Protector

Dos horas antes:

—Eirikr, la hemos encontrado —declara Elio Falcone, el abogado de la familia Jackson.

—¿Está bien? —pregunta él desesperado mientras regresa a su camioneta.

Desde ayer había estado peinando la ciudad en su búsqueda. Hospitales, comisarías, incluso morgues. Su gente había estado revisando cada reservación de hotel, de boletos de autobús, así como gente apostillada en el aeropuerto buscándola.

—No, está detenida por agredir a su exmarido —informa Elio a través de la línea, mientras es llevado a la comisaría donde se encuentra la joven—. Al parecer fue con tu arma, Eirikr.

—Maldición… ¿dónde está? Iré por ella, la sacaré y no me importa si tengo que quemar la maldita comisaría para recuperarla —advierte Eirikr subiendo a su camioneta.

—Tranquilo, te mandaré la ubicación, ya voy hacia allá junto con Lorenzo.

—Promete que la sacarás de ahí cueste lo que cueste. Soborna a los que tengas que sobornar, no me importa una m****a las reglas en este momento —exclama Eirikr exaltado. Toma el volante con fuerza mientras sale del estacionamiento de un gran hotel.

—Lo haré, solo que hay algo que no me gusta de esto, Eirikr… —advierte Elio sabiendo que debe poner en sobreaviso al príncipe de la mafia de Denver.

—¿Qué es? —él siente un nudo en el estómago.

—Ayer uno de los chicos fue a esa comisaría, y no había nada de información de ella… lo que me hace suponer que la detuvieron negándole el derecho fundamental a defenderse. Hasta hace un momento su información apareció en el sistema. Es extraño, Eirikr.

El joven mafioso siente cómo la ira inunda su ser, logrando que golpee el volante con frustración.

—Averigua todo y dame la maldita dirección, Elio. ¡Ya! —cuelga el móvil y espera la ubicación mientras conduce. No tarda nada en llegarle el mensaje.

—445 S Allison Pkwy, Lakewood Police Patrol Division —lee en voz alta.

“Maldición, ¿así que esto puede ser un juego de los Gold Toad? ¿Será que su ex es parte de esa mafia?”, piensa para sí mientras da vuelta en U, dirigiéndose al lado contrario de la ciudad, tomando la E 8th Ave.

Elio, mientras tanto, estaba averiguando todo lo sucedido y aunque era una comisaría donde la mafia de Lakewood dirigía, no dudó en ofrecer un poco más de dinero para que le dieran la libertad bajo fianza. Se había presentado como su abogado, pero le informaron que ya se le había asignado uno y que venía en camino.

—Maldita sea —murmuró Elio junto a su amigo Lorenzo—. Me dicen que Neil Taylor es el abogado designado.

—¿Y no puedes decirles que no es así? —cuestiona Lorenzo.

—Imposible, una vez asignado debemos esperar que ella lo despida, entonces yo podría representarla —asegura Elio, guardando una copia del archivo de la chica.

—¿Quién es ella, Elio? ¿Por qué tanto interés de Eirikr con ella? —inquiere Lorenzo, quien ha servido décadas a la familia de mafiosos de Denver.

—No lo sé, no ha querido decir nada. Hasta donde sé y por los reportes de los capo di tutti que siguen a Eirikr, ella apareció apenas dos días atrás, así que creo que tendremos que esperar a que él nos lo diga…

—Si es que dice algo, sabes que es muy celoso con su vida privada.

Elio siente cómo su móvil suena, y al ver el nombre de Eirikr en la pantalla se lo muestra a Lorenzo para luego responder.

—Dime.

—¿Qué ha pasado? —cuestiona Eirikr solo descolgar la llamada.

—Le dejarán salir bajo fianza, no tardarán en dejarla salir… maldita sea —musita Elio escondiéndose para que el abogado Neil Taylor no le vea.

—¿¡Qué, qué pasa!? —pregunta el mafioso exaltado, al otro lado del teléfono, mientras pisa más a fondo el acelerador.

Es la hora pico de mediodía en Denver.

—No te va a gustar a quien asignaron como su abogado.

—Maldición… —solo había una persona en el mundo a quien Eirikr odiara más que a Neil Taylor—. Córrelo.

—No puedo, lo sabes. Debo esperar a que ella decida —dice Elio.

—¡Aún no puedo entender cómo para unas cosas no legales eres muy accesible, y para otras… apreciado Elio, eres un cabeza dura! —dicho esto cuelga.

Llega al estacionamiento y baja apresuradamente, siente la ira corriendo por sus venas. Conoce a Neil, tres de las chicas de uno de sus clubes salieron huyendo de Lakewood cuando se toparon con ese abogado, que en vez de defenderlas traspasó los límites de la ética y se aprovechó de ellas.

Antes de entrar mira su reflejo en la puerta de entrada, pero es lo de menos. No ha comido nada desde que ella se fue en la mañana. Había dejado que se marchara y se disponía a olvidarla, pero algo en las palabras de ella y el hecho de haberla podido encontrar después de muchos años era algo que no podía dejar desapercibido.

Cuando salió a buscarla no la encontró, intentó averiguar dónde vivía, pero para cuando dio con ella, no había nadie en casa. No había podido dormir, ni comer nada, sabía que estaba despeinado, ojeroso y quizás apestoso, pero poco le importaba; por fin había dado con ella y se repetía a sí mismo que no dejaría que se volviera a ir de su lado.

—Nena… —musita Eirikr antes de envolver sus brazos alrededor de la joven. Ella llora desconsoladamente en su pecho, descargando la ira y la frustración que siente—. Todo estará bien, no te preocupes. Encontraremos a tu hija.

Sin embargo, Everly no dice nada, solo se aferra a él como si fuera la única ancla de esperanza que le queda. El tiempo se ralentiza, es como si un manto de protección les cubriera. Para ambos no existe nadie ni nada más fuera de ese abrazo. El corazón de Eirikr se acelera al tenerla tan cerca, pero al mismo tiempo sabe que debe verificar su bienestar y entonces él la aparta un poco y se da cuenta de la realidad.

—¿Quién diablos te ha hecho esto? —inquiere él mientras aparta el cabello del rostro de Everly e ignora al hombrecito al lado de ella, que sabe que la come con la mirada.

—No es nada —musita ella sintiéndose acorralada.

—Maldita sea si no es nada, vamos, tenemos que ir a un hospital —masculla el recién llegado con mucha preocupación, no sin antes echar una mirada al lugar.

Encuentra a Elio y Lorenzo cerca de la otra salida, tratando de pasar desapercibidos. Es claro que se han dado cuenta de lo que ha pasado y el ligero asentimiento de cabeza que ambos hacen solo confirma que tomarán la justicia en sus manos.

—Vamos, por favor —pide Everly queriendo salir de ese lugar que solo le ha provocado dolor.

—Solo dime quién te hizo esto, solo dilo y te prometo que los haré pagar —la mirada dura del mafioso solo incrementaba la sentencia que de sus labios salía.

Everly se sorprende por la dureza de sus palabras, pero no se inmuta. Solo quiere averiguar por qué es así… tan misterioso.

—Te cuento fuera —dice ella, y él le toma de la mano para llevarla consigo.

—Espera, debo escuchar primero su testimonio —advierte el abogado interrumpiendo su paso.

—Testimonio, mis huevos, vamos —dice Eirikr mirando con fiereza al individuo que tanto desprecia.

Everly nota cómo el rostro de Neil se enrojece y, para evitar problemas, decide que es mejor hora de irse.

—Vamos —anuncia tomándolo de la chaqueta y empujándolo hacia la salida.

—Necesito mantenerme en contacto —dice Neil antes de que desaparezcan.

—Toma —Eirikr saca una tarjeta de su bolsillo y se la entrega—. Yo soy el contacto —advierte él con una sonrisa de suficiencia.

Eirikr se gira y levanta a Everly del suelo en un abrir y cerrar de ojos y la carga cual esposo a su esposa en la noche de bodas. Ella pega un gritito de sorpresa, es el gesto que menos esperaba que él hiciera.

—¡No pesas nada! —menciona él sumamente preocupado por el bienestar de la chica.

—¡Bájame, puedo caminar por mí misma! —pide ella avergonzada, mientras esconde el rostro en el cuello del mafioso. Huele a él, a hombre intenso, salvaje, mezclado con cítricos y notas orientales.

La joven aspira su aroma llenando sus fosas nasales de él.

“Huele tan bien”, piensa para sí por un instante, luego recuerda que él la está avergonzando así que se remueve mientras avanzan.

—Bájame… —ordena ella entre dientes.

—No hasta que te suba a mi camioneta, además con esa ropa solo robas las miradas de todo el que te ve —dice él saliendo a la calle y cruzándola hasta donde dejó aparcada la camioneta.

—¿Quién eres para mí? ¿Por qué haces esto? —pregunta Everly desconcertada, pero por dentro agradecida por la ayuda.

—Soy quien tú quieres que sea —dice él con completa seriedad, pues se da cuenta de que ella no quiere admitir que lo conoce.

La baja solo para abrir la puerta y ayudarla a entrar.

—¿Por qué? —pregunta ella antes de que él cierre la puerta.

—¿Por qué?, ¿qué? —responde la pregunta con otra, intentando no entrar en el tema, quiere llevarla al hospital.

—¿Por qué lo haces? ¿Por qué me ayudas? —inquiere ella de nuevo.

Espera una respuesta; sin embargo, recibe un portazo de Eirikr casi en la cara, lo que la hace enojarse.

—¡Eres un maldito idiota! —responde a la ofensiva abriendo la puerta e intentando bajar.

—¡Y tú una maldita obstinada! —dice él reteniéndola—. No tengo por qué responderte el porqué. No todas las personas que hacen algo tienen un motivo. Quizás lo hacen porque les nace o porque es lo que debe hacerse.

—¡Mentira! Todo mundo quiere algo, todos tenemos un precio —expresa ella con dolor, pensando en su padre que era adicto.

—¿Quién te ha hecho tanto daño? —pregunta él dejándola sorprendida, ocultándole el hecho de que lo hace porque, en el fondo, la admira—. ¿No puedes aceptar una simple ayuda sin cuestionar todo? Si te salvé en aquella calle oscura, dijiste que estuvo mal; si te llevo una doctora para que cure tus heridas, te molesta, y huyes; si te busco por toda la ciudad y te rescato de este espantoso lugar, cuestionas por qué —expresa Eirikr exasperado acercándose cada vez más a ella. Everly retrocede en su asiento y arruga la frente—. Solo te llevaré al hospital y de ahí, te irás por tu cuenta si eso es lo que quieres.

—Sí, eso es lo que quiero —refuta ella sin sentirlo. En realidad, está aterrada porque no sabe qué hacer y porque ahora se da cuenta de que él se ha vuelto indispensable en su vida.

—Vale —afirma él volviendo a cerrar la puerta para ir del lado del conductor y marcharse de ese lugar.

Claro que él no quisiera que ella se fuera. Durante el trayecto, aunque su rostro se mantiene estoico, por dentro es un hervidero de furia pura. Quiere matar a quienes le hicieron daño.

Everly está muerta de miedo, quiere recuperar a su hija, pero cada movimiento de su cuerpo le provoca un terrible dolor. Sin embargo, se permite descansar esos minutos. Llena sus pulmones del aroma de él, del hombre a su lado. Toda la camioneta huele a él, a su aroma que se impregna en su ser.

Ella se deja llevar por el momento y se recuesta en el asiento, divagando en sus pensamientos.

“Él no tenía por qué buscarme y, sin embargo, lo hizo… y el cómo me llamó nena…”, piensa para sí y sin querer se muerde los labios.

Eirikr la mira de reojo. Acaban de llegar a un alto, así que aprovecha la oportunidad de decirle lo que piensa.

—Eres hermosa, Everly Jenkins —declara admirándola.

Ella se sonroja, lo mira con una intensidad pausada por cinco años. Ahora mismo piensa si su vida hubiera sido diferente si tan solo se hubiera quedado a su lado, si le hubiera dado una oportunidad al amor, al destino. Pero ahora ella siente que es demasiado tarde, así que solo musita un gracias y vuelve su rostro hacia la ventana.

Una lágrima rueda por su mejilla, cree que él no se dará cuenta, pero lo hace… y lo deja pasar, porque ahora mismo lo único que le cruza por la mente es deshacerse del hombre que destruyó a la Everly segura que un día conoció y convertirse en su protector.

Eirikr aprieta el volante con tal fuerza que sus nudillos se tornan blancos. No piensa hablar; no puede. La furia late bajo su piel como una bomba de tiempo. Mientras ella mira hacia la ventana intentando ocultar su fragilidad, él jura en silencio lo inevitable:

—El hombre que te dañó… ya está muerto. Solo que aún no lo sabe. 

Everly, con los ojos perdidos en la ventana, se permite un pensamiento que la desgarra:

“Si me quedo a su lado, puede que mi mundo arda. Pero si lo dejo ir otra vez… puede que sea yo quien nunca vuelva a encenderse.”

La camioneta avanza con la misma violencia que arde en su pecho. Para Everly, es un viaje hacia un destino que teme. Para Eirikr, es el inicio de una guerra que teñirá de sangre a Denver.

Y ambos, sin decirlo, entienden que nada volverá a ser igual.

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