Logan irrumpió en el apartamento como una tormenta, con pasos largos, urgentes, casi frenéticos. Su traje estaba arrugado, la corbata mal anudada y el ceño más fruncido que nunca. Al cruzar el umbral del dormitorio, su mirada se clavó directamente en el borde de la cama.
Allí, tirada como un símbolo de pérdida, yacía una prenda ensangrentada. Era una blusa blanca que conocía demasiado bien. La tomó con manos temblorosas, sus dedos se cerraron sobre la tela aún húmeda. Un hilo de sangre seco había manchado el encaje del cuello.
Logan tragó saliva con dificultad.
—Es la ropa que llevaba hoy… —murmuró con la voz ronca, como si el aire le doliera al pasar por la garganta.
Sus ojos brillaban de angustia, aunque intentaba controlarlo.
—Llévenla al laboratorio. Quiero una prueba de ADN. Que verifiquen si esta sangre es de ella… —Su tono bajó—. Necesito saber si... Sophie está viva.
Uno de sus asistentes asintió y desapareció con la prenda entre las manos.
Momentos después, Claudia apareció en el umbral. Llevaba el rostro cuidadosamente controlado, pero sus ojos brillaban con una falsa preocupación que apenas lograba disimular.
—Ya tenemos los resultados —anunció con tono grave, extendiéndole un sobre sellado.
Logan lo arrancó de sus manos, lo abrió y leyó. Su rostro se descompuso. Los músculos de su mandíbula se tensaron, y un leve temblor agitó su brazo.
—Es su sangre… —susurró. Cerró los ojos por un instante. El mundo pareció inclinarse bajo sus pies—. Estaba herida… estaba sola…
Caminó hasta la ventana. Apoyó una mano contra el vidrio, los nudillos blancos de tanta presión.
—¿A dónde fue exactamente? ¿Por qué? —Sus palabras eran más pensamientos en voz alta que preguntas reales.
De pronto, se irguió. Como si un interruptor interno se hubiera activado, su expresión recuperó la frialdad habitual.
—Organicen una búsqueda exhaustiva. Que revisen todos los hospitales, clínicas privadas, centros médicos, cualquier lugar donde pudiera haber acudido por ayuda. Si aparece en cualquier institución sanitaria… quiero saberlo antes que nadie.
Claudia, fingiendo diligencia, asintió y se marchó, aunque por dentro sonreía. Todo iba según lo planeado.
Lo que Logan no sabía era que esa búsqueda era justo lo que Sophie quería.
✨✨✨✨✨✨
En el interior de un coche oscuro, que se alejaba silenciosamente por las autopistas secundarias de Chicago, Sophie viajaba sentada en el asiento trasero. El silencio del auto era reconfortante, casi terapéutico, interrumpido solo por el ronroneo del motor y las luces de los postes que pasaban como fantasmas veloces por la ventana.
Se recostó levemente contra el cristal frío, observando cómo los altos edificios que antes llamaba hogar se desdibujaban en la distancia. Por primera vez en el día, soltó un suspiro largo y profundo, como si finalmente pudiera respirar sin miedo.
—Gracias, Lauren —murmuró con voz suave—. Si no hubieras venido por mí, jamás habría logrado salir de allí.
Lauren, al volante, le lanzó una mirada rápida por el espejo retrovisor. Su expresión era firme, protectora, aunque en sus ojos brillaba la preocupación.
—Siempre estaré para ti —respondió, tomando el volante con más fuerza—. Pero dime, ¿estás segura de que Claudia creyó todo ese espectáculo?
Sophie asintió lentamente, con una media sonrisa amarga.
—Arrojé desde el balcón un viejo muñeco de madera que Logan me había regalado. Pesaba lo suficiente para hacer ruido al caer. A eso le sumé la blusa manchada con mi propia sangre… la que perdí en el accidente de esta mañana. Sabía que Claudia no cuestionaría nada. Estaba demasiado ansiosa por verme desaparecer.
Se quedó en silencio un momento, luego añadió con amargura:
—En cierto modo, jugamos del mismo lado... aunque por razones muy distintas.
Miró entonces el bolso vacío en sus manos. Se había ido sin equipaje, sin documentos personales. Solo lo esencial.
—No quise dejar cabos sueltos —dijo—. Claudia quería mi desaparición. Solo le di lo que buscaba. Y a Logan… le di una pista falsa. Con suerte, desviará la primera oleada de búsqueda hacia donde yo ya no estaré.
Lauren asintió, sin dejar de mirar la carretera.
—Siempre supe que eras fuerte. Pero esto… esto es otra cosa, Sophie. Te admiro.
Sophie esbozó una sonrisa, esta vez más sincera.
—No tenía opción. Una parte de mí murió esta noche. Pero otra… nació con más fuerza que nunca.
Sacó el móvil y revisó el pasaje de avión digital.
—Vuelo a las tres de la madrugada. No diré a dónde por si nos interceptan.
—¿Estás segura de que ese lugar está fuera del radar de Belmont Enterprises?
—Completamente —dijo con firmeza—. No es parte de su red de negocios ni de sus contactos. Una vez allá, Logan tendrá que cavar muy hondo si quiere encontrarme. Y yo no pienso facilitarle el trabajo.
Lauren asintió en silencio, aunque la tensión seguía marcada en su rostro.
—En esta ciudad podrías ganar tiempo —admitió—. Pero tarde o temprano, Logan moverá cielo y tierra.
—Lo sé —contestó Sophie con serenidad—. Por eso no pienso quedarme. Debo cortar todo. Todo. Y empezar de nuevo… sin él, sin ese mundo.
Se llevó una mano a su vientre. Sus dedos se apoyaron con suavidad sobre la tela de su abrigo, como si abrazara algo invisible pero sagrado.
—Una vez le entregué todo —confesó en voz baja—. Mi juventud, mi carrera, mis sueños. Me encerré en su universo creyendo que si me sacrificaba lo suficiente, algún día me daría un lugar a su lado.
—Pero después de tres años... —sus ojos se nublaron unos segundos—. Ni siquiera tenía un nombre en su vida. Ni derecho a tener a mis propios hijos.
Lauren soltó una mano del volante y la posó con firmeza sobre la de Sophie.
—Ya no eres esa mujer, Sophie. Ahora estás tomando el control.
—Sí —susurró—. Por fin.
Levantó la vista. La carretera hacia el aeropuerto se extendía ante ella, larga, recta, silenciosa. Como una promesa.
—Voy a vivir una vida nueva. Una que no dependa de nadie. Ni de su permiso. Ni de su amor. Ni de su apellido. Será mía. Y será también de mis hijos.
Lauren la miró con ternura. No dijo nada más. No era necesario.
En ese silencio compartido, el coche desapareció entre las sombras del amanecer, rumbo a una libertad que Sophie, al fin, se atrevía a reclamar.