Ella era una bailarina con una gran deuda. Él, un mafioso dispuesto a pagarlas. Ella cae en las garras del monstruo, del mafioso, del hombre que la encerró y que la quiere a su lado durante un año.
Leer másLilia caminaba por el jardín con un abrigo largo y una bufanda de lana tejida por sus propias manos. Las hojas caían como lluvia dorada a su alrededor, y el aire olía a otoño.Su hijo —ahora de siete años— corría entre los árboles, riendo. Nikolai lo seguía con paso más lento, con la misma media sonrisa cansada de los últimos años. Sus cicatrices habían sanado, pero no del todo. Algunos dolores se convierten en parte de la piel, como los anillos de un árbol que cuenta su edad en tormentas.—¡Papá, ven! —gritó el niño—. ¡Mira este bicho raro!Lilia lo miró con ternura. Era tan parecido a ambos. Tenía la pasión feroz de su padre y la nostalgia en los ojos que ella había cargado toda la vida.Nikolai se agachó a mirar el insecto con él. Hablaron en voz baja. El niño reía, entusiasmado.Y entonces Lilia cerró los ojos.Por un instante, se permitió imaginar que el tiempo no pasaba. Que su hermana Sofía aún vivía con ella en aquella casa fea al fondo del pasillo, con su cabello trenzado y su
El tiempo había comenzado a desvanecer las cicatrices visibles, pero algunas heridas seguían latiendo como si el pasado todavía respirara bajo la piel.La mansión Volkov había vuelto al silencio. Los pasillos ya no olían a pólvora ni a perfumes traicioneros, sino a cuna, leche tibia y rosas frescas. El bebé de Lilia y Nikolai dormía plácidamente en una cuna de madera clara, junto a la chimenea. La casa había cambiado: más cálida, menos suntuosa, era más como hogar.Nikolai lo sostenía en brazos con una torpeza llena de amor. No dejaba de mirarlo como si fuera un milagro que no se atrevía a creer del todo. Lilia, sentada a su lado en el sofá, tenía la cabeza recostada sobre su hombro. Sus ojos cansados brillaban con la paz que solo nace después del dolor más profundo.—Tiene tus ojos —susurró él, acariciando la suave frente del bebé.—Y tu ceño fruncido. Cuando duerme parece que está planeando dominar el mundo —bromeó Lilia con una sonrisa pálida.Ambos rieron. Habían sufrido demasiado
En el garaje, su chofer personal lo esperaba confundido. Alessandro no necesitó darle instrucciones: solo se sentó en el asiento del piloto. Iba solo. Esta vez, necesitaba hacerlo con sus propias manos. Tenía un plan, un plan que terminaba con su unión a esa familia.Encendió el motor. El rugido del auto fue el único sonido que llenó el vacío. En su pecho, algo oscuro hervía: rabia, traición, impotencia... y dolor.Las imágenes se le mezclaban como fragmentos sueltos. Y ahora… ahora no había claridad. Solo un camino de sombras que lo arrastraba de nuevo al corazón del infierno.Y entonces, todo se rompió.Un chirrido metálico retumbó en la entrada principal. Las puertas no fueron tocadas: fueron empujadas. El portón de la reja había sido abierto a la fuerza y el rugido del motor aún vibraba en el jardín. Guardias gritaron, se alzaron voces, corrieron pasos apresurados.—¡Alguien acaba de irrumpir! —dijo uno de los hombres de seguridad.—¿Quién? —preguntó Alexei, de pie en un segundo,
El portón de la mansión Volkov se abrió.La camioneta negra atravesó el camino empedrado flanqueado por cipreses inmóviles, y se detuvo frente a la gran entrada, donde los criados —alertados con anticipación— ya aguardaban. La puerta del copiloto se abrió primero. Lilia bajó con cuidado, ayudando a Nikolai, cuyo cuerpo aún resentía las heridas y la fiebre. Tenía el rostro demacrado, pero sus ojos buscaban con ansiedad algo que lo anclara. Sofía descendió detrás, vigilante, seguida por Alexei, que caminaba con su paso de guerra, pero con la mirada serena por primera vez en días.Y entonces, la puerta principal se abrió de par en par.—¡Nikolai! —gritó una voz femenina al borde de la fractura.Isabella Volkov apareció en el umbral vestida de gris perla y con los ojos llenos de lágrimas. Su hijo apenas tuvo tiempo de sostenerse en pie antes de que ella lo envolviera en sus brazos con un sollozo que no pudo reprimir. El cuello de Nikolai se inclinó hacia su madre, y el hombre endurecido po
El silencio del refugio estaba cargado de una paz extraña. Afuera, el viento rozaba las ventanas con un murmullo insistente, como si quisiera colarse en el secreto de ese cuarto donde el tiempo parecía haberse detenido. Las paredes eran austeras, las cortinas gruesas y el mobiliario mínimo, pero allí, en esa cama estrecha de madera vieja y sábanas ásperas, reposaba un hombre que había sido quebrado y vuelto a armar a la fuerza.Nikolai aún tenía los ojos cerrados.Su rostro, antes duro como el acero, ahora se mostraba vulnerable. Tenía vendajes alrededor del torso, moretones que teñían su piel de tonos violetas y azulados, los labios partidos, las manos maltrechas. Cada respiración suya parecía costarle un pedazo de alma. Sin embargo, seguía respirando. Su pecho subía y bajaba con dificultad, pero con vida.Y junto a él, sentada en una silla improvisada, estaba Lilia.No dormía. No se permitía dormir.Tenía los ojos fijos en él desde hacía horas, como si con solo observarlo pudiera ma
El aire olía a óxido, humedad y miedo.Alexei Romanov ajustó el auricular en su oído mientras descendía, seguido de Sofía y dos de sus hombres más confiables. Bajo ellos, las escaleras metálicas crujían como si aullaran bajo el peso de la noche. Todo el operativo, toda la esperanza, dependía de lo que encontraran allí abajo.Lilia, por orden de Alexei, había quedado esperándolos en el vehículo de escape, con el rostro pálido y las manos temblorosas. Aunque su cuerpo se rebelaba contra la espera, sabía que su presencia allí solo entorpecería la misión. Ahora, cada latido de su corazón era una oración muda hacia el abismo donde Nikolai luchaba, solo.El acceso al sitio era sencillo: un edificio industrial en ruinas, el cascarón de una vieja empresa de transportes, camuflando el verdadero horror que se escondía en sus entrañas. Los hombres de Igor, astutos, habían sellado a Nikolai en un contenedor de carga modificado, enterrado bajo tierra.La linterna de Alexei rasgó la oscuridad. Las p
Último capítulo