Mundo de ficçãoIniciar sessãoLuigi Mattos, el hombre más leal de Franco Mansini, se ofrece a tomar por esposa a Valeria Paz, la hija del viejo capo del norte. No lo hace por amor, sino por estrategia: asegurar los territorios y, al mismo tiempo, alejarse de su condena más peligrosa, Sofía Adler. Valeria, en cambio, es arrastrada a un matrimonio que nunca quiso. Herida por la traición de su gran amor universitario, Alejandro Noya, acepta la unión con frialdad y orgullo, convencida de que su corazón ya no tiene dueño. Pero el pasado vuelve. Alejandro regresa para reclamarla, dispuesto a todo por recuperarla. Entre un esposo que no admite amar y un antiguo amor convertido en obsesión, Valeria se verá atrapada en un triángulo letal donde cada decisión puede costar sangre. Mientras tanto, entre las sombras del mismo imperio, Mateo Adler se reencuentra con la única mujer capaz de hacerlo temblar: alguien que conoció en el lado opuesto de la ley, y que ahora camina peligrosamente cerca de los hombres de Luigi. Lo que antes los separaba era un juramento. Lo que los une ahora… puede ser su ruina. En un mundo de pactos y traiciones, el matrimonio deja de ser un refugio para convertirse en un campo de batalla, y la lealtad, a veces, exige un precio más alto que la propia vida.
Ler maisCapítulo 1 —Luto
Narrador: La iglesia estaba cargada de un silencio solemne que a Luigi le taladraba los oídos. Allí estaba, en el altar, vestido con un esmoquin impecable que le sentaba como una armadura. No porque quisiera lucir perfecto, sino porque todo esto era una guerra disfrazada de ceremonia. A su lado, como si fuera su sombra, su amiga Lorena Mansini, oficiaba de madrina y verdugo al mismo tiempo: le acomodaba el moño, le retocaba el cabello con dedos firmes, le alisaba la solapa del saco. Era como si quisiera que nadie notara lo más evidente: que Luigi parecía un reo al borde de la ejecución. No quería estar ahí. La garganta le ardía con el sabor metálico de la traición, porque su corazón, como un animal enjaulado, seguía latiendo por Sofía, la mujer que ahora pertenecía a otro hombre. El amor imposible, prohibido, enterrado bajo una alianza de acero que nunca había pedido. Todo eso lo sofocaba. El sudor le recorría la espalda, no por el calor, sino por el deseo de salir corriendo y no volver nunca más. El murmullo de la gente se extinguió cuando las puertas de la iglesia se abrieron con un chirrido que sonó a sentencia. Apareció ella, Valeria Paz, la novia, de la mano de su padre. Vestido blanco, inmaculado, perfecto. Un cuadro digno de cualquier altar. Caminaba con el mentón en alto, los ojos fijos en el frente, como si estuviera desfilando hacia su propia tumba. Cada paso resonaba como un golpe de martillo. Cuando llegaron al altar, el viejo capo la entregó con un gesto solemne. Pero la joven, en lugar de tender la mano hacia Luigi, giró hacia Lorena y le extendió el ramo. —Sosténgalo por favor, madrina. Lorena, sorprendida, lo tomó sin entender qué pasaba, y apenas lo sujetó, la novia dio un tirón hacia atrás y desabrochó el vestido con una rapidez brutal. El murmullo se convirtió en un jadeo colectivo. El traje nupcial cayó al suelo como una piel muerta y ella quedó expuesta con un conjunto neg*ro, ajustado y oscuro como la misma noche. Top y pantalones, una provocación hecha tela. La dignidad blanca se había evaporado, dejando en su lugar un desafío que olía a pólvora. —Ya todos me vieron como se supone que debía ser. Ahora me verán como lo que realmente es para mí. El silencio fue absoluto. Hasta los candelabros parecían contener la respiración. Luigi la miró, helado, incapaz de reaccionar. Aquello no estaba en el guion. Él había ensayado la frialdad, había tragado el veneno de su deber, pero esto… esto era dinamita pura. La muchacha recogió el ramo de la mano de Lorena con un gesto tranquilo, como si nada hubiera pasado. Luego se volvió hacia Luigi, y esta vez sí le tomó la mano. —Ahora sí, querido prometido. Podemos empezar a vivir el comienzo de mi muerte. El eco de esas palabras quedó suspendido en la iglesia como un disparo que nunca se apaga. La multitud no sabía si aplaudir, gritar o salir corriendo. Luigi, en cambio, solo supo que acababa de casarse no con una mujer inocente, sino con un enigma envuelto en luto. Y mientras sentía la presión de su mano firme, una certeza le caló los huesos: este matrimonio no iba a ser una jaula, iba a ser un campo de batalla. La sonrisa torcida de ella lo confirmaba. El infierno acababa de abrir sus puertas. Y Luigi estaba en primera fila, con el anillo en la mano. Ernesto Paz se adelantó con pasos firmes, el rostro enrojecido por la humillación que sentía al ver a su hija despojarse de la pureza que él había mandado confeccionar a medida. La multitud aún estaba en shock, pero su voz retumbó como un trueno en la iglesia. —Pero qué se supone que haces, niña majadera. Estiró la mano con brusquedad para sujetarla del brazo, como si con un simple tirón pudiera volverla a meter en el vestido que ya yacía como un cadáver blanco en el suelo. La fuerza de la costumbre estaba en ese gesto: toda la vida había manejado territorios, hombres, negocios… y también a su hija. Pero esta vez no fue ella quien se zafó. Fue Luigi quien dio un paso al frente y, con un movimiento seco, detuvo la mano del viejo antes de que llegara a rozarla. —Quítele las manos de encima a mi futura esposa. El silencio se hizo aún más denso, si eso era posible. El viejo lo miró, incrédulo, como si aquel hombre que hasta hacía poco era un total desconocido, tomara el control de hasta el aire. Los invitados contenían la respiración, sabiendo que aquel instante podía terminar en un estallido de violencia. Valeria, la novia, abrió los ojos sorprendida. Jamás nadie se había interpuesto entre ella y la autoridad del padre. Y sin embargo, allí estaba Luigi, un desconocido a punto de convertirse en su esposo, poniéndose entre ella y el hombre que la había regido toda la vida. Por un instante, su orgullo y su rebeldía se suavizaron. Apenas ladeó la boca en una sonrisa torcida que destilaba complicidad. Luigi sintió esa mirada como un hierro candente sobre la piel. No era ternura, no era agradecimiento: era un reconocimiento silencioso de que, de ahora en más, estaban en el mismo bando, aunque fuera en contra de su voluntad. Hizo un gesto apenas perceptible, una mueca que podría pasar por sonrisa, pero que estaba cargada de ironía y resignación. Sin prisa, se despojó del saco y lo dejó caer sobre una silla cercana. Con manos firmes, aflojó el moño hasta quitárselo por completo y abrió dos botones de la camisa, dejando que el aire fresco le acariciara el cuello. Luego se arremangó las mangas hasta la mitad del brazo, como quien se prepara para ensuciarse las manos en algo inevitable. Giró despacio hacia el sacerdote, que no sabía si seguir sosteniendo el misal o salir corriendo, y su voz grave retumbó con un cinismo gélido. —Ahora sí, padre… comencemos con la sentencia. El murmullo recorrió la iglesia como un viento helado. Algunos invitados palidecieron, otros apretaron los labios con una sonrisa nerviosa, fascinados por el espectáculo. Lorena Mansini, desde su lugar, observaba la escena con los ojos brillantes, orgullosa de aquel hombre que acababa de tomar el control de un escenario que se había vuelto un circo. La novia volvió a apretar el ramo contra el pecho. Su sonrisa era pura dinamita. El viejo, derrotado por la mirada implacable de Luigi, no tuvo más remedio que retroceder un paso. Y en ese retroceso, aunque nadie lo dijera, todos entendieron la verdad: el imperio del norte acababa de cambiar de manos. La ceremonia siguió, pero ya nada tenía el sabor de un matrimonio bendecido. Era exactamente lo que Luigi había dicho: una sentencia. Y mientras el sacerdote, tembloroso, retomaba sus líneas ensayadas, Luigi sostuvo la mano de ella con fuerza. Sintió la piel caliente, la tensión, la rebeldía contenida. Supo que aquella mujer sería una guerra constante, y que no había vuelta atrás. El infierno no se desataba mañana. El infierno había empezado allí, frente al altar.Capítulo 133 —Pequeño milagroNarrador:La sala estaba en penumbra, tibia, con ese silencio particular que solo se da en los consultorios médicos donde algo importante está por suceder. Valeria estaba recostada, con la blusa levantada apenas lo necesario, y Luigi a su lado, sosteniéndole la mano con una mezcla de ansiedad y devoción que no intentaba disimular.—Respira —le murmuró él —Estoy acá.Ella sonrió, apretándole los dedos.—Como si te fueras a ir a algún lado —respondió en voz baja.La obstetra acomodó el gel, apoyó el transductor y la pantalla cobró vida. Unos segundos de silencio expectante… y entonces apareció esa imagen borrosa, milagrosa, imposible de describir del todo.—Ahí está —dijo la obstetra —El corazón late perfecto.Valeria sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas al instante. Luigi se inclinó un poco más hacia la pantalla, como si acercarse pudiera hacerlo entender mejor lo que estaba viendo.—¿Eso… eso es...? —preguntó él, con la voz apenas rota.—Eso es t
Capítulo 132 —Los Adler hacemos las cosas bien.Narrador:La camioneta cruzó el portón de la mansión Adler sin detenerse. Mateo no redujo la velocidad más de lo necesario. Dinorahh iba a su lado, la espalda recta, las manos entrelazadas sobre el regazo. No miraba el paisaje. Miraba hacia adelante, como si ya estuviera dentro de ese despacho.No era miedo lo que sentía. Era algo más incómodo: conciencia.Apenas bajaron, la puerta principal se abrió antes de que tocaran.—Bueno, bueno… —la voz de Sasha sonó antes que su sonrisa —Miren quiéne apareció.Eros estaba a su lado, acomodándose la campera, claramente listo para salir.—¿Todo bien? —preguntó él, midiendo a Mateo con la mirada —No esperaba verlos juntos por acá.Dinorahh sostuvo la mirada sin esquivar.—Venimos a ver a papá y a mamá —dijo Mateo —¿Están?Sasha arqueó una ceja, divertida.—Está en el despacho, creo que están los dos.—Perfecto —respondió Mateo —No los retenemos.—Llegan justo —intervino Eros —Nosotros salíamos con C
Capítulo 131 —Debes soltarNarrador:Llegaron a la mansión ya entrada la tarde, con ese cansancio raro que no pesa porque está lleno de ilusión. Mateo los condujo directo a la casa de huéspedes, cruzando el jardín. Diego iba adelante, mirando todo con ojos enormes, como si cada paso fuera una revelación.—¿Es acá? —preguntó, señalando la construcción.—Es acá —respondió Mateo —Nuestra nueva casa.Diego no esperó más. Apenas entraron, salió disparado por el pasillo, abriendo puertas sin pedir permiso hasta que dio con su cuarto.El cuarto era enorme. Demasiado, incluso. Una cama grande, mullida, impecable. Ventanas amplias. Un escritorio que todavía no decía nada de nadie.Diego se quedó quieto medio segundo.Y después hizo lo inevitable.Corrió y saltó arriba del colchón, una vez, dos veces, tres, riéndose a carcajadas, rebotando como si hubiera descubierto la felicidad absoluta.—¡MAMÁ! —gritó —¡MIRÁ ESTA CAMA!Dinorah se apoyó en el marco de la puerta, con la mano en el pecho, sonrie
Capítulo 130 —Nueva vidaNarrador:El helicóptero aterrizó en su destino. El ruido constante de las hélices llenaba el aire, mintras se detenían lentamente, no había apuro. Mateo se quedó allí, junto a Tristán, esperando. Dinorah bajó primero. No miró atrás.Se subió a la camioneta que la esperaba y tomó el camino conocido, ese que llevaba directo a la casa de su madre. El trayecto se le hizo eterno. No por la distancia, sino por lo que estaba a punto de decir.Cuando llegó, Diego estaba en el patio. Apenas la vio, corrió hacia ella.—¡Mamá!Dinorah se agachó y lo abrazó fuerte, apretándolo contra su pecho. Cerró los ojos un segundo antes de hablar.—Tenemos que charlar un poquito —le dijo, separándose apenas para mirarlo a los ojos —Nos vamos a mudar.Diego frunció el ceño.—¿Ya hoy?—Sí —respondió ella —A un lugar muy lindo. Te va a encantar.Él la miró en silencio unos segundos, procesándolo.—La abuela me dijo —dijo finalmente —Me dijo que capaz tenías una sorpresa.Dinorah levantó
Capítulo 129 —Más que lista.Narrador:Quedaron desnudos, abrazados en la cama, sudados, con la respiración todavía agitada y los cuerpos calientes, pegados como si separarse no fuera una opción posible. Mateo tenía el pecho húmedo, el corazón golpeándole fuerte todavía; Dinorah estaba sobre él, una pierna cruzándole la cadera, el brazo rodeándole el torso, la mejilla apoyada justo donde podía sentirle el latido.No hablaron enseguida.Se quedaron así, respirándose, dejando que el cuerpo bajara de a poco, que el temblor se transformara en calma. Mateo deslizó la mano por su espalda, despacio, recorriéndola entera, como si necesitara reafirmar que estaba ahí, que era real, que no se le iba a escapar.—Te amo, Dino —dijo al fin, con la voz todavía ronca, sin prepararlo, sin adornos.Dinorah levantó la cabeza apenas, lo justo para mirarlo. Tenía los ojos brillantes, el rostro relajado, la piel encendida.—Yo también te amo —respondió, sin dudar, firme —Mucho.Mateo cerró los ojos un segun
Capítulo 128 —DesayunoNarrador:Dinorah dejó la bandeja en la mesita de noche sin hacer ruido. El aroma del café recién hecho y del pan tibio se mezclaba con el calor que aún guardaban las sábanas. Mateo dormía boca arriba, desarmado, el cabello revuelto, una mano sobre el pecho desnudo, la respiración lenta y profunda. Así, vulnerable, era peligrosamente atractivo.Se sentó en el borde de la cama y lo miró unos segundos más de lo necesario. No había apuro. Había intención.Deslizó los dedos por su antebrazo, despacio, siguiendo el camino de las venas, hasta llegar a su mano. No lo despertó de golpe. Lo fue trayendo de vuelta con caricias suaves, insistentes, calculadas. Mateo se movió apenas, frunció el ceño, y abrió los ojos cuando ella ya estaba inclinándose sobre él.Él, todavía atrapado en ese limbo delicioso entre el sueño y la vigilia, olió café, pan tostado. Algo tibio apoyándose con cuidado en su brazo.—Buenos días —murmuró Dinorah, con una sonrisa lenta. —Mateo… —la voz de
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