El principe ardiente de la mafia
El principe ardiente de la mafia
Por: Ginia Moon
Prólogo: Erase una vez

7 de julio de 2019, Denver.

Soy Eirikr, hijo de un mafioso de la familia en Denver, y esta es mi historia.

Se escuchan como trotes de cientos de equinos, pero en realidad es el tropel de algunos miembros de la mafia que gobierna Lakewood. Eiríkr corre tan rápido como le permiten sus piernas, sintiéndose fatigado con cada avance que da.

—¡Detente, maldito hijo de papi! —grita Jacovy Mangione, quien parece ser la cabecilla de esa banda de criminales.

—¡Jódete, maldito mafioso de quinta! —responde Eirikr, sonando cansado de tanto correr.

Eiríkr ignora el resto de insultos que los demás le lanzan y sigue corriendo en medio de la noche, evadiendo a los transeúntes que se apresuran a salir del cine Álamo Drafthouse. Si no fuera por esas personas que salieron casi todas juntas, el “príncipe de Denver” ya sería el costal de boxeo de los Gold Toad.

Sin saber más qué hacer, Eiríkr entra corriendo al callejón más oscuro que encuentra, con la esperanza de no ser visto por los mafiosos y rogándole al universo, volver a casa a salvo para planear su venganza.

Su corazón acelerado y la adrenalina del momento no le permiten percatarse de la delgada figura de la chica que camina entre contenedores y basura, hasta que la hace caer.

—¡Pero, ¿qué diablos?! —grita Everly asustada.

Eiríkr, temiendo ser descubierto por los Gold Toad, cubre rápidamente la boca de la chica y la empuja contra la pared, ocultándose detrás de un contenedor. La mirada de la joven lo cautiva: unos ojos abiertos de tonos gris y azul lo miran con acusación.

Everly, aterrada de que él quiera hacerle daño, comienza a golpearlo con sus puños para intentar apartarlo.

—Tranquila, por favor, no grites, no te haré daño —expresa rápidamente el joven con el pulso acelerado y la respiración entrecortada—. Me vienen persiguiendo, por favor, no hagas ruido, ¿comprendes?

Everly se da cuenta del miedo que él tiene en la mirada, lo que le provoca confianza, y asiente.

“Maldición, si me encuentran con ella nos matarán a ambos. Maldita sea la hora en que choqué con ella”, piensa el mafioso antes de quitar su mano de la boca.

Eiríkr está cautivado por su mirada y la heterocromía que posee. Sin darse cuenta, mantiene su cuerpo pegado al de ella. La joven puede sentir el calor que emana de su piel, la fragancia de su perfume mezclada con sudor. Tras los manoteos, deja sus manos sobre los brazos de él, sintiendo sus músculos torneados.

—Sígueme —dice ella mientras lo empuja suavemente.

—Te dije que me están siguiendo —comenta él, sin entender qué es lo que quiere ella.

—Si quieres salvar tu vida, sígueme. Si no, quédate para ser golpeado hasta la muerte.

No sabe si es la mirada de la joven desconocida que lo incita a seguirla o la advertencia explícita de su comentario, lo que lo hace correr tras ella.

—Voy, ser golpeado hasta la muerte no está en mis planes por ahora —dice Eirikr siguiéndola.

—¡Acá está! —grita un joven cubierto de tatuajes en la entrada de lo que parece un callejón.

Ambos se giran a verlo, pero es Everly quien comienza a correr.

—¡Sube! —advierte la joven escalando unos botes de basura.

Eirikr la sigue hasta topar con una malla al final de lo que creía un callejón que da a un estacionamiento.

—Salta —ordena Everly, brincando de una al asfalto de un parqueadero casi escueto.

Corre hasta su viejo auto, con el chico de nariz recta y cabello alborotado detrás de ella, y sube de una a su cacharro con llantas.

—Bendita sea la hora en que los seguros del auto dejaron de servir —murmura mientras mete la llave para intentar encenderlo.

—¿Qué? ¿Este es tu auto? Es tan viejo que llegaría primero corriendo a Aurora —refiere él, dudando si entrar o no.

—¡Como quieras, pero que sepas que no declararé si te asesinan aquí! —advierte la joven desde su asiento, mientras intenta encender el motor, pero su auto no coopera.

Eirikr sube a su lado, sin dejar de mirar cómo uno a uno de los Gold Toad van apareciendo en el estacionamiento.

—¡Arranca esta m****a! —grita él, desesperado.

—¡No le hagas caso, mi preciosa, estás vieja, pero no eres una m****a! Anda, Meche, no me falles, nunca lo haces —asegura Everly, dirigiéndose a su Mercedes Benz de 1961.

Eirikr está a punto de bajarse cuando el motor por fin logra encender.

—Te dije, ella nunca falla.

Los disparos comienzan a oírse en cuanto avanzan. Ambos se encogen. Pero Everly no deja de conducir como alma que lleva el diablo. La adrenalina del momento la hace manejar mejor de lo que lo hace normalmente.

—Maldita sea, ¿qué fue lo que hiciste? —pregunta ella.

—No quieres saber —interrumpe él intentando llamar a alguien por teléfono; sin embargo, nadie le responde.

Ella no deja de conducir, esperando escapar sana y salva. No es hasta que se da cuenta de que está tomando la ruta a su viejo y decaído hogar, que recuerda que debe dejar al desconocido —aunque guapo— joven.

—¿Dónde te dejo? —inquiere Everly, con la esperanza de que él le diga que en la esquina.

Aunque, viéndolo mejor, no le importaría llevarlo a su casa.

«Es demasiado guapo para mí», piensa ella mirándolo de reojo.

—Llévame al St. Anthony Hospital en Westminster. No te preocupes por la gasolina, te pagaré todo —Eirikr saca un puño de dinero de su bolsillo y, tras abrir la guantera, lo deja ahí—. Está limpio, lo gané honradamente —advierte al darse cuenta de la mirada asustadiza de la joven.

—No tienes que pagarme nada —asegura ella, sintiéndose ofendida. Esa noche ha sido una total m****a para ella.

—Me salvaste la vida —dice él, dándose cuenta de que ella maneja más rápido de lo permitido—. Y quiero seguirla conservando, así que deberías manejar más tranquila. Estamos fuera de peligro.

Everly se percata de que va a exceso de velocidad y entonces desacelera.

—Lo siento… la adrenalina —advierte ella, dándose cuenta de que efectivamente están fuera de peligro.

Un golpe de nervios y de realidad la invade, haciéndola sentir ansiosa. El lago McKay está a la vista, así que de inmediato se estaciona en la orilla, baja de su Mercedes comenzando a jadear.

—Tranquila… —dice Eirikr, que está a su lado.

Everly está llorando.

Él cree que es del susto.

—Ven, ya… —la rodea con un abrazo, dejando que ella esconda el rostro en su pecho—. Estarás bien, nada te va a pasar, ya no estamos en peligro.

Everly lo escucha y desea con todo su ser que así sea, que ella esté fuera de peligro y que nada le pase. Escucharlo solo hace que los sentimientos que la embargaban antes de encontrarse con él en ese tenebroso callejón afloren con más ahínco.

“Si supiera por qué lloro, no me estaría abrazando”, piensa ella permitiéndose el desahogo.

Eirikr toma su mentón, buscando esa mirada magnética que lo embrujó en medio de la oscuridad. Solo quiere verla una vez más antes de marcharse para siempre. Las lágrimas hacen que sus ojos brillen con más intensidad; una descripción no le haría justicia.

Everly se pierde en él: en su aroma, en su cuerpo, en su tacto y en la electricidad que los atrae uno al otro. No hay chispas, ni corrientes magnéticas, ni luces parpadeantes, solo son ellos enlazados por el destino, unidos con potencia hasta que la pasión se desborda en un beso, en un toque, en la intimidad que la adrenalina del momento y la inmensidad de la oscuridad de la noche les da.

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