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El Audi de Zoe rugía por la autopista mientras dejaban atrás las luces de la ciudad. Valeria observaba cómo los edificios se convertían en naves industriales abandonadas, un paisaje desolado que parecía el escenario perfecto para cometer un crimen.

—¿Estás segura de que es por aquí? —preguntó Valeria, ajustándose el vestido negro que Zoe le había obligado a ponerse—. Parece que nos dirigimos al lugar donde los asesinos en serie esconden los cuerpos.

Zoe soltó una carcajada mientras giraba el volante con decisión.

—Ese es el punto, cariño. Las mejores fiestas siempre están donde nadie miraría. —Le guiñó un ojo—. Además, ¿no querías vengarte de ese imbécil? Pues bienvenida al lugar perfecto para hacerlo.

Valeria se mordió el labio inferior recordando. Hacía apenas tres días que había encontrado a Matías besándose con su ex en el estacionamiento del trabajo. Tres días desde que su vida "perfecta" se había desmoronado como un castillo de naipes. Y ahora estaba aquí, siguiendo a su mejor amiga hacia lo desconocido, con un nudo en el estómago que no sabía si era miedo o excitación.

—¿Venganza? —preguntó Valeria, mirando a su amiga con curiosidad.

Zoe sonrió con malicia mientras sacaba un pequeño fajo de billetes de su bolso.

—Esta noche, amiga mía, vas a contratar al hombre más guapo de la fiesta y vas a pasarlo tan bien que olvidarás hasta el nombre de Matías. —Agitó los billetes frente a ella—. Y luego le enviarás una foto para que sepa exactamente lo que se perdió.

Valeria abrió los ojos como platos.

—¿Un prostituto? ¿Estás loca? Yo nunca...

—No son prostitutos, son "acompañantes exclusivos". —Zoe hizo comillas con los dedos—. Y créeme, algunos parecen modelos de Calvin Klein. Además, ¿qué mejor manera de olvidar a un hombre que con otro?

El Audi se detuvo frente a lo que parecía una antigua fábrica textil. No había carteles, ni luces exteriores, solo un hombre corpulento custodiando una puerta metálica. Zoe intercambió unas palabras con él, mostró algo en su teléfono, y las puertas se abrieron como si fueran las fauces de una bestia dispuesta a devorarlas.

—Bienvenida al Infierno Rojo —susurró Zoe con una sonrisa traviesa.

Al entrar, Valeria sintió que cruzaba un portal a otra dimensión. El interior era un laberinto de luces de neón que palpitaban al ritmo de una música tan grave que reverberaba en sus huesos. El techo, altísimo, estaba cubierto de telas rojas que ondulaban como lenguas de fuego. Cientos de cuerpos se movían en la pista, una masa humana que parecía poseer vida propia.

—¿Qué es este lugar? —gritó Valeria para hacerse oír por encima del estruendo.

—El secreto mejor guardado de la ciudad —respondió Zoe, arrastrándola hacia la barra—. Aquí vienen los que quieren desaparecer por una noche... o encontrar compañía especial.

El aire estaba cargado de una mezcla embriagadora: alcohol, perfumes caros y ese aroma inconfundible del peligro. Valeria observó a su alrededor: hombres con trajes impecables, mujeres con vestidos que dejaban poco a la imaginación, y en los rincones más oscuros, figuras que parecían vigilar cada movimiento.

—Dos vodkas, por favor —pidió Zoe al barman, un hombre con tatuajes cirílicos en los nudillos—. Dobles.

Valeria aceptó el vaso y bebió un largo trago. El alcohol quemó su garganta, pero agradeció esa sensación. Necesitaba algo que la anclara a la realidad, algo que le recordara que estaba viva después de sentirse muerta por dentro durante días.

—Vamos a bailar —dijo Zoe, arrastrándola hacia la pista—. Y a buscar al candidato perfecto para tu noche de venganza.

La música cambió a algo más lento, más hipnótico. Valeria cerró los ojos y dejó que su cuerpo se moviera, intentando olvidar. El segundo vodka llegó, luego el tercero. Con cada trago, las inhibiciones se desvanecían como la niebla bajo el sol.

Fue entonces cuando lo sintió. Una mirada tan intensa que parecía atravesarla físicamente. Abrió los ojos y buscó entre la multitud hasta que lo encontró.

En la zona VIP, rodeado de hombres con expresiones severas, estaba él. Un hombre que parecía fuera de lugar y, al mismo tiempo, como si todo el lugar le perteneciera. Traje negro impecable, camisa desabrochada en el cuello, cabello oscuro peinado hacia atrás. Pero lo que la paralizó fueron sus ojos: verdes, fríos, calculadores. Y la cicatriz que cruzaba su mejilla izquierda, un recordatorio de que aquel hombre había sobrevivido a algo que debería haberlo matado.

La miraba directamente a ella, ignorando a las mujeres que lo rodeaban, como un depredador que ha encontrado a su presa.

—Ese —dijo Valeria, señalando al hombre de la cicatriz—. Quiero a ese.

Zoe siguió su mirada y sus ojos se abrieron como platos.

—¿Estás de broma? Es Aleksandr Volkov. —Al ver la expresión confusa de Valeria, añadió—: Dueño de medio distrito financiero, rumores de conexiones con la mafia rusa... y definitivamente no alguien a quien puedas contratar, Val.

—¿Cómo sabes que no está disponible? —insistió Valeria, el alcohol nublando su juicio—. Es perfecto. Quiero que sea él.

Zoe la miró con preocupación.

—Val, estás borracha. Ese hombre no es un acompañante, es...

Pero Valeria ya no escuchaba. Con determinación, tomó el fajo de billetes del bolso de Zoe y se dirigió hacia la zona VIP. Los guardias la detuvieron, pero ella les mostró el dinero.

—Quiero una hora con él —dijo, señalando hacia Aleksandr.

Los guardias intercambiaron miradas confusas, pero antes de que pudieran responder, Aleksandr hizo un gesto con la mano. Los hombres se apartaron, permitiéndole el paso.

Valeria avanzó, tambaleándose ligeramente, hasta quedar frente a él. De cerca, era aún más intimidante. Su presencia llenaba el espacio, haciendo que todo a su alrededor pareciera insignificante.

—¿Cuánto por una hora? —preguntó Valeria, extendiendo los billetes.

Una sonrisa peligrosa se dibujó en los labios de Aleksandr. Se inclinó hacia ella, su aliento cálido rozando su oreja.

—No tienes suficiente dinero en el mundo para comprarme, *malyshka* —susurró—. Pero esta noche, haré una excepción.

Tomó su mano y la guio a través de un pasillo oculto tras una cortina roja. Valeria lo siguió, hipnotizada, mientras la música se desvanecía a sus espaldas. Llegaron a una puerta negra que Aleksandr abrió con una tarjeta.

La habitación era lujosa: una cama enorme con sábanas de seda negra, paredes de un rojo intenso, y ventanales que ofrecían una vista panorámica de la ciudad. Valeria se dio cuenta de que estaban en un nivel superior del edificio, lejos del bullicio de la fiesta.

—Pensé que las habitaciones serían más... simples —comentó, dejándose caer en la cama.

Aleksandr la observaba con una mezcla de diversión y deseo.

—Esta es mi habitación personal —respondió, quitándose la chaqueta del traje—. No la de un... ¿cómo me llamaste? ¿Un acompañante?

Valeria sintió que el suelo se abría bajo sus pies. La realidad comenzó a filtrarse a través de la niebla alcohólica.

—Yo... pensé que tú eras... —balbuceó, intentando incorporarse.

Aleksandr se acercó, acorralándola contra la cama. Sus ojos verdes brillaban con una intensidad que la dejó sin aliento.

—¿Qué pensaste exactamente, *malyshka*? —Su voz era un susurro peligroso—. ¿Que podrías comprarme? ¿Que podrías usarme para tu pequeña venganza y luego desaparecer?

Valeria tragó saliva, súbitamente consciente de su error. Pero en lugar de miedo, sintió una excitación que la sorprendió. Este hombre, este depredador, la miraba como si fuera la única mujer en el mundo.

—Yo... lo siento, me equivoqué —intentó explicar—. Estoy borracha y...

Aleksandr colocó un dedo sobre sus labios, silenciándola.

—No te disculpes. Me has intrigado. —Su mirada recorrió su cuerpo con apreciación—. Y ahora que estás aquí, sería una lástima desperdiciar la oportunidad.

Lo que siguió fue un torbellino de sensaciones. Manos expertas recorriendo su cuerpo, labios exigentes sobre los suyos, y un placer tan intenso que la hizo olvidar todo: a Matías, su traición, incluso su propio nombre. Solo existía Aleksandr y la forma en que la hacía sentir.

Horas después, cuando el amanecer comenzaba a asomarse por los ventanales, Valeria se deslizó fuera de la cama. Aleksandr dormía profundamente, su rostro relajado, casi vulnerable sin la máscara de frialdad que solía llevar.

Se vistió en silencio, recogiendo su ropa esparcida por el suelo. Antes de salir, tomó su bolso y extrajo la pastilla anticonceptiva de emergencia que siempre llevaba consigo. La tragó con un sorbo de agua, determinada a no dejar ninguna consecuencia de aquella noche de locura.

Mientras cerraba la puerta tras de sí, no notó la mirada verde que seguía cada uno de sus movimientos desde la cama.

***

El teléfono de Valeria no dejaba de sonar. Veinte llamadas perdidas de Matías. Cuarenta mensajes preguntando dónde estaba, con quién estaba, exigiendo explicaciones. La ironía no se le escapaba: el hombre que la había engañado ahora ardía de celos ante la posibilidad de que ella hubiera hecho lo mismo.

—Te lo dije —comentó Zoe, conduciendo de regreso a la ciudad—. Los hombres siempre quieren lo que no pueden tener. ¿Vas a contestarle?

Valeria miró los mensajes una vez más antes de apagar el teléfono.

—No. Que sufra un poco más.

Lo que no sabía Valeria era que, a pesar de la pastilla anticonceptiva, el destino ya había trazado un camino que uniría su vida a la de Aleksandr Volkov de manera irreversible. Y que pronto, muy pronto, descubriría que algunas noches tienen consecuencias que ninguna precaución puede evitar.

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