Lo miré un instante, no sé cómo sabía eso, pero aunque me doliera, era la pura verdad. Celeste había creado la imagen casi de una santa y Roger…, Roger era el prometido que toda mujer quería en su vida, atento, amoroso, complaciente y muy guapo.
—Recuerda —volvió su voz a detenerme cuando estaba a punto de salir— puedo complacerte no solo en esto. Si lo pides, los desapareceré de tu vida. Giré a verlo intrigada, ¿quién era ese desconocido? ¿Con quién me había acostado? —Solo quiero que sepas que no estás sola, me tienes a mí para complacerte en todo lo que pidas sin importar lo que sea —dijo de nuevo prendiendo un tabaco completamente desnudo—, lo haré si me pides que te complázca. Lo miré a sus ojos queriendo saber quien era, pero me detuve. ¡No! Mejor era no saber. Salí despacio después de arreglarme todo lo que pude. El ascensor descendió a mi piso como si bajara a las profundidades de mi propia disonancia. Me detuve delante de la puerta, llenando mis pulmones de aire para poder respirar el aire nauseabundo de la traición. Al entrar en mi apartamento, me encontré con Roger y Celeste, dos figuras que parecían esculpidas en la más pura inocencia, sentados cada cual en un sillón, alejados, sus sonrisas pintadas con pinceladas de cortesía me miraron sin ningún remordimiento o culpa. —Al fin llegaste amor, te demoraste mucho hoy, debiste avisarme para ir por ti —la voz de Roger estaba teñida con la falsa dulzura que había aprendido a descifrar ahora. —Yo vine a avisar que mañana tienes que ir a hacer la última prueba del vestido de novia y mira la hora que es —Celeste añadió, su voz un eco de la perfección esperada. —Le pedí a mamá que me dejara acompañarte, ella aceptó. La miré a su cara sonriente y triunfante. Celeste rebosaba de felicidad, como si el haber robado la mía incrementara la suya. No dije nada, solo asentí con una inclinación de cabeza, declarando mi fatiga como una excusa para retirarme. Ellos asintieron, diciendo que terminarían de ver la película, regresando a sus roles ensayados. Incluso habían pedido comida y me guardaron. Dije que ya había cenado y me refugié en la soledad de mi habitación, cerrando la puerta no solo a ellos, sino también a las preguntas que amenazaban con desbordar el precario dique de mi compostura. Mis labios se sellaron bajo la presión de mis dientes mordiéndolos, conteniendo un torrente de palabras amargas que luchaban por escapar. Con pasos rápidos que asemejaban más bien una huida, me dirigí al baño, sumergiéndome bajo la ducha aún vestida, dejando que el agua helada se mezclara con la tormenta que rugía en mi interior. Allí, con cada gota que caía, sentía cómo mi corazón se petrificaba en una coraza de hielo. La venganza se tejió en mi mente como un tapiz oscuro y meticuloso. Continuaría con la mascarada nupcial, pero con un giro: todas las cuentas pendientes se pondrían a nombre de Roger, cediendo finalmente a su insistencia que antes había rechazado. Las pruebas de su traición y la de Celeste se acumularían en mis manos, armas para exponer la verdad y liberarme de la sombra de culpa que mi familia siempre había tejido a mi alrededor. Ésta vez lo haría bien, le enseñaría a todos quienes realmente eran ellos. Desde siempre, como la hermana mayor, me habían tallado para la perfección y la obediencia, mientras Celeste, la niña mimada, la eterna princesa, se deslizaba por la vida con una gracia que le permitía reclamar todo lo mío. Dos años me separaban de ella, pero esos años habían sido suficientes para que ella se adueñara de todo lo que tocaba, sin una sola palabra de reproche por parte de nuestros padres. Ahora, armada con mi dolor transformado en determinación, cambiaría el final de esta historia que todos creían ya escrita. Celeste había tejido una imagen de sí misma tan pura y luminosa que todos quedaban cegados por su brillo fingido. Y mientras tanto, yo, la hermana mayor, me convertía en el blanco de todas las culpas, una sombra a la que se le asignaban los errores de la princesa de la casa. Así que, cuando mi padre dictó mi destino al anunciar mi matrimonio con Roger, el hijo de su socio recién llegado del extranjero, acepté sin dudar. Era mi boleto de salida, la oportunidad de escapar del yugo familiar. Roger desplegó ante mí un teatro de cortejo perfecto, interpretando el papel del galán devoto con una habilidad que me hizo cuestionar mi propia suerte. Yo por mi parte no podía creer que ese matrimonio arreglado se hubiera convertido en mi cuento de hadas que terminaría con él: y vivieron felices para siempre. Había interpretado su papel de príncipe encantado, que con cada gesto, cada palabra dulce, parecía encarnar al novio ideal, aquel que había habitado sólo en mis sueños. Era como si adivinara cada gusto, cada sueño, cada deseo que albergaba desde niña. Pero ahora entiendo que detrás de su actuación se ocultaba un guionista: Celeste. Ella le había proporcionado cada detalle necesario para conquistarme, convirtiéndome en el blanco de sus burlas. ¿Con qué objetivo? Desconozco, pero lo averiguaré. Cuando insistí en comprar mi propio apartamento con mi dinero, Roger intentó infiltrarse en ese aspecto de mi vida también, ofreciendo su ayuda financiera. Pero me negué; quería algo propio, un lugar lejos de su influencia. Mantuve en secreto el refugio hasta ayer cuando, superada por la ansiedad de compartirlo con él, le envié la dirección y la llave para que nos encontráramos después que terminara mi horario de trabajo. Había planeado una cena romántica y quizás mi entrega para sorprender a mi prometido, pero la sorpresa fue mía al descubrir la verdad oculta tras la fachada de nuestra relación. Esta revelación no sólo ha destapado las mentiras tejidas a mi alrededor, sino que también ha encendido una llama de rebelión en mi interior. Ya no seré la víctima de sus juegos perversos; es hora de tomar las riendas de mi vida y dirigir el juego a mi favor. Con cada pieza de verdad que recoja, construiré un nuevo camino para mí, uno donde seré la autora de mi destino y no un mero personaje en el drama de alguien más. ¿Cómo pude ser tan ciega?