Primavera tardía
Londres la recibió con una mezcla de bruma, historia… y memoria.
Sophie descendió del avión con uno de sus hijos acurrucado en brazos, mientras el murmullo constante del aeropuerto resonaba a su alrededor como un viejo eco familiar. Su mirada se alzó un momento hacia los ventanales empañados por la humedad del amanecer. Afuera, la ciudad se extendía gris, elegante, viva… e inquietante.
Detrás de ella, Mateo caminaba con paso firme, una mochila colgada al hombro y una sonrisa serena dibujada en el rostro. Pero Sophie lo conocía demasiado bien: debajo de aquella calma había fatiga acumulada, noches en vela y una silenciosa preocupación por ella. Siempre por ella.
En el carrito doble, empujado con cuidado por una asistente, dormían los otros dos niños. Sus respiraciones suaves parecían marcar un compás de esperanza. Tres pequeñas vidas que eran su faro, su escudo y su impulso.
Sophie cruzó la terminal con el corazón latiendo más fuerte de lo que habría querido admitir. N