La puerta de enfrente se abre abruptamente. Los compañeros de Otto entran a ver qué ha sucedido, encontrándose con su amigo tirado en el suelo con el brazo ensangrentado y a una Everly asustada, con el arma en la mano.
—¿Qué diablos ha pasado?
—¡Ella ha intentado matarme! ¡Llamen a la policía! —grita Otto haciéndose la víctima.
—¡Everly, baja eso! —dice uno de los amigos de su marido.
La mujer, aterrada, deja el arma en el suelo.
—Fue un accidente, solo quería llevarme a mi hija —llora Everly, desconsolada, sin saber qué hacer o decir.
Stefany, que había permanecido en la habitación profundamente dormida, al escuchar el disparo se levanta, encontrándose con Deneb corriendo. Ella la atrapa y la consuela, pues la niña llora asustada.
—Ven, cariño, mamá no te hará daño —implora Everly a su pequeña, que permanece aferrada al abrazo de la amiga de su madre. No entiende del todo lo sucedido, pero tiene miedo de salir herida.
—No la sueltes, Steffy. Solo Dios sabe qué daño pueda hacerle esta loca —arremete Otto, quejándose de dolor, sin perder oportunidad de dañar la reputación de su esposa.
—No te muevas, estás sangrando mucho —comenta otro de sus compañeros—. La policía y la ambulancia ya vienen.
Everly siente que su mundo se derrumba. Quisiera escapar, pero no tiene a dónde ir. Solo quería recuperar a su hija y, con lo poco de dinero que le quedaba en la chaqueta, huir lejos de Otto.
No pasa mucho tiempo cuando la policía llega. Ella no deja de pensar en posibles rutas de escape, pero los amigos de su marido bloquean cualquier salida. Es sacada de la casa con las manos apresadas por detrás. Algunos mirones se asoman a ver lo sucedido, mientras Otto es llevado en ambulancia al hospital. Solo ha sido un maldito rasguño de bala, pero exagera el dolor para hacer el sufrimiento de su esposa más profundo. Quiere verla hundida.
—¡Por favor, tienen que creerme! ¡Él me atacó, me ahorcó contra el muro! —implora Everly a los policías.
—¡Cállese! Recuerde que todo lo que diga podrá ser usado en su contra en la corte —expresa el conductor de la patrulla.
—¡Pero fue en defensa propia! —asegura la joven con el alma hecha pedazos.
—Eso dígaselo al juez —advierte el otro.
—Te digo, las mujeres de hoy están cada vez más locas —musita el que conduce.
—Nadie le va a creer. Tenía el arma en las manos cuando llegaron los amigos —se ufana el que va a su lado.
—¡Usted no tiene derecho a decir eso solo porque tiene un arma y una placa! —recrimina Everly, pero los hombres comienzan a reírse y burlarse de ella durante todo el camino hasta la comisaría.
Al llegar, la encierran en el área de mujeres, apresada con el cargo de intento de homicidio.
—Miren qué hermosura ha llegado —menciona una mujer sin cejas y llena de tatuajes, mientras la acorrala contra la pared—. Qué hermosas piernas, güerita.
—No quiero problemas —chilla Everly, sintiendo la mano de la mujer de trenzas oscuras en su entrepierna. La joven se estremece de temor e intenta alejarse, pero le es casi imposible.
—No temas, aquí no te haremos daño, mamita —dice la delincuente lamiendo su mejilla.
—¡Que me sueltes! —grita Everly empujándola con fuerza, haciendo que la mujer caiga.
La mujer se levanta y, junto a otras tres, golpean a la joven madre hasta dejarla inconsciente sobre el piso húmedo. Everly llora en silencio, pensando en todo lo que ha sucedido: la infidelidad de su esposo, la traición de quien creyó su mejor amiga, el reencuentro con el hombre de sus sueños, el accidente con Otto… y ahora, su aprensión. Su vida se ha convertido en una montaña rusa.
Un golpe en la cabeza la deja noqueada, con lágrimas en los ojos, terminando así su cuestionamiento interno.
Pasadas las dos de la mañana despierta en medio de la celda. Las mujeres la habían golpeado y cada movimiento es un continuo dolor en su cuerpo. Se levanta con dificultad y se sienta en un rincón de la fría celda, pensando en qué hacer para recuperar a su hija.
Aún recordaba cómo Stefany lloraba con ella relatándole los abusos que sufría a manos de sus parejas, sin saber que, en realidad, su exmejor amiga y su esposo se acostaban.
“¿Desde cuándo me estarían engañando?”, se pregunta Everly.
“Y ese hombre… ¿cómo es que apareció justo en el momento que lo necesité? ¿Será el destino o una coincidencia? ¿Será que él puede ayudarme a encontrar a mi hija?”Las preguntas se arremolinan en la mente de la joven madre. Una cosa es segura: ella había actuado en defensa propia y quizás eso podría ayudarla en su caso.
A la mañana siguiente, la guardia en turno se acerca a ella.
—¿Has llamado a tu abogado?
—No… no tengo —dice ella.
—Tienes derecho a una llamada. Si no puedes pagar un abogado, el tribunal te asignará uno. ¿Quieres llamar a uno o quieres que te asignen?
—Que me asignen uno —pide la chica, alejada del resto de sus compañeras. No conoce a nadie, y el único que cree que podría ayudarle es ese hombre de brazos fuertes, con aspecto de matón, pero no tiene su número—. Disculpe… ¿puedo ir a un baño?
—Ahí hay uno —señala en la esquina de la celda, un retrete todo sucio. Al ver la reacción de espanto de Everly, se aleja riéndose de ella.
Everly se mantiene apartada del resto lo más que puede, en espera de su abogado. La mañana transcurre lentamente hasta que la guardia vuelve a aparecer.
—¡Everly Jenkins! —llama acercándose a la celda—. Tienes una visita.
—¿Ya llegó mi abogado? —pregunta esperanzada.
—No —responde la guardia.
—Hola, tontina —saluda Stefany, vestida como una mujer de la vida galante.
—¿Qué haces aquí? —pregunta Everly, confundida—. ¿Vienes a regodearte de que eres una cualquiera y te gusta quitar maridos?
—Solo vine a decirte que, mientras estés en la cárcel, no tienes nada de qué preocuparte —se burla la que alguna vez creyó su mejor amiga—. Yo cuidaré bien de tu hija y de tu marido.
—¡Eres una maldita perra sin corazón! —grita Everly—. ¡Devuélveme a mi hija! ¡Es mía!
—Era, cariño… ¿acaso crees que Otto dejará que te quedes con una minita de oro? —incita Stefany con malicia.
—¿Minita de oro? —cuestiona Everly, sin entender por qué ha llamado a su hija así—. ¡No le hagan daño! Es mi hija, por favor, no le hagan daño —suplica, temiendo lo peor.
—Tranquila, cariño, yo quiero a la niña… —se burla Stefany—. Tanto como quise nuestra amistad.
—¿Desde cuándo se acostaban? —pregunta Everly, sin tapujos.
—Aunque no merezcas saberlo… te lo diré. Yo no te conocí primero, Everly. Lo conocí a él antes y, bueno… digamos que acercarme a ti solo fue una coincidencia —se ríe con descaro frente a la joven.
Everly, humillada, intenta alcanzarla, aunque sea para jalarle el cabello. Sin embargo, los barrotes se lo impiden y termina gritándole maldiciones a Stefany, que se aleja contoneándose feliz tras lograr su cometido.
Everly no tiene más opción que derrumbarse en la esquina de la celda y llorar, pensando en cómo vengarse y rescatar a su hija.
—¡Everly Jenkins! —llama la policía en turno, abriendo la celda.
—¿Ya llegó mi abogado? —pregunta de nuevo, esperanzada.
—Sí, pero también tu fianza ha sido pagada. Eres libre de irte —dice la guardia, esperando que la chica salga. Cuando lo hace, cierra de nuevo.
—Adiós, güerita —se burla la mujer que la había atacado un día antes. Everly se gira y le saca el dedo medio en consecuencia.
—¿Y ahora qué hago? ¿Dónde voy? —pregunta a la guardia mientras la sigue por el pasillo.
—Yo qué sé —murmura la mujer, ignorándola mientras vuelve a sentarse junto a su escritorio y mirar el celular.
Everly avanza, convencida de que su abogado ha pagado la fianza. Cuando recoge sus pertenencias, se topa con un viejo conocido: Neil Taylor, el chico rubio y apuesto de la secundaria. El que le robaba suspiros cada noche durante el último grado. Pero ahora, viéndolo, es solo una imagen borrosa en su mente.
“Cuánto tiempo ha pasado desde entonces… y ahora solo soy un lastre que intenta sobrevivir”, piensa mientras avanza hacia él. No hay otro camino de salida: debe pasar por su lado.
—Neil… —lo llama, intentando cubrirse más con la cazadora.
—Everly… ¿pero qué te han hecho? —inquiere el guapo abogado, repasándola con la mirada al verla golpeada.
Ese simple acto la avergüenza. Ya no es la chica que fue. Ahora se siente sola, impotente y preocupada por su hija.
—¿Eres… eres mi abogado? —pregunta al verlo de traje, con una carpeta que lleva su nombre en la carátula.
—Sí. Recibí el caso apenas hace una hora. Dime, ¿qué te ha pasado? —insiste él, tomándola por el codo y guiándola a caminar con él.
—Las chicas en la celda me golpearon —aclara, acomodando su cabello para que no se vea su rostro mallugado—. Pero eso no importa. Solo quiero la custodia de mi hija y divorciarme de mi marido. Ella… ella amenazó con hacerle daño. Yo no hice nada, fue en defensa propia, él me atacó —expresa, soltando todo de golpe, ansiosa, aclarando lo que en realidad pasó.
—No te preocupes, pondremos una bonita demanda que adorne el maldito rostro de tu esposo —asegura Neil, intentando darle confianza. Pero no lo logra: ella está rota, siente cómo su mundo colapsa. No ha pegado ojo en toda la noche por miedo a que la golpearan de nuevo—. Pero dime… ¿amenazaron con hacerle daño a tu hija? —pregunta, mirándola fijamente.
A ella se le revuelve el estómago.
—La amante de él vino… me amenazó diciendo que mi hija era una “minita de oro”. Yo no tengo dinero, Neil… ni siquiera sé cómo pagarte. ¿Por qué diría algo así? —pregunta, con lágrimas en los ojos.
—Te seré sincero: las cosas no pintan bien para ti. Su abogado y los testigos dicen que actuaste con alevosía y ventaja. Intentaré llegar a un acuerdo de custodia, pero… —se calla.
—¡Dime la verdad aunque sea cruel! —exige Everly, limpiándose las lágrimas.
—Te presentaste con un arma y disparaste frente a una menor. Accidente o no, eso te restará muchos puntos en la corte. Veo muy difícil que te devuelvan a tu hija.
Everly se siente sola. Esa niña es lo único bueno que tiene, su recuerdo hermoso de que todo puede ser bello y alegre.
—Ánimo, no todo está perdido —intenta Neil animarla, pero es tarde. Ella siente que incluso su abogado es condescendiente.
No hay quien le ayude. No tiene familia. “Solo él… si supiera la verdad”, se recuerda, pero aparta el pensamiento.
—Gracias… y gracias por pagar la fianza. Realmente no sé cómo hubiera soportado una noche más en ese espantoso lugar —dice con un nudo en la garganta, intentando mantenerse fuerte.
—Yo no pagué la fianza —responde Neil, sorprendiéndola.
—Si no fuiste tú, ¿entonces quién? —pregunta, confundida, sintiendo que sus piernas flaquean.
—¡Everly! —le llama, en voz alta, un hombre apuesto, alto y fornido, a unos metros.
Solo escuchar su voz hace que su ser tiemble. Las mariposas aletean con fuerza en su vientre y el rubor se instala en sus mejillas.
Y entonces se da cuenta: ese hombre frente a ella, con el rostro cargado de preocupación, las ojeras marcadas bajo los ojos y el cabello despeinado, era el peligro del que le habían hablado. Y aun así… corre a sus brazos.
“Él… su rostro refleja preocupación. Las ojeras oscuras en sus ojos, el cabello despeinado… ¿me habrá estado buscando? La desesperación se nota en su mirada. Pero también… él era el peligro del que me habían advertido. Y aun así, con él me siento segura”, piensa, antes de lanzarse hacia él.
—Nena…