Mundo ficciónIniciar sesión—Cásate conmigo y te daré todo lo que quieras. Todo lo que necesites es tuyo, yo, mi casa, mi dinero, tu hija, todo —expresó Eiríkr Jackson efusivamente. Dudé un momento, pero luego de pensarlo accedí. Quería a mi hija más que todo lo que él me ofrecía y si para eso debía casarme con un hombre al que solo he visto tres veces, aceptaré. Everly Jenkins, salvó a Eiríkr Jackson hace cinco años de ser asesinado por la mafia enemiga. Sin embargo, el destino tenía planes sorprendentes para ambos. Ahora, cinco años después, Eiríkr ha emergido como príncipe de la mafia en Denver y su camino se cruza nuevamente con el de Everly rescatándola de un matrimonio abusivo. Eiríkr se siente atraído por la valentía y fortaleza de Everly, y la coacciona para casarse con él. Aunque ella ya estaba divorciada, desempleada y con una hija, la conexión entre ellos va más allá de lo que imaginaron. Sin embargo, el amor que han construido se ve amenazado cuando una guerra entre las mafias de ambas ciudades vecinas estalla. Además, descubren una red de corrupción donde se gestan oscuros complots en su contra. La pareja se encuentra en medio de un peligroso juego de venganza y conspiración, y su futuro juntos se ve incierto. Pero el lazo que los une es más fuerte que las circunstancias que los rodean. Juntos, lucharán por su amor y por un futuro donde puedan vivir en paz y superar los obstáculos que se interponen en su camino. ¿Podrán Everly y Eiríkr enfrentar todas las adversidades y encontrar la felicidad que merecen, o sucumbirán ante las fuerzas oscuras que los rodean? Una historia llena de emocionantes giros y decisiones difíciles. Descubre cómo el destino entrelaza sus vidas en una trama cargada de pasión, peligro y redención.
Leer más7 de julio de 2019, Denver.
Soy Eirikr, hijo de un mafioso de la familia en Denver, y esta es mi historia.Se escuchan como trotes de cientos de equinos, pero en realidad es el tropel de algunos miembros de la mafia que gobierna Lakewood. Eiríkr corre tan rápido como le permiten sus piernas, sintiéndose fatigado con cada avance que da.
—¡Detente, maldito hijo de papi! —grita Jacovy Mangione, quien parece ser la cabecilla de esa banda de criminales.
—¡Jódete, maldito mafioso de quinta! —responde Eirikr, sonando cansado de tanto correr.
Eiríkr ignora el resto de insultos que los demás le lanzan y sigue corriendo en medio de la noche, evadiendo a los transeúntes que se apresuran a salir del cine Álamo Drafthouse. Si no fuera por esas personas que salieron casi todas juntas, el “príncipe de Denver” ya sería el costal de boxeo de los Gold Toad.
Sin saber más qué hacer, Eiríkr entra corriendo al callejón más oscuro que encuentra, con la esperanza de no ser visto por los mafiosos y rogándole al universo, volver a casa a salvo para planear su venganza.
Su corazón acelerado y la adrenalina del momento no le permiten percatarse de la delgada figura de la chica que camina entre contenedores y basura, hasta que la hace caer.
—¡Pero, ¿qué diablos?! —grita Everly asustada.
Eiríkr, temiendo ser descubierto por los Gold Toad, cubre rápidamente la boca de la chica y la empuja contra la pared, ocultándose detrás de un contenedor. La mirada de la joven lo cautiva: unos ojos abiertos de tonos gris y azul lo miran con acusación.
Everly, aterrada de que él quiera hacerle daño, comienza a golpearlo con sus puños para intentar apartarlo.
—Tranquila, por favor, no grites, no te haré daño —expresa rápidamente el joven con el pulso acelerado y la respiración entrecortada—. Me vienen persiguiendo, por favor, no hagas ruido, ¿comprendes?
Everly se da cuenta del miedo que él tiene en la mirada, lo que le provoca confianza, y asiente.
“Maldición, si me encuentran con ella nos matarán a ambos. Maldita sea la hora en que choqué con ella”, piensa el mafioso antes de quitar su mano de la boca.
Eiríkr está cautivado por su mirada y la heterocromía que posee. Sin darse cuenta, mantiene su cuerpo pegado al de ella. La joven puede sentir el calor que emana de su piel, la fragancia de su perfume mezclada con sudor. Tras los manoteos, deja sus manos sobre los brazos de él, sintiendo sus músculos torneados.
—Sígueme —dice ella mientras lo empuja suavemente.
—Te dije que me están siguiendo —comenta él, sin entender qué es lo que quiere ella.
—Si quieres salvar tu vida, sígueme. Si no, quédate para ser golpeado hasta la muerte.
No sabe si es la mirada de la joven desconocida que lo incita a seguirla o la advertencia explícita de su comentario, lo que lo hace correr tras ella.
—Voy, ser golpeado hasta la muerte no está en mis planes por ahora —dice Eirikr siguiéndola.
—¡Acá está! —grita un joven cubierto de tatuajes en la entrada de lo que parece un callejón.
Ambos se giran a verlo, pero es Everly quien comienza a correr.
—¡Sube! —advierte la joven escalando unos botes de basura.
Eirikr la sigue hasta topar con una malla al final de lo que creía un callejón que da a un estacionamiento.
—Salta —ordena Everly, brincando de una al asfalto de un parqueadero casi escueto.
Corre hasta su viejo auto, con el chico de nariz recta y cabello alborotado detrás de ella, y sube de una a su cacharro con llantas.
—Bendita sea la hora en que los seguros del auto dejaron de servir —murmura mientras mete la llave para intentar encenderlo.
—¿Qué? ¿Este es tu auto? Es tan viejo que llegaría primero corriendo a Aurora —refiere él, dudando si entrar o no.
—¡Como quieras, pero que sepas que no declararé si te asesinan aquí! —advierte la joven desde su asiento, mientras intenta encender el motor, pero su auto no coopera.
Eirikr sube a su lado, sin dejar de mirar cómo uno a uno de los Gold Toad van apareciendo en el estacionamiento.
—¡Arranca esta m****a! —grita él, desesperado.
—¡No le hagas caso, mi preciosa, estás vieja, pero no eres una m****a! Anda, Meche, no me falles, nunca lo haces —asegura Everly, dirigiéndose a su Mercedes Benz de 1961.
Eirikr está a punto de bajarse cuando el motor por fin logra encender.
—Te dije, ella nunca falla.
Los disparos comienzan a oírse en cuanto avanzan. Ambos se encogen. Pero Everly no deja de conducir como alma que lleva el diablo. La adrenalina del momento la hace manejar mejor de lo que lo hace normalmente.
—Maldita sea, ¿qué fue lo que hiciste? —pregunta ella.
—No quieres saber —interrumpe él intentando llamar a alguien por teléfono; sin embargo, nadie le responde.
Ella no deja de conducir, esperando escapar sana y salva. No es hasta que se da cuenta de que está tomando la ruta a su viejo y decaído hogar, que recuerda que debe dejar al desconocido —aunque guapo— joven.
—¿Dónde te dejo? —inquiere Everly, con la esperanza de que él le diga que en la esquina.
Aunque, viéndolo mejor, no le importaría llevarlo a su casa.
«Es demasiado guapo para mí», piensa ella mirándolo de reojo.
—Llévame al St. Anthony Hospital en Westminster. No te preocupes por la gasolina, te pagaré todo —Eirikr saca un puño de dinero de su bolsillo y, tras abrir la guantera, lo deja ahí—. Está limpio, lo gané honradamente —advierte al darse cuenta de la mirada asustadiza de la joven.
—No tienes que pagarme nada —asegura ella, sintiéndose ofendida. Esa noche ha sido una total m****a para ella.
—Me salvaste la vida —dice él, dándose cuenta de que ella maneja más rápido de lo permitido—. Y quiero seguirla conservando, así que deberías manejar más tranquila. Estamos fuera de peligro.
Everly se percata de que va a exceso de velocidad y entonces desacelera.
—Lo siento… la adrenalina —advierte ella, dándose cuenta de que efectivamente están fuera de peligro.
Un golpe de nervios y de realidad la invade, haciéndola sentir ansiosa. El lago McKay está a la vista, así que de inmediato se estaciona en la orilla, baja de su Mercedes comenzando a jadear.
—Tranquila… —dice Eirikr, que está a su lado.
Everly está llorando.
Él cree que es del susto.
—Ven, ya… —la rodea con un abrazo, dejando que ella esconda el rostro en su pecho—. Estarás bien, nada te va a pasar, ya no estamos en peligro.
Everly lo escucha y desea con todo su ser que así sea, que ella esté fuera de peligro y que nada le pase. Escucharlo solo hace que los sentimientos que la embargaban antes de encontrarse con él en ese tenebroso callejón afloren con más ahínco.
“Si supiera por qué lloro, no me estaría abrazando”, piensa ella permitiéndose el desahogo.
Eirikr toma su mentón, buscando esa mirada magnética que lo embrujó en medio de la oscuridad. Solo quiere verla una vez más antes de marcharse para siempre. Las lágrimas hacen que sus ojos brillen con más intensidad; una descripción no le haría justicia.
Everly se pierde en él: en su aroma, en su cuerpo, en su tacto y en la electricidad que los atrae uno al otro. No hay chispas, ni corrientes magnéticas, ni luces parpadeantes, solo son ellos enlazados por el destino, unidos con potencia hasta que la pasión se desborda en un beso, en un toque, en la intimidad que la adrenalina del momento y la inmensidad de la oscuridad de la noche les da.
—Esta mañana has amanecido hermosa —declara Eirikr a Everly después de haber hecho el amor.Ambos yacen recostados sobre la cama, completamente desnudos, con sus cuerpos sudorosos. Él la sostiene contra su cuerpo intentando conservar el calor matinal.—¿Ah, sí? —inquiere ella mientras, con su dedo índice, roza la barba de Eirikr—. Pues tú estás muy peludo —menciona riéndose con picardía.—¿Peludo?—Sí, peludo como oso —se ríe ella sin dejar de acariciar la barba crecida de Eirikr.—¿No te gusta? —inquiere Eirikr con curiosidad.—Sí… solo que es raro. Te ves… mayor.—¿Mayor? ¿Qué tan mayor? ¿Mayor como un abuelo? —pregunta divertido, mientras desliza su cuerpo un poco por encima de ella y le hace cosquillas con la barba, haciendo que ella ría.—Mayor como más grande que yo, y tenemos la misma edad… —alcanza a responder ella entre risas.—Vale, ya entendí, me quedaré tan bien depilado que mi piel será como la de bebé, suave y tersa —advierte Eirikr poniéndose de pie desnudo. Luego toma
El día de la subastaMientras el salón de gala continuaba desbordando risas, copas y promesas vacías, en otro punto del edificio se tejía el verdadero espectáculo. Entre los candelabros y los aplausos superficiales, Patrick Jackson y sus socios de sangre y guerra se preparaban para el movimiento que llevaban semanas planeando: el golpe que pondría fin al reinado del “Sapo de la mafia”, Jacovy Mangione, y su recién sellada alianza con Mick Rossi.No era un ajuste de cuentas cualquiera. Era una declaración. Una limpieza interna, una advertencia de que los Jackson todavía dominaban el tablero, y que la lealtad traicionada se paga con fuego.Lorenzo Fabri fue el primero en hablar, con la serenidad propia del consigliere que había visto caer imperios y renacer mafias desde la sombra.—Debemos irnos —informó con voz baja, apenas audible por encima del murmullo de los invitados.Patrick levantó la mirada. Su copa de vino seguía llena. No bebía en los momentos decisivos; decía que el alcohol
El sótano de la mansión estaba sumido en penumbras, iluminado solo por una bombilla desnuda que parpadeaba como si se resistiera a morir. El olor a humedad se mezclaba con el hedor metálico de la sangre seca.Otto estaba encadenado a una silla de hierro. La piel de sus muñecas estaba desgarrada y sus ojos tan rojos como desorbitados que delataban el miedo que intentaba ocultar bajo una máscara rota de soberbia.Eiríkr Jackson, con la camisa arremangada y los tatuajes vibrando sobre su piel tensa, se plantó frente a él como un juez implacable.—¿Te suena, Otto? —preguntó con voz grave mientras dejaba caer unos guantes de cuero sobre la mesa metálica—. Cada lágrima de mi mujer… cada humillación a mi hija… hoy te las voy a cobrar con intereses.Sin esperar respuesta, Eiríkr lo tomó del cabello y le estampó el rostro contra la mesa. La sangre brotó de inmediato, tiñendo de rojo toda la superficie metálica—¡Así lloraba Deneb cuando la llamaste obesa y deforme! —rugió, y el siguiente golpe
El salón de gala se cubría de lujo: candelabros de cristal, alfombras que amortiguaban cada paso que daban los presentes y un murmullo constante de conversaciones cargadas de intriga entre la alta élite. Entre copa y copa, los grandes nombres de Denver y del país intercambiaban promesas vacías, alianzas disfrazadas y sonrisas que no llegaban jamás a los ojos, pues tan fingidas eran como sus promesas. Patrick Jackson, con su porte imponente, se desplazaba entre los grupos con la calma de quien se sabe dueño del escenario. A su lado, Elio mantenía la compostura elegante de un caballero, mientras Lorenzo Fabri, el consigliere, observaba y escuchaba con su habitual discreción de hombre que siempre calcula dos pasos por delante. —Es una verdadera lástima —comentó un empresario con barriga prominente y bigote bien cuidado, alzando la copa—, que Eiríkr haya tenido que comprometerse con esa joven don nadie. Patrick se volvió lentamente hacia él, con una sonrisa fría y calculadora. —¿Una l
Camila lo arrastra con determinación, como si hubiese conquistado una victoria. Él se deja llevar con calma, apoyando la mano en su brazo. El gesto, aunque frío, la hace sentirse poderosa. Cuando llegan al centro de la pista, las luces se concentran sobre ellos y la música comienza a sonar.La multitud rompió en aplausos al ver a Camila aferrada a Eiríkr, pero él, incluso en la pista, no dejó de mirar a Everly. Sus ojos se encontraron, y en ese cruce silencioso, quedó claro que el verdadero baile de la noche aún no había comenzado.—Míranos —susurra Camila con falsa dulzura, apretándose contra él—. Nos vemos perfectos juntos.Eiríkr fija la mirada en ella, sin un rastro de duda.—Deja de insistir, Camila. Sabes que tengo a mi pareja, que Everly y yo estamos comprometidos.Ella ladea la cabeza con picardía.—¿Seguro? —lo reta, saboreando la provocación.Él no responde de inmediato, porque al girar la cabeza ve algo que lo hiela. Vincent, impecable con su sonrisa de galán, se acerca a E
Elio llegó al evento con la calma calculadora de un depredador. A su lado, Patrick Jackson irradiaba elegancia con su porte imponente, y tras ellos, el consigliere de Patrick, Lorenzo Fabri, caminaba con esa sonrisa discreta de hombre que siempre sabe más de lo que aparenta. El salón estaba lleno de luminarias: políticos, empresarios y rostros de la élite de Denver, todos bebiendo champaña y fingiendo que la ciudad no se sostenía sobre sangre y dinero sucio.Patrick fue el primero en dar el paso al frente. Saludó al alcalde de la ciudad con un apretón de manos firme, luego al gobernador del estado, y finalmente a Xavier Rossi, hermano de Mick. —Xavier, viejo amigo —dijo Patrick, como si no guardara un rastro de rencor—. Siempre un placer coincidir en estos lugares. —Patrick… —respondió Rossi, forzando una sonrisa mientras su mandíbula se tensaba.Elio observaba con serenidad. La venganza no siempre se ejecutaba con balas; a veces, se cocinaba lentamente frente a un público que no t





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