Me giro solo un instante y le lanzo un beso a Roger con zalamería. Veo cómo Celeste tira de él y cierra la puerta. Me hago la que no vi nada y sigo taconeando hacia el elevador. Puedo escuchar a mi hermana reclamándole, molesta, que deje de mirarme.
Al abrir el elevador, ahí está él: mi desconocido complaciente. No sé cómo lo hace, pero ahí está, acompañado de varios hombres. Al verme, salen enseguida, dejándonos solos. —Estás preciosa —susurra y me devora con un beso. —Deja de hacer eso cada vez que me encuentres; nos van a ver y no quiero —le pido, pero lo vuelvo a besar. Me encanta cómo lo hace. Me excitan estos besos robados, la adrenalina de lo prohibido, de hacer lo que jamás había hecho. Sé que no está bien, pero no puedo evitarlo, es como una droga para mí. Sus manos