaje juntos, antes de que todo se desmoronara. Sus ojos brillantes, su sonrisa genuina, la forma en que el viento jugaba con su cabello.

—¿Dónde estás, Val? —murmuró para sí mismo, mientras un plan comenzaba a formarse en su mente. La buscaría, le explicaría todo, le rogaría una segunda oportunidad si era necesario.

Lo que Matías no podía imaginar era que, en ese preciso momento, Valeria estaba en brazos de un hombre que haría que él pareciera un simple niño jugando a ser adulto. Un hombre que no compartiría lo que consideraba suyo, y que ya había comenzado a ver a Valeria exactamente de esa manera.

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