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5.⁠ ⁠ADICTA AL DESCONOCIDO

 Con cada risa que se filtraba a través de las paredes, mi resolución se fortalecía. No permitiré que este matrimonio se lleve a cabo. Mis padres podrán intentar forzar mi mano, pero mi voluntad es de acero forjado en el fuego de la traición.

 Cuando ya no resisto más sus voces y risas. Me levanto, la llave fría en mi mano es un recordatorio tangible de mi nuevo propósito. Con solo mi bata de dormir como escudo contra el mundo exterior, salgo. Ellos ni cuenta se dan embebidos en su juego de apoderarse del control en lo que se tocan y abrazan con lujuria. 

 No los miro, avanzo decidida hacia mi destino sin mirar atrás ni una sola vez, sin remordimientos ni analizar lo que voy a repetir. Camino fuera de la casa mientras cierro la puerta detrás de mí, dejando atrás las risas y los juegos triviales. Tengo una cita con el destino y no llegaré tarde.

 El silencio del pasillo parece guardar los secretos de la noche mientras me dirijo hacia el elevador. El ascenso hasta el último piso es un viaje de determinación, cada piso que dejó atrás me aleja más de la vida que conocía y me acerca a una nueva realidad que estoy dispuesta a explorar.

 Al llegar, la puerta se abrió sin resistencia, como si el destino estuviera de mi lado. La suite se reveló ante mí, un  lugar de escapismo y placer. Él yace allí, un Adonis completamente desnudo en reposo en el centro de la cama, ajeno a las tormentas que azotan mi mundo. Mi bata cae al suelo con un susurro suave quedando igual que él, mi declaración silenciosa de mis intenciones.

 Subo a la cama sin miedo, como si lo hiciera todos los días. Me deslizo con una gracia nacida de una mezcla de deseo y desesperación. Necesito que me haga olvidar de nuevo, que el placer borre todo el dolor de mi corazón. Mis movimientos lo despiertan, y sus ojos se encuentran con los míos, llenos de preguntas que no necesitan ser formuladas en voz alta. No hay sorpresa en su mirada, solo la aceptación tranquila de lo que está por venir.

—Compláceme —es todo lo que digo en un susurro. Mis labios buscan los suyos en un beso que es tanto una promesa como una súplica. Quiero perderme en la sensación, olvidar todo excepto el aquí y el ahora.

 Me levanto sintiendo como apunta y se introduce de nuevo en mí, mientras me guía con sus manos en mi cintura el movimiento que quiere que siga. Y lo hago, sigo el movimiento que me impone disfrutando de sentirme llena, estremeciéndome con cada embestida que me da y me dejo llevar, olvidada de todo lo demás, solo existimos nosotros y el placer que nos damos sin exigir nada a cambio. 

 Estoy asombrada de mi misma, nunca antes hice esto y tal pareciera que sí. Le pido una y otra vez que me haga experimentar ese descargo de placer que me llena y estremece desde el fondo de mi ser llenándome de un placer  indescriptible como una droga que me hace gritar pidiendo más sin recato.

 Él responde, con una pasión que no necesita palabras. Nos entregamos al ritmo antiguo y eterno del deseo, buscando y encontrando el alivio del cansancio en los brazos del otro. Nuestros cuerpos brillan por el sudor, olorosos de los líquidos desparramados, sin dejar de disfrutar de nosotros. Sin importarnos nada más, solo el lívido inagotable de nuestros cuerpos como un manantial interminable que nunca se seca.

 Me enseña todo lo que quiere y yo lo sigo, no me niego a nada de lo que me sugiere. Sin importar el dolor, el cansancio, el ardor. El premio del placer hace que todo eso pase a un segundo plano. Me taladra una y otra vez con ahínco, estrenándome por todo los lugares que puede entrar, deleitándose con mis gemidos cada vez que me hace estallar.

 Por esta noche, al menos, puedo dejar atrás la traición y el dolor, sumergiéndome en un mundo donde solo importa el placer. Un placer que no sabía que existía y que estoy aprendiendo de manos de un experto al que no le importa mi inexperiencia, y sí lo que quiero, que me complazca sin exigir nada a cambio. 

Puedo ver que él al igual que yo, quiere escapar de algo al hundirse en mí una y otra vez, lo puedo percibir en su mirada, me reconozco en ella. Tiene el mismo dolor y desesperación que la mía. No pregunto, no quiero saber. Sigo complaciéndolo en todo lo que quiere hasta caer ambos rendidos, exhaustos, pero complacidos. 

 Para mi sorpresa, comencé a contarle todo lo que me había ocurrido en la vida sin que él hiciera una sola pregunta o compartiera algo sobre la suya. Solo cuando me levanté para irme, me tomó de la mano y con voz firme me aconsejó:

—La mejor venganza es golpearlos donde más les duele. No demuestres que estás al tanto; actúa como la novia enamorada perfecta y enfréntate a tu hermana con sus propias armas.

 No comprendí del todo sus palabras, pero capté la esencia de su mensaje. Me besó con intensidad y, al apartarse, me acarició con dulzura mientras añadía:

—Y recuerda, cuentas conmigo.

 Al regresar de nuevo a mi apartamento y atravesar la puerta, la vista de Roger y Celeste, enredados en un sueño compartido en el sofá, apenas roza la superficie de mi conciencia. Seguí derecho sin sentir nada, ni ira ni decepción; solo una desconexión fría y liberadora. Me dirigí a mi habitación con una sola idea en mente: la venganza.

Tomé un baño con abundante jabón aromático, tal como me gusta. No es mala idea lo que me dijo; haré lo que ella hace. Ja, ja, ja... Prepárense, vamos a ver quién ríe  último. El agua caliente se lleva los últimos vestigios de la noche anterior y, con cada gota que resbala por mi piel, siento cómo se despega la vieja Celia, aquella que se sometía a las expectativas ajenas.

 Me vestí con esmero, no para complacer a nadie, sino como una armadura brillante para la batalla que tengo por delante: la lucha por mi propia liberación. Al entrar en la cocina, comencé a preparar mi desayuno como si nada hubiera pasado. Contrariamente a lo esperado, me siento inmensamente feliz y relajada, como si la noche en los brazos de aquel desconocido me hubiera sacado de la oscuridad llenando mi cuerpo de luz y esperanza.  ¿Quién será?

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