Eres un tonto

Eiríkr se dirige al St. Thomas. Ella recuerda muy bien ese hospital. Desde aquel día siete de julio no ha dejado de pensar en él; es un recuerdo constante de lo que sucedió ese día.

—Hemos llegado —dice él, bajando de su camioneta SUV de lujo. Le entrega las llaves a un hombre vestido de pantalón negro, camisa negra y tatuajes en los brazos, que ya los esperaba en la entrada.

Everly se da cuenta de que algo le dice y este se acerca al SUV, mientras su rescatador se dirige a abrir su puerta.

—Ven, aquí recibirás toda la atención que necesitas. Después de eso, te puedes ir —advierte él, con la intención de marcharse.

—Pero…

—¿Qué pasa?, ¿no dijiste que te querías ir por tu cuenta?

—No tengo dinero para pagar esto… debí haberme quedado con Neil —menciona ella, bajando cada vez más la voz. Se da cuenta de que, solo al mencionar el nombre del abogado, el hombre frente a ella aprieta la mandíbula.

—Venga —dice él, llamando con una seña al portero, quien rápidamente se acerca con una silla de ruedas—. Avisen a la doctora Queen, ya sabe que veníamos.

Everly lo observa y se pregunta en qué momento le avisó.

—Señora Murray —saluda una doctora de unos treinta y tantos años, pelirroja y con una amplia sonrisa que sale por la puerta principal—. Bienvenida, soy la doctora Erin Queen Jackson. ¿Sabe por qué está aquí? —inquiere ella, al notar en el rostro de la joven el miedo a lo desconocido.

—Sí… no… sí, sé —dice finalmente, sin entender a qué se refiere y preguntándose cómo es que la doctora conoce su apellido de casada, el cual ha decidido no volver a usar jamás.

—Por favor, síganme —pide Erin, dirigiéndolos al área de urgencias, a una zona más privada.

Eiríkr va empujando la silla y, luego de entrar a la habitación que Erin les ha señalado, cierra la puerta. Erin acomoda su silla y se sienta frente a la joven, para luego tomar su mano temblorosa, intentando darle tranquilidad.

—Me han informado que has sido agredida físicamente —comenta la doctora con toda la empatía posible—. Para que la denuncia por violencia intrafamiliar proceda, se deben presentar evidencias.

La claridad llega a la mente de Everly.

—Pero no me abusaron sexualmente —aclara la joven.

—No, pero por lo que veo en tu cuello, te ahorcaron, y al parecer has recibido otros golpes que deben ser registrados para las pruebas que se van a necesitar en tu defensa.

—No me interesa, solo quiero marcharme de aquí. Deme algo para el dolor, yo sabré qué hacer —pide Everly, asustada de que Otto la encuentre y de que la deuda con su rescatador aumente.

—Erin, déjanos solos —pide él, y la doctora hace caso. En cuanto ella cierra la puerta, él se acomoda en la silla y, tomando la mano de Everly, se inclina más hacia ella—. Tú no puedes hacer eso. Si lo haces, dejarás que tu exmarido gane.

—Pero ya lo hizo… me engañó con mi mejor amiga, me quitó a mi hija, me golpeó y encima me mandó a la cárcel —anuncia ella, con dolor en cada palabra, las lágrimas amenazando con caer de sus ojos.

Eiríkr se había enfocado en ella, pero es cierto que ha mencionado a su hija en varias ocasiones. Así que se regaña mentalmente por no haber tomado cartas en ese asunto.

—¿Qué edad tiene tu hija? —pregunta él con curiosidad.

—Eso a ti no te importa, apenas sé quién eres —refiere ella, asustada. Es cierto que tienen un pasado, es cierto que le oculta algo importante y eso es lo que teme: la verdad y sus consecuencias—. Solo quiero irme y recuperarla.

—¿Y cómo se supone que harás eso? ¿Disparando con un arma que no es tuya? Esa no es la mejor forma de vengarse. Hay muchas otras maneras de solucionar el problema, solo deja que la doctora te ayude y luego veremos esas maneras.

—¿A qué te refieres con “maneras de solucionarlo”? No pensarás que deba matarlo.

—¡No, mujer! —dice exasperado—. Por ahora, solo deja que Erin te ayude, ¿está bien? Y si lo haces, te prometo que veré la manera en que puedas tener a tu hija a tu lado de nuevo.

Everly suelta el aire y termina accediendo.

—Está bien, dile a tu novia que puede ayudarme —comenta ella resignada, con una punzada en el corazón al pensar que él pueda tener algo con alguien más.

—Erin no es mi novia. Es mi hermana —aclara con una sonrisa en los labios, al darse cuenta del alivio en el rostro de la joven—. No me digas que estás celosa.

—No, ¿por qué tendría que estarlo? No nos conocemos, ni siquiera sé tu nombre —recuerda ella, haciendo énfasis en lo último.

—Solo tienes que preguntarlo.

—No quiero.

Eiríkr le suelta la mano y se endereza en la silla, cruzando sus brazos sobre el pecho.

—¿Por qué? En el trayecto acá me cuestionabas muchas cosas… ¿por qué no querer saber mi nombre?

Él la observa con la mirada estrechada, y el suspiro que ella suelta lo hace retroceder en su interrogatorio.

—Es solo que, en el momento en que yo sepa tu nombre, ya no serás un desconocido…

—¿Desconocido? ¡Joder, Everly! No somos ningunos desconocidos, nena. Conozco cada parte de tu cuerpo: lo vi, lo exploré, lo besé y lo he deseado cada día desde ese maldito día en el que decidiste no darnos una oportunidad.

A ella se le corta la respiración; él es tan intenso como lo recuerda y eso le acelera el pulso.

—No digas esas cosas… —musita en voz baja, cubriéndose el rostro con las manos.

—¿Que no diga que me dejaste marcado ese día? ¿O que no diga que eres inolvidable?

—¡Todo, todo eso! Estoy casada… entiéndelo —reclama ella, bajando las manos y mirándolo a la cara.

—¿Lo amas? —pregunta él, intentando ocultar el dolor que le producen esas palabras.

Ella lo mira con tristeza.

—¿Podría yo amar al hombre que me arrebató a mi hija y que me ha causado tanto dolor? Eres cínico.

Eiríkr reconoce el error en sus palabras.

—Lo siento… sé que te ha causado dolor…

—Lo amé —interrumpe Everly—. Creí que lo amaba, pero en realidad estaba enamorada de la idea de que alguien me quisiera. Solo que ahora me doy cuenta de que no es así. Nunca me quiso, no realmente.

—¿Y por qué te quedaste?

—Por mi hija… porque no quería que creciera sin un padre —dice con la voz quebrada.

A Eiríkr se le encoge el corazón.

—Nena… pronto tendrás a tu hija. Lo prometo —asegura él—. Pero por ahora, necesitas que te vea mi hermana, ella es una excelente doctora.

—¿A ella fue a quien buscaste ese día? —pregunta Everly, recordando que cuando lo conoció le había pedido lo llevara a ese hospital, y aunque no alcanzaron a llegar, él le había dejado una fuerte suma de dinero en la guantera.

—Sí… vine a buscarla a ella.

—Ah… ella se llama Erin Queen Jackson… ¿tú eres King Jackson? —intenta bromear ella para matar la seriedad del momento, pero su voz tiembla.

Eiríkr sonríe apenas, esa mueca arrogante que tanto la desarma.

—Un Jackson, sí… King, algún día —responde con un dejo de misterio, como si supiera algo que ella no—. ¿Quieres que te diga mi nombre… o prefieres seguir llamándome “Jackson”?

A él no se le escapa que Everly ignora su promesa, pero decide no empujarla. Ella desvía la mirada, pero después, con un suspiro rendido, murmura:

—No. No es suficiente… ¿cómo te llamas?

Su sonrisa se abre y el hoyuelo de su mejilla aparece, como una grieta en su dureza.

—Mucho gusto —dice, extendiendo su mano hacia ella, con solemnidad fingida—. Soy Eiríkr Jackson.

Everly vacila, pero al final la toma. Su piel se estremece al contacto, y sin poder evitarlo sonríe, esta vez sin máscaras.

—Everly Jenkins.

Él entrelaza sus dedos con los de ella, sin soltarla.

—Bien, Everly… ahora ya no somos unos desconocidos.

Ella lo reta con la mirada.

—Entonces, ¿qué somos?

Sus labios se curvan con picardía.

—¿Conocidos? —sugiere ella, pero su voz suena más vulnerable que irónica.

—No —responde él, liberando una mano solo para acercarse más, tan cerca que su respiración acaricia su piel—. Somos ex amantes… y algo me dice que aún no hemos terminado.

Antes de que ella pueda reaccionar, le roba un beso suave en la mejilla. Everly ahoga una risa nerviosa, entre sonrojo y rabia contenida.

—¡Eres un tonto! —lo regaña, aunque la sonrisa que se dibuja en sus labios la traiciona.

Eiríkr se separa despacio, con esa calma peligrosa que lo caracteriza, y abre la puerta. —Las dejo… estaré esperando afuera.

Dicho esto, desaparece y la doctora hace lo suyo. Everly no deja de llorar mientras le hacen toda la exploración física y toman evidencia de todo. Tanto del rostro como del cuello y el cuerpo entero. Quiere a su hija con ella, es todo lo que tiene.

«Otras maneras de solucionarlo» —reflexiona en esa frase, preguntándose a qué diablos se refiere Eiríkr.

Everly se recuesta sobre la camilla, agotada de tanto cuestionamiento, de tanta revisión, de tanto pasado que la persigue como sombra. Se cubre los ojos con el antebrazo para que nadie vea que no puede dejar de llorar.

Cuando la doctora termina y le acomoda una sábana, Everly piensa en silencio:

"No importa lo que pase, solo quiero a mi hija. Nada más…"

La puerta se abre suavemente. Eiríkr está de pie en el marco, las manos en los bolsillos, los ojos clavados en ella como si pudiera leerle el alma.

—¿Terminaste? —pregunta con voz grave.

Everly asiente, sin fuerzas para contestar.

Él se acerca, inclina su rostro y susurra cerca de su oído:

—Entonces vámonos, nena. Ha llegado el momento de que tu ex sepa que ya no estás sola.

Un escalofrío recorre su espalda. Su corazón late con fuerza.

Porque, aunque lo niegue, lo que más la aterra no es enfrentarse a su exmarido…

sino la certeza de que, con Eiríkr Jackson a su lado, su vida jamás volverá a ser la misma.

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