Me quedé mirando cómo se alejaba Celia, esa mujer que me volvía loco. Era tan hermosa, y yo la había estrenado; era mía, ¡tenía que quedarme con ella! No podía perderla, sin importar lo que tuviera que hacer. Ella se había detenido antes de subir a su coche para mirarme. Me enderecé, dejando que lo hiciera, y pude ver la sonrisa que se abrió en sus carnosos labios. Le gustaba; lo vi con claridad. Pero… ¿debía meterla en mi mundo? ¿Podría olvidarme de mi trabajo por ella?
—Señor, ¿está seguro de esto? —preguntó Dante mientras caminábamos hacia los autos que acababan de llegar—. No creo que sea inteligente, con lo que estamos preparando con su empresa, y ella es la directora. —Ella no tiene que saberlo. —Respondí sin pensarlo mucho, sacudiéndome la tensión de lo