Una semana. Una semana desde que Aleksandr había descubierto su embarazo en la oficina. Una semana desde que le había ordenado que se mudara con él. Y Valeria seguía resistiéndose.
Vivía aún en su apartamento, pero sabía que era cuestión de tiempo. Aleksandr la llamaba cada día, enviaba a Dante a "verificar que estuviera bien", había aumentado la seguridad en su edificio sin consultarle. La jaula se estaba cerrando lentamente.
Esa noche, cuando Aleksandr apareció en su puerta sin avisar, la tensión que había estado acumulándose durante días explotó. Aleksandr entró sin esperar a que lo invitara, cerrando la puerta tras él con esa autoridad natural que tanto la irritaba. Traía comida en bolsas de un restaurante caro, como si tuviera derecho a presentarse así en su espacio.
—Necesitas comer —dijo, sacando recipientes de la bolsa—. El bebé necesita nutrientes.
—Necesito que dejes de aparecer sin avisar en mi casa —replicó ella, cruzándose de brazos—. Y necesito que entiendas que no voy a