Las grietas
La madrugada se había posado sobre Londres como un velo húmedo y espeso, pero Logan no lograba encontrar descanso. Permanecía inmóvil junto al ventanal de su ático en Knightsbridge, con una copa de whisky en la mano y la camisa desabotonada hasta el pecho, como si el aire frío pudiera calmar el incendio que le devoraba por dentro.
Las luces lejanas de la ciudad titilaban como estrellas caídas, indiferentes al caos que se gestaba en su pecho. Apoyó la frente contra el cristal, cerrando los ojos por un instante, intentando apagar la única imagen que lo perseguía con obstinación: Sophie.
Su mirada le había atravesado como una cuchilla. Serena, contenida, firme. Tan distinta, tan parecida. Y luego, esa palabra que aún vibraba en sus oídos como un eco insoportable:
Trillizos.
La voz de Mateo resonó en su cabeza, burlona, segura.
“Sí. Trillizos. Hermosos y ruidosos.”
Logan apretó los dientes. La mandíbula le dolía de tanto contener el torbellino.
Ella no era un fantasma del pasa