30 de junio del 2025.
La puerta estaba abierta; sabía que era así porque la camioneta de Otto estaba parqueada fuera de la casa. Se desanudó un poco el cinturón de la gabardina y retocó su pintalabios. Luego de mirarse el maquillaje en el espejo por cuarta vez, decidió bajar del viejo Mercedes con nada más y nada menos que el coordinado de lencería más sexi que tenía. Estaba cubierta solamente por el abrigo raído que su esposo le regaló en su primer aniversario, y de eso hacía ya cuatro años.
Lo quería, tenían una hija en común y, para ella, era importante esa fecha. Los Jimmy Choo de segunda le lucían espectaculares; se sentía bella, empoderada y pronto se sentiría amada por su marido.
Abrió la puerta con calma, dejó sobre el sofá su bolso y se quitó el pedazo de tela llamado gabardina, para luego caminar a su habitación a buscar a Otto. Al principio no era consciente del ruido, pero inmediatamente, luego de percatarse, sintió cómo un golpe le era dado en la boca del estómago: los gemidos de placer de una voz conocida.
—¡Dime que soy la única mujer en tu vida, Otto! —exigía la mujer entre jadeos de placer.
Everly avanzó caminando sobre el suelo alfombrado hasta donde se originaban aquellos ruidos.
—Sabes que sí, guapa, eres la única —respondió su marido con la voz entrecortada, al mismo tiempo que se escuchaba el golpeteo de sus pelvis.
Los ruidos aumentaron y fue claro que encontraban el placer, ya que gimieron escandalosamente.
Everly no sabía qué hacer: irse y fingir que nada pasó, o quedarse y enfrentarlos. Luego de que su padre fue encerrado por robo, Otto se había vuelto su salvavidas y, cuando fue liberado y lo asesinaron, su hija se volvió su refugio. Tenían una hija en común y ahora él la había engañado.
—El sexo es mejor contigo que con la frígida de Eve —confesó Otto, soltando una risa junto al cuerpo de la mujer que lo acompañaba.
—Debes dejarla, ella nunca te dará lo que yo puedo darte, y lo sabes —dijo la mujer a su lado—. Ya no puede darte el hijo para continuar tu descendencia, menos si es tan santurrona y, seguro, toda flácida.
Ambos se rieron, haciendo que el enojo de Everly se encendiera aún más. Ella conocía esa voz, y ahora sentía que debía confirmarlo.
—Tienes razón, está flácida, con celulitis y su aspecto no es nada agradable a la vista… no como tú, bebita —expresó lascivamente el hombre, intentando tomar a la mujer de nuevo—. Es un gusto saber que la maldita perra fue a visitar a su padre al cementerio como cada año; si no, tendría un aniversario más del asco intentando complacerla.
Oír aquellas palabras hirió y rompió todo lo que quedaba de cariño en ella hacia él.
—¿Qué es lo que estás diciendo? —gritó Everly, furiosa, cuando abrió la puerta abruptamente. Las lágrimas corrieron por su rostro al ver a Otto con Stefany, la que una vez fue su mejor amiga.
—¡Por fin! —dijo Stefany con sarcasmo—. Temía que no llegaras para unírtenos.
—¡Tú, maldita! —gritó Everly, intentando irse sobre su ex amiga a los golpes, pero Otto la interceptó.
—¡Déjala en paz! —defendió Otto a Stefany.
—Tú suéltame, ¿cómo pudiste engañarme con ella? —inquirió Everly, dándose cuenta de la ropa interior que estaba en el suelo—. ¿Usaste mi ropa? —preguntó a Stefany.
—¡No, cariño, tú utilizas mi ropa! —se burló la rubia poniéndose de pie—. ¿Qué creíste? ¿Que tu maridito te encontraba apetitosa?… No eres más que basura.
—¡Son unos malditos! Pero quédense, sean felices… son el uno para el otro, malditos perros desgraciados —refirió Everly, saliendo de la habitación y buscando a su hija en la habitación contigua para salir huyendo de ahí. Sin embargo, esta no estaba—. ¡Quiero a mi hija, Otto! ¿Dónde está?
El que una vez fue un apuesto hombre hoy no era más que una masa de grasa con un flácido nervio entre sus piernas.
—¡Qué te importa! —respondió soberbio—. Es mi hija y no dejaré que te la lleves —amenazó, empujando a Everly.
—Déjame en paz o llamo a la policía. ¡Eres un adúltero! —gritó ella, dolida—. Cómo pudiste hacernos esto… teníamos un hogar, una familia hermosa, y lo cambiaste por esta… —señaló a su ex amiga sin encontrar algo no tan ofensivo, pero no lo hubo—. Puta.
Stefany, nada más oírla, se lanzó contra ella arañándola de los brazos y el rostro como pudo. Otto, aún desnudo, la apartó tomándola de la cintura. Everly aprovechó eso y le lanzó una bofetada a la rubia. Sin embargo, Otto estaba cegado por su amante, así que, soltando inmediatamente a su esposa, le lanzó un puño en la mejilla, haciendo que cayera y se doblara el tobillo.
La nariz y el labio de ella comenzaron a sangrar.
—¡Lárgate y no vuelvas más, maldita perra frígida! —se burló, tomándola del brazo para luego empujarla a la salida.
Detrás de él, Stefany lucía sonriente.
—Espera, Otto, mi hija… quiero a mi hija, por favor, no me la quites —pidió la joven castaña, con ojos llenos de lágrimas.
Otto abrió la puerta y, lanzándola fuera cual desecho, tomó la gabardina que una vez le regaló y se la tiró en la cara.
—¡Ya te dije que es mía! Tú no sirves ni como madre. ¿O te recuerdo que no pudiste siquiera tener otro hijo? Eres basura, Everly, lástima que me di cuenta muy tarde. Déjanos en paz o, si no, atente a las consecuencias —amenazó, cerrando la puerta tras de sí.
Everly se puso de pie con el corazón roto; agradeció la oscuridad de la noche y que hacía frío, porque no había nadie fuera de sus casas que pudiera señalar el espectáculo que acababa de suceder.
Subió a su auto, pero se dio cuenta de que había dejado las llaves en el sofá de la entrada, donde también había dejado el bolso. Con frío y sin saber adónde ir, caminó por la avenida Colfax con la intención de ir a un bar a buscar calor. Llegó al bar más cercano y bebió hasta sentir que su alma se anestesiaba, mientras tanto pensaba en cómo recuperar a su pequeña. Sabía que no podía ir a la policía porque Otto era quien arreglaba las patrullas y tenía contacto con todos ellos. Sería inútil.
La impotencia comenzó a hervirle la sangre; se maldecía por dentro por haber sido tan estúpida como para haber metido a esa mujer en sus vidas.
Ella creía que Stefany era una buena amiga, pero resultó que no era como creía. ¿Desde cuándo la estaría engañando Otto con ella?, se preguntaba mientras seguía bebiendo.
Era la primera vez que bebía cerveza, así como era la primera vez que lo hacía sola. Solía visitar todas esas cantinas de mala muerte, pero en búsqueda de su padre. Los cantineros le llamaban cuando Silas, su progenitor adicto, comenzaba a hacer escándalo.
Everly se preguntaba dónde estaría su hija. Se levantó varias veces hacia el teléfono y pensó si llamar o no a la policía, pero sabía lo que le esperaba de hacerlo. La primera vez que Otto la golpeó, ella creyó que encontraría ayuda en el sistema de justicia, pero no fue así: la policía solo se presentó y le dijo a su exmarido que, para la próxima, tuviera cuidado de que no se vieran las marcas.
Eso fue más que suficiente para entender que ellos no la ayudarían, y todo se puso peor cuando se fueron. Esa vez Otto se encargó de no dejar evidencia visible de los golpes.
¿Entonces por qué soportó tanto?… Por su hija; él les proveía de todo. Everly se sentía una mujer inservible, y Otto era lo único que conocía como “bueno” en su vida.
Las horas pasaron y, cuando fue hora de pagar, se dio cuenta de que no traía ni la cartera.
—Vete, Everly —dijo el cantinero al verla herida—. Luego nos pagas, pero vete ya porque se están poniendo los clientes agresivos. Es tarde.
—Gracias, Nick, te pagaré en cuanto pueda —dijo, luego de que el guardia del bar la escoltara fuera.
Dolida, cubierta de sangre, vestida con medias sensuales, tacones altos, cabello en ligeras ondas y un maquillaje corrido, daba la impresión de ser algo más que una mujer que había sido echada por su marido.
—Mamacita… —dijo un tipo a su lado—. ¿Cuánto es que cobras?
—¡Déjame en paz!
—Te dejaré, pero con las piernas temblando… —expresó el hombre con olor a alcohol, metiendo su mano dentro del pantalón—. Ven, ven acá para que conozcas a mi amigo.
Everly sintió cómo una arcada se pronunciaba dentro de ella al percatarse de que no era uno, sino tres, los hombres que la seguían. Intentó caminar rápido cuando vio que estaba a unos pasos de un callejón. Midió sus opciones y se dio cuenta de que podía cruzar la calle.
—¡Te estamos hablando! —murmuró uno, tocándole el trasero. Everly sintió cómo temblaba de miedo.
Estaba por correr cuando la atraparon.
—¡Les dije que la dejen en paz! —amenazó un hombre alto, fornido, con aspecto peligroso.
Abrió su cazadora, dejando ver su arma y haciendo que estos salieran despavoridos.
—Por favor, no me hagas daño —pidió Everly, al darse cuenta de la apariencia del hombre y de que, por algo, salieron huyendo los otros.
—Ven acá, no te haré daño —aseguró él con voz grave—. Estás sangrando y necesitas un médico.
—Yo… no tengo dinero —dijo ella sin mirarlo; las lágrimas aún corrían por su rostro.
Él no podía creer que fuera la chica que, hace cinco años, le salvó la vida. Al parecer, ella no lo recordaba.
—¿No me recuerdas? —inquirió él.
Ella lo miró rápidamente; le ponía atención, le recordaba a alguien, pero inmediatamente sacó eso de su mente cuando lo vio cubierto de tatuajes. Sabía que era peligroso, por algo traía un arma, así que hizo lo mejor que podía hacer en ese momento: decir la verdad para luego intentar huir.
—No, no sé quién eres —aseguró, pensando que le recordaba a esa persona que conoció en un callejón oscuro…
—Me salvaste la vida… supongo que es tiempo de que pague mi deuda —dijo él, sacando de su bolsillo las llaves de un auto y desactivando los seguros de un Bugatti Chiron negro que estaba aparcado a unos metros—. Ven, prometo cuidarte y sanar tus heridas. No te haré daño.
Everly no lo pensó dos veces; ya tenía más de una hora pensando en qué hacer, además de que sentía que todo le daba vueltas. Se regañaba internamente por beber en exceso.
Su salvación se había presentado, con cara de mafioso y cuerpo de atleta, prometiendo cuidarla, así que iría con él, porque no tenía opción y porque, además, ese hombre era el chico de sus primeras veces, aunque lo rodeaba un aura de misterio.