La luz del hospital era fría, deslumbrante y despiadada. Sophie estaba sentada en la camilla, con la espalda recta y los brazos cruzados sobre el abdomen como si pudiera proteger sus secretos con las manos. El médico le vendaba la herida de la frente con movimientos precisos, casi robóticos.
El accidente había sido estremecedor, pero milagrosamente, solo tenía una leve conmoción cerebral y algunos rasguños superficiales. Lo más importante: los bebés estaban bien.
—Necesitas descansar —dijo el médico con tono profesional mientras ajustaba la venda—. Y por favor, no conduzcas durante unos días. Tu cuerpo necesita tiempo, y también tu mente.
Sophie asintió, pero sus ojos seguían ausentes. Ni una palabra. No escuchaba. Su mente era un torbellino: Logan, el rechazo, la curva, el impacto, el miedo. Todo giraba sin control, y las palabras del médico se perdían en la lejanía, como el eco de una conversación ajena.
Una vez firmó los papeles del alta, salió del hospital sola. La brisa nocturna golpeó su rostro con una crudeza inesperada. Sophie levantó la vista al cielo oscuro, como si buscara un consuelo que no iba a encontrar.
La inquietud le crecía en el pecho, sólida y silenciosa. El accidente no había sido solo físico; algo en ella se había quebrado por completo.
Cuando llegó al apartamento —ese lugar que alguna vez confundió con hogar—, no sintió alivio. Era un espacio lujoso, tres niveles con ventanales enormes, muebles de diseño, silencio absoluto... y cámaras de seguridad. Lo había decorado con amor, creyendo que allí crecería el vínculo entre ellos. Pero ahora, cada rincón le recordaba que ese regalo no era amor, sino control disfrazado de generosidad.
Logan le había regalado ese lugar, y también había ordenado cada regla invisible que lo regía. La seguridad 24/7, las autorizaciones para entrar y salir. Era una prisión con paredes blancas y acceso restringido.
Sophie caminó lentamente por el salón, pasando los dedos sobre una mesa de cristal. El miedo se le coló por la espalda.
Si Logan realmente quisiera hacerle daño a ella... o a los bebés... ¿quién lo impediría?
Su respiración se volvió más agitada. Observó el espacio como si lo viera por primera vez, con ojos nuevos. Sabía que los guardias de seguridad rotaban cada ocho horas. Si lograba coordinar los minutos exactos del cambio de turno, podría salir por la ventana del segundo piso, descolgarse por el enrejado lateral y desaparecer sin ser vista.
Pero no podía hacerlo sola.
Sacó su teléfono. Las manos le temblaban. Su pulgar dudó sobre la pantalla hasta que finalmente marcó un número que no usaba desde hacía meses.
—¿Hola? —respondió una voz femenina, cálida y sorprendida.
—Soy yo... Sophie —susurró.
Del otro lado de la línea hubo un breve silencio.
—¡Sophie! Hace semanas que no sabía de ti. ¿Estás bien?
Sophie cerró los ojos, respiró hondo y respondió con voz firme, aunque suave:
—Estoy bien. Pero necesito tu ayuda. Y la necesito ahora.
—Dímelo. Si está en mis manos, lo haré.
Hubo un silencio tenso.
—...Gracias, Lauren.
—Entendido —dijo la voz, con la decisión de una amiga de verdad—. Haré todo lo necesario.
Colgó. El corazón de Sophie seguía latiendo como un tambor, pero por primera vez en días, sus ojos no estaban nublados. Había claridad. Y decisión.
✨✨✨✨✨✨
En el piso más alto de Belmont Enterprises, el silencio era tan espeso como el vidrio blindado que separaba a Logan del mundo exterior. Estaba de pie, de espaldas al ventanal, con la mirada perdida en la panorámica nocturna de Chicago. Las luces de la ciudad parpadeaban como si lo retaran, como si supieran que, por primera vez, él no tenía el control.
Sus hombros, normalmente erguidos con autoridad, estaban caídos, cargando un peso invisible. Tenía las mangas de la camisa arremangadas y el nudo de la corbata flojo, como si la rigidez habitual de su imagen se estuviera desmoronando junto con sus certezas. Se frotó las sienes con ambas manos, como intentando borrar el pensamiento que lo atormentaba.
Finalmente, su voz rompió el silencio con un tono grave y bajo, casi derrotado.
—Sophie está embarazada.
La puerta se cerró tras Claudia justo en ese instante. Venía con un fajo de informes en la mano, pero al escuchar la confesión, se quedó congelada. Los papeles resbalaron de sus dedos y se estrellaron contra el suelo, desparramándose con un sonido seco, casi simbólico. Como si toda su estabilidad también se viniera abajo.
Lo observó con ojos entreabiertos, estudiando su perfil tenso como una fiera midiendo a su presa.
—¿Y qué piensas hacer? —preguntó con una voz suave, controlada, aunque un destello de rabia le cruzó por la mirada.
Logan no respondió enseguida. Caminó lentamente hasta su escritorio, arrastrando los pies como si cada paso le costara más que una negociación de millones. Apoyó ambas palmas sobre el vidrio templado, curvando la espalda. Cerró los ojos un instante antes de hablar, como si buscara las palabras menos hirientes para una herida que ya era irreversible.
—Este no es el momento... —murmuró, con la mandíbula apretada—. Estamos en plena competencia con Sterling & Co.. La guerra empresarial está en su punto más alto. No puedo permitir ninguna debilidad, y un embarazo... un escándalo… lo sería.
Se giró y la miró por fin. Sus ojos oscuros reflejaban una mezcla inusual: pesar, cansancio… y miedo.
—Nunca quise que Sophie quedara expuesta. Por eso la mantuve en secreto todos estos años. Para protegerla… aunque eso signifique que nadie sepa que existe en mi vida. —Hizo una pausa breve, el aire parecía haberse vuelto más pesado—. Pero ahora, con bebés de por medio… no solo está en peligro ella. Está en peligro todo lo que he construido. Todo por lo que he luchado.
Claudia no dijo nada. Se limitó a observarlo con una expresión impasible, aunque sus labios se curvaron apenas, conteniendo el veneno.
—No tengo el valor para obligarla —confesó Logan, desviando la mirada hacia la ciudad—. No ahora. Por favor, encárgate tú. Haz... que ese bebé desaparezca.
Un silencio lleno de implicaciones se instaló entre ellos. Claudia bajó la mirada, asintiendo con lentitud, como si considerara el encargo un simple trámite.
—No te preocupes —respondió con una sonrisa serena, casi maternal—. Me ocuparé de todo. Cuidadosamente.
Se agachó con elegancia para recoger los papeles esparcidos, pero algo en su gesto cambió. Sus dedos se cerraron con más fuerza de la necesaria sobre las carpetas. Mientras estaba agachada, una sombra oscura cruzó su mirada: fría, calculadora... y despiadada.
Cuando se incorporó, su rostro volvía a estar perfectamente neutral, tan profesional como siempre. Pero por dentro, su mente ya había comenzado a trazar líneas mortales.
Esta noche será el final, Sophie.
Prepárate para desaparecer… y para perderlo todo.