El despertador marcaba las seis de la mañana cuando Valeria abrió los ojos por cuarta vez esa noche. El sueño se había convertido en un lujo inalcanzable desde hacía días. Se incorporó lentamente, sintiendo cómo su estómago protestaba ante el simple movimiento. La náusea llegó como una ola implacable.
Corrió al baño y se arrodilló frente al inodoro, vaciando el poco contenido que quedaba en su estómago. Las arcadas continuaron incluso cuando ya no había nada que expulsar. Se apoyó contra la pared de azulejos fríos, respirando entrecortadamente.
—Otra vez —murmuró para sí misma, limpiándose la boca con el dorso de la mano.
Era la tercera mañana consecutiva. Al principio, había intentado convencerse de que era estrés, o quizás algo que había comido. Pero en el fondo, sabía la verdad. La había sabido desde el momento en que vio aquellas dos líneas rosadas en la prueba de embarazo dos semanas atrás, en el baño de Zoe.
Valeria se miró en el espejo. Su rostro estaba pálido, con ojeras profun