Sophia, una joven huérfana y talentosa, trabaja como secretaria del poderoso CEO Logan, con quien mantiene una relación secreta durante tres años. Su mundo da un giro inesperado cuando queda embarazada de trillizos. Llena de ilusión, le comunica la noticia a Logan, esperando ser reconocida al fin. Pero él, temiendo que el embarazo lo debilite ante sus rivales, le exige que aborte. Devastada, Sophia decide proteger a sus hijos y desaparecer sin dejar rastro. Fingiendo su muerte, huye a otro país, donde empieza de cero y, con gran esfuerzo, construye una nueva vida como madre y profesional. En ese camino, se reencuentra con Mateo, un empresario que, al principio, quiere usarla para vengarse de Logan, pero que acaba enamorándose sinceramente de ella. Mientras Sophia crece como empresaria y madre de trillizos, Logan la busca incansablemente, atormentado por la culpa y el vacío que ha dejado su ausencia. Años después, Sophia regresa a su país junto a sus hijos, despertando antiguas pasiones, secretos y conflictos. Logan, al verla, sospecha que los niños son suyos y lucha por recuperarla, mientras Claudia —una rival silenciosa y posesiva— y Mateo se interponen en su camino. Una historia intensa de amor, traición, venganza y redención, donde el amor de una madre se convierte en su mayor fuerza, y donde cada personaje debe enfrentarse a las consecuencias de sus decisiones.
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Sophia llevaba casi media hora esperando, con la hoja de registro arrugada entre sus dedos temblorosos, frente al consultorio de ginecología. Tenía las palmas sudorosas y el corazón en un vaivén constante entre ansiedad y esperanza. A pesar del aire acondicionado, sentía el calor treparle por el cuello, como si su cuerpo ya supiera que nada volvería a ser igual. Al recostarse en la camilla para el chequeo, su mirada se perdió en la lámpara del techo, buscando en sus luces blancas un consuelo imposible. Cada segundo se estiraba como un hilo tenso. —Tres embriones —dijo la doctora, su voz serena y firme interrumpió sus pensamientos—. Todos se están desarrollando bastante bien. Sophia se incorporó con brusquedad, sus ojos muy abiertos. —¿Qué ha dicho? ¿Tri... trillizos? La doctora hojeó su historial médico y asintió con seriedad. —Has estado tomando anticonceptivos durante mucho tiempo. Tu endometrio está más delgado de lo normal. Estos tres bebés no han llegado fácilmente, Sophia. Son un milagro. Debes cuidarlos bien. La noticia le cayó como una cascada helada y ardiente a la vez. Trillizos. Tres vidas latiendo dentro de ella. Tres corazones formándose con el suyo. Hijos de Logan Sterling... y de ella. El fruto de una relación secreta, intensa, y completamente desequilibrada. Durante un instante, sintió que podía volar. Quizá, solo quizá, esa noticia bastaría para que él finalmente la mirara como algo más que una sombra a su lado. Pensó en el rostro de Logan, siempre serio, siempre frío. En sus labios tensos, su ceño fruncido como si el mundo entero le debiera algo. Pero también recordó sus caricias en la penumbra, los silencios compartidos después del deseo, las veces en que creyó ver un atisbo de ternura bajo su armadura de CEO implacable. Tal vez esto —los bebés, su sangre, su herencia— lograrían derretir ese hielo. Como si el destino leyera sus pensamientos, el teléfono vibró en su bolso. Era él. —Ven a mi oficina en media hora —ordenó, con su voz siempre directa. Sophia apenas tuvo que pensarlo. Ya sabía lo que la esperaba: la oficina cerrada, el sofá aún tibio por su espalda, y al final... esas pastillas anticonceptivas que él le dejaba sobre el escritorio como si fueran una rutina más del trabajo. Sin preguntas. Sin emoción. Media hora después, empujó la puerta de vidrio esmerilado. Logan estaba allí, apoyado en su escritorio de roble, la corbata colgando floja alrededor del cuello, las mangas arremangadas. Al verla, se incorporó sin decir palabra y extendió un brazo para rodear su cintura. Sophia se tensó al instante, pero forzó una sonrisa y dio un paso atrás, firme. Sacó del bolso el sobre con la ecografía y lo puso sobre la mesa, frente a él. —Estoy embarazada —dijo, con la voz baja pero llena de convicción. Un destello fugaz cruzó los ojos de Logan. Una sorpresa que duró apenas un segundo antes de que su expresión volviera a congelarse. —Este no es el momento para tener un hijo —declaró, como si hablara de cifras y no de vidas. Las palabras le atravesaron el pecho como un cuchillo frío. Sophia sintió cómo las lágrimas se acumulaban sin pedir permiso, pero las contuvo. Tragó saliva con fuerza. —No estoy pidiendo matrimonio. Ni un título. Solo quiero tener a mis hijos. ¿Eso también vas a negármelo? ¿Vas a quitármelos? Dices que no es el momento... ¿acaso alguna vez lo será? Tres años. Tres años de entregarse sin medida, de vivir a la sombra de su poder, de esconder su amor y su dignidad. Y ahora, ni siquiera el derecho a ser madre. La puerta se abrió de golpe. Claudia Evans entró como si nada. Sus tacones resonaron sobre el piso de mármol. Vio los ojos enrojecidos de Sophia, la tensión flotando en el aire como una amenaza invisible. Y como si el guión le perteneciera, se acercó a Logan con dulzura forzada, posando una mano en su brazo. —No te alteres, deberían sentarse a hablar con calma —dijo, con una sonrisa cuidadosamente medida. Sophia no necesitó más. La rabia contenida le estalló como un disparo seco. Se rió, una risa amarga que le rasgó la garganta. —Ahora entiendo por qué no es el momento. Es por ella, ¿verdad? Sin esperar respuesta, se dio la vuelta y salió. Caminaba con pasos decididos, aunque por dentro se desmoronaba. Apenas había llegado a la salida de emergencia cuando oyó pasos apresurados detrás de ella. Claudia, en sus impecables tacones de diseñador, la había alcanzado. —¡Sophia, espera! —exclamó, bloqueándole el paso con el brazo extendido. —Llevo muchos años siendo amiga de Logan —dijo Claudia, con tono condescendiente—. Conozco muy bien su carácter. Él no siente nada por ti. No son del mismo mundo. Para ser franca, solo está jugando contigo. Si te retiras por las buenas, será mejor para todos. Sophia la miró con el rostro pálido, pero con una firmeza que sorprendía incluso a sus propias rodillas temblorosas. —Apártate —dijo, con la voz quebrada pero clara—. Esto no te incumbe. —Solo quiero lo mejor para ustedes... Pero Claudia no alcanzó a terminar la frase. Sophia ya había salido corriendo, como si huyera de una explosión invisible, como si su mundo acabara de desmoronarse en silencio. Al llegar a la calle, subió al coche con manos temblorosas, casi sin sentir el contacto de las llaves al encender el motor. La ciudad seguía su curso, ajena al drama que la devoraba por dentro. Los semáforos, los transeúntes, el tráfico... todo parecía estar a una distancia irreal. Pisó el acelerador, pero su mente no estaba allí. Las palabras de Claudia resonaban con cruel claridad: “No son del mismo mundo. Él solo está jugando contigo.” Quizá era cierto. Quizá lo había sido siempre. Tres años había pasado entregándole todo a Logan: tiempo, cuerpo, silencio... amor. ¿Y qué había recibido a cambio? Pastillas, secretos y desprecio. Una punzada en el pecho la obligó a apretar más fuerte el volante. ¿Realmente pensó que unos bebés cambiarían algo? Logan no era solo frío. Era inamovible. Y si había dicho que no quería a ese hijo —a esos hijos—, haría lo que fuera necesario para que desaparecieran. El pensamiento le heló la sangre. No sabía hasta qué punto sería capaz de llegar, pero sí sabía una cosa con certeza: debía proteger a sus bebés a toda costa. Tengo que irme, pensó. Escapar. Ahora. Antes de que sea tarde. Sus ojos se nublaron. La presión en su pecho era tan fuerte que apenas podía respirar. El zumbido del motor y el crujido de los neumáticos sobre el asfalto eran lo único que la mantenía anclada a la realidad. Pero incluso eso empezó a desvanecerse. Un destello de luz, una curva mal calculada, un momento de distracción… El volante se le escapó de las manos. —¡No...! —alcanzó a decir antes del estruendo. El coche se salió del carril con un chirrido brutal. Los frenos chillaron como un grito desesperado, pero ya era tarde. El vehículo impactó contra una valla metálica al borde de la carretera. El golpe fue seco, violento. El cuerpo de Sophia se sacudió con fuerza antes de quedar inerte sobre el asiento. Dentro del habitáculo, solo el pitido constante del motor en reposo y el zumbido tenue del cinturón desabrochado rompían el silencio. Un hilo de sangre le bajaba por la sien, lento y cruel, deslizándose por su mejilla hasta empapar el cuello de su blusa blanca. Sus ojos estaban entrecerrados, su respiración irregular. Y en medio de la confusión, su mano temblorosa se posó, casi por instinto, sobre su vientre. Como si, incluso al borde del colapso, su cuerpo no pudiera olvidar a quién debía proteger.Sin salidaLa sala de interrogatorios en la que Sophie estaba atrapada era un cubo de acero frío, iluminado por un solo foco que proyectaba sombras duras contra las paredes. Sus muñecas, aún marcadas por las ataduras, palpitaban mientras trabajaba discretamente en el alfiler escondido en su manga, intentando liberarse. Frente a ella, Julian Voss, el medio hermano de Logan, la observaba con una calma inquietante, sus ojos verdes idénticos a los de Logan pero carentes de cualquier calidez. A su lado, Helena Voss, impecable en un traje negro, tamborileaba los dedos sobre una tableta que mostraba los perfiles genéticos de los trillizos. El zumbido de los monitores llenaba el silencio, y Sophie sabía que cada segundo que pasaba acercaba a La Cúpula a sus hijos.—Sophie, no me hagas perder el tiempo —dijo Helena, su voz suave pero afilada como una cuchilla. —Sabemos que tienes el USB con los protocolos de activación de Génesis. Entrégalo, y tal vez reconsideremos el destino de tus hijos.So
En Londres, Sophie había llegado a un exclusivo salón de Mayfair, donde supuestos inversionistas esperaban con la promesa de rescatar Evans Studio del colapso. Era una estrategia arriesgada, una fachada cuidadosamente construida para mantener la operatividad de la empresa mientras ella ganaba tiempo para su siguiente movimiento contra La Cúpula. Pero en cuanto cruzó el umbral, supo que algo iba mal.El lugar estaba en penumbra, iluminado solo por la luz tenue de lámparas antiguas. Los “inversionistas” no hablaron. Ni un saludo, ni un apretón de manos. Sus rostros estaban medio ocultos, sus miradas demasiado fijas. Un escalofrío recorrió la columna de Sophie.—Esto no es una reunión —murmuró, dando un paso atrás.Demasiado tarde.Un pinchazo. Una aguja en su cuello. Intentó gritar, pero la fuerza abandonó su cuerpo. El suelo pareció deslizarse bajo sus pies. La voz de alguien —grave, sin rostro— se desvanecía en una bruma química que la arrastró hacia la oscuridad.✨✨✨✨✨✨Despertó con
El Segundo BelmontLa casa de seguridad en las afueras de Oxford estaba sumida en un silencio tenso, apenas roto por el zumbido persistente de los monitores de vigilancia y el chasquido ocasional del viento contra las ventanas. Las paredes, gruesas y reforzadas, ofrecían una ilusión de seguridad que ya no convencía a Logan.Sophie se había marchado a Londres esa mañana, presionada por una reunión crucial con inversionistas. Era un intento desesperado por mantener a flote Evans Studio, tras la debacle de la licitación japonesa y la amenaza latente de los gemelos Cruz. Logan, ahora solo con los trillizos y el equipo de Marcus, se encontraba en el despacho del refugio, rodeado de pantallas y documentos, con el rostro demacrado y el ceño marcado por noches de insomnio.Tenía los datos de Victor abiertos frente a él: gráficos de transferencias, nombres codificados, rutas financieras… y un solo mensaje, recibido esa mañana, que le había helado la sangre.“Encontré registros en los archivos
Esa noche, mientras los trillizos dormían profundamente, Sophie se encontraba en su estudio, la lámpara de escritorio proyectando un halo cálido sobre el mapa digital de Ginebra que analizaba por enésima vez. El sonido súbito del teléfono seguro vibrando sobre la mesa la hizo dar un respingo.Mensaje cifrado de Dalia:“S, estoy en camino con una aliada. Llegamos al refugio en 2 horas. Prepárate.”Sophie frunció el ceño, una mezcla de intriga y alarma crispando su espalda. ¿Una aliada? Dalia había estado desaparecida desde su captura en el East End, trabajando desde las sombras en el virus que prometía destruir la red genética de La Cúpula. Si regresaba, y con compañía, era porque algo grande estaba en movimiento.Dos horas después, bajo una lluvia fina que golpeaba como susurros contra el tejado del refugio, un Range Rover oscuro se detuvo al borde del camino de grava. Sophie observaba desde la ventana, la mano descansando sobre la culata de la Beretta oculta bajo su suéter. Las luces
El acuerdo imposibleLa lluvia golpeaba el tejado del refugio en las afueras de Oxford, un murmullo constante que no lograba apagar la tensión que vibraba en el aire. Sophie estaba en la sala principal, mirando a los trillizos mientras jugaban con bloques bajo la vigilancia de Gertrude. Liam apilaba los bloques sin tocarlos, sus ojos concentrados, mientras Noah y Alex resolvían un rompecabezas digital con una velocidad que desafiaba su edad. Las habilidades de los niños, cada vez más evidentes, eran una prueba de las manipulaciones del Proyecto Génesis, pero también un recordatorio de que La Cúpula los quería. El USB de Dalia, con los datos del laboratorio de Zurich, descansaba en el bolsillo de Sophie, un peso que no podía ignorar tras haber activado la base de datos de La Cúpula. Logan, sentado en un rincón, revisaba su teléfono con una expresión sombría, sus manos temblando ligeramente. Sus lapsos de memoria y las voces en sus sueños lo estaban desgastando, y Sophie, a pesar de su
En el lugar seguro, un antiguo molino restaurado en las afueras de Oxford, la brisa campestre apenas lograba atravesar las gruesas paredes de piedra. Era un refugio discreto, rodeado por bosques espesos y campos abiertos, lejos de las rutas trazables. Pero ni la calma aparente del entorno podía aquietar el caos que se gestaba en el interior de Logan.Estaba en la sala del ala oeste, con los trillizos a su alrededor, intentando armar una torre de bloques con Noah, mientras Liam resolvía un rompecabezas y Alex dibujaba garabatos complejos que parecían fórmulas. Logan sonreía, pero era una máscara. Por dentro, su mente se fragmentaba a pasos agigantados.Esa noche había tenido otro episodio. Había despertado en el baño, descalzo, con las luces encendidas, las manos frías… y un cuchillo en la mano. No recordaba haber ido allí. Ni siquiera sabía de dónde había sacado el arma. Solo el reflejo en el espejo —sus ojos turbios, las ojeras marcadas y la expresión vacía— le confirmó que algo se e
Último capítulo