La luz entra por la ventana iluminando su rostro e impidiendo su sueño. Se despereza y al abrir los ojos, la realidad le pega de lleno en el corazón. Su hija, Otto, le había quitado lo que más amaba, además de haberla humillado frente a su ex mejor amiga.
La suavidad de las sábanas satinadas se deslizan fácilmente por su piel, se da cuenta de que está desnuda casi por completo haciendo que se avergüence por ello inmediatamente. Su primer pensamiento fue que quizás hizo algo que no debía, pero luego recordó que ella se había presentado en su casa con solo ropa interior y la gabardina vieja cubriendo su cuerpo.
Se cubre completamente intentando recordar cómo es que se quedó solo con sostén y si el hombre de hermoso cabello cobrizo oscuro la vio en paños menores.
—Buenos días —saluda el hombre de nombre desconocido sentado junto a ella con el semblante serio y la mirada fría.
Everly se cubre rápidamente con las sábanas lo más que puede. Su pulso se acelera, no recuerda muy bien lo que sucedió anoche, pero de algo está segura y es que no conoce del todo al tipo frente a ella.
En algún punto de su vida se aferró a ese recuerdo, de él y ella a la orilla del lago.
El hombre se acerca a ella aprisionándola con su cuerpo, la tensión entre ellos se siente. Eirikr vuelve a ver esos hermosos ojos que le han mantenido cautivo desde aquel día que la conoció. Everly intenta recordarlo, no se parece mucho al hombre que conoció, ahora está cambiado. Se ve más adulto y seductor, pero también más distante, menos cálido. No puede encontrar al joven tierno con el que coincidió aquella noche de verano.
Los recuerdos llegan a la memoria de ambos, Eirikr acaricia su frente, pasa su mano por su pómulo y mentón. Su tacto va dejando un hormigueo por el rostro de ella haciendo que su vientre se contraiga, y que su moral le dicte que eso está mal.
—¡Suéltame, soy una mujer casada! ¡Mi marido me ha de estar esperando con mi hija en casa! —refiere ella empujándolo.
—¿Así es como piensas pagarme, después de lo de anoche? —inquiere él dejándola ir.
Everly había llorado en el hombro del hombre hasta ya más no poder. La doctora que fue a revisarla dejó la factura sobre la mesa, pero ella no tenía dinero. ¿De dónde podría pagarla? Solo era una simple ama de casa, con el sueño frustrado de ser una escritora.
La joven ama de casa se pone de pie cubriéndose con la sábana mientras alejándose de él, ya que todo su ser le dicta que se acerque, pero la razón es más poderosa y le dicta lo contrario.
—Bien, si eso es lo que quieres, te aseguro que yo no estoy interesado. Toma —extiende Eirikr la factura de la doctora y Everly la toma asustada.
—Yo no tengo ese dinero —dice Everly, mirando la cantidad exagerada que le cobran solo por limpiar unas heridas y suturar el corte interno de su labio.
—¿Entonces cómo piensas pagarme? —responde él, recordando el dinero que dejó en la guantera aquella noche… y también lo que compartieron bajo el cielo estrellado junto al lago.
Ella se pega a la pared, sin saber qué hacer.
—Yo no tendré sexo contigo —asegura Everly, provocando una carcajada baja y gutural de Eirikr.
—¿Qué te hace pensar que deseo tenerte en mi cama? —alza una ceja oscura, con esa mezcla de desafío y provocación que la desarma.
—Yo… —se atraganta con las palabras, incapaz de continuar.
Eirikr percibe su desconcierto; probablemente no recuerda lo sucedido anoche por el medicamento que la anestesió. Camina hasta el otro lado de la cama y, con calma, levanta la tanguita roja de encaje con sus dedos. Everly se sonroja al instante.
—Nena, si es esto lo que buscas… aquí lo tienes —dice, arrugando el pequeño pedazo de tela entre sus manos.
—Yo no… —tartamudea, sin poder completar la frase.
—No, ni tú ni yo hicimos nada… aunque la verdad —señala, guardando la tanguita en su bolsillo del pantalón— te habría hecho gemir mi nombre más veces de lo que podrías recordar que alguien te haya hecho gemir, si no fuera por las lágrimas de anoche, por tu amiga y cómo se atrevió a usar tu ropa interior.
Everly siente que las palabras se le quedan atascadas en la garganta, su cuerpo se tensa y la boca se le seca.
—Así que no… no hicimos nada para lo que no estés lista —dice él con una sonrisa confiada, acercándose a ella. Apoya su brazo derecho en la pared, junto a su cabeza, inclinándose hasta susurrarle al oído—. Al menos… por ahora.
Ella traga con dificultad, respirando agitada. Le molesta profundamente que pueda provocarle estas emociones, en esas circunstancias, con el corazón y el cuerpo latiendo al mismo tiempo por él.
Everly, asustada de que le fuera a seguir cobrando, toma lo primero que ve del suelo y comienza a vestirse, alejándose de él. No ve su gabardina vieja por ningún lado, pero sí el bóxer de él. Lo toma, al igual que la cazadora del hombre que bien podría cubrir su cuerpo.
—¿Pero qué demonios haces? —inquiere él cuando la ve alejarse mientras se va vistiendo.
—Lo siento, no tengo dinero, pero te pagaré… lo prometo —dice ella abriendo la puerta y dándose cuenta de que es un hotel en donde está.
Sale de aquel lugar intentando acomodar su cabello. Al llegar a la calle se da cuenta del frío que hace y mete las manos en los bolsillos de la cazadora negra. Algo metálico y helado la toman por sorpresa, de inmediato se da cuenta de que es un arma y se le ocurre una grandiosa idea. Se alegra porque en el otro bolsillo hay dinero que puede usar para huir en caso de ser necesario. Lo saca y se da cuenta de que la menos hay tres mil dólares ahí.
—¿Quién anda con tanto dinero en el bolsillo como si nada? —pregunta en voz alta a nadie en particular junto a la acera.
Everly nota que un taxi se acerca y hace la parada. Cuando sube le da la dirección de su casa y este la conduce hasta allá. El día es soleado y no hace más que complicar su agobio, pero está decidida a volver por su hija.
—Quédese con el cambio —dice al conductor dándole un billete de cien dólares cuando está la deja en su casa—. Y gracias…
—Gracias —responde el taxista y se marcha.
Everly camina decidida hasta su casa, abre la puerta y entra despacio. Otto sigue en casa, lo sabe por qué su camioneta permanece afuera. Camina aún con los tacones del día anterior, intentando no hacer ruido. Su pequeña yace dormida en su pequeña cama, así que toma su mochila y comienza a meter ropa de ella para luego despertarla.
—Deneb, es mami —murmura en voz baja a su pequeña.
—¡Mami, volviste! —expresa con tono entusiasmado la niña al ver a su mamá.
—Sh, ven, tenemos que salir rápidamente. Vamos a ir a un viaje, pero papito no debe saber, es sorpresa, ¿está bien? —pide con los nervios a flor de piel.
—Si —responde la niña sentándose en la orilla de la cama.
Everly le pone los tenis con las manos temblorosas, temerosa de que Otto la descubra. Ambas salen de la recámara en completo silencio, las llaves de su Mercedes Benz siguen en el sofá, las toma. Siente cómo el alivio le recorre el cuerpo, está a nada de liberarse del que fue su querido esposo alguna vez.
—¡Falta copito! —grita Deneb quien regresa corriendo a su habitación a por su peluche.
Everly siente que el alma se le cae a los pies, pues su pequeña hace tremendo ruido al correr, al abrir la puerta y luego al azotarla para volver a ella.
—¡¿Qué está pasando aquí?! —grita Otto saliendo de su habitación—. ¿Dónde crees que vas con mi hija?
La voz de Otto resuena en la pequeña casa de madera, Everly siente cómo su vientre se contrae del susto. Este camina lleno de furia hacia ella, pero antes empuja a su hija cuando esta intenta alcanzar a su madre.
—¡Suéltala! —exclama Everly enojada—. ¡Déjanos ir, te dejaremos el camino libre para que hagas tu vida con Stefany!
—Ella solo es la puta del momento —ríe burlándose y tomando a Everly de los hombros para empujarla.
—¡Eres un maldito egoísta sin corazón! —grita Everly cuando Otto la aplasta contra la pared—. ¡Ah, suéltame!
—¡Te dije que te atuvieras a las consecuencias si volvías!
—¡Papá, suelta a mamá! —llora Deneb intentando quitar a su padre que tiene sometida a su madre contra la pared.
Otto en un arranque de ira suelta a Everly solo para tomar su cabeza y azotarla contra el muro.
—¡Nooo! —grita Deneb asustada queriendo socorrer a su mamá.
—¡Que te quites, mocosa! —gruñe Otto intentando golpear a su hija.
Everly saca el arma de la cazadora y le apunta con ella por mero instinto de supervivencia. La pequeña, asustada, se aleja y Otto intenta tomarla del brazo al mismo tiempo que intenta quitarle el arma a Everly.
—¡Déjala si no te disparo! —advierte Everly asustada y con las manos temblorosas.
—Eres una mujer cobarde, no te atreverías —asegura él casi riéndose.
—¡No me pongas a prueba, maldito, enfermo! —amenaza la joven tomando de la mano a su hija.
Ambas caminan hasta la puerta, Otto mantiene una mirada amenazante, mientras mantiene su distancia.
—Que seas feliz —dice Everly mientras baja el arma para salir y no la vean con ella.
—Sueñas —expresa él lanzándose a por ellas cuando ve que Everly bajó la guardia. Toma a la niña, arrebatándola de la mano de su madre.
—¡Mamá!
—¡Otto, no, déjala! —forcejea con él por su hija, hasta que esté la suelta solo para intentar quitarle el arma.
Everly intenta no soltar el arma porque de ser así, está segura que él si le dispararía. Las manos de él están sobre las de ella. Deneb está llorando. De pronto un golpe seco golpea el rostro de Everly haciendo que esta apriete el gatillo.
Deneb sale corriendo asustada mientras que Otto grita de dolor y la joven que esperanzada buscaba una salida, en ese momento encuentra su perdición.