Claudia estaba dentro del ascensor, sola, envuelta en el reflejo metálico que la observaba desde todas las paredes. Sus labios mostraban una sonrisa apenas dibujada, una mueca suave y controlada, pero sus ojos… sus ojos eran tan fríos como una hoja de acero recién afilada. Vacíos, gélidos. Su mirada se clavaba en su propio reflejo con una mezcla de cálculo y desprecio.
Sabía perfectamente que Sophie era el único punto débil de Logan. La única mujer que había logrado colarse entre sus murallas de concreto emocional. Y mientras ella siguiera en su vida, Claudia jamás tendría el control absoluto que tanto anhelaba. Sophie era una amenaza, un virus infiltrado en su sistema perfecto.
El ascensor se detuvo con un leve "ding". Claudia salió sin prisa, sus tacones resonando como metrónomos de guerra sobre el mármol blanco. Caminó por el pasillo de oficinas con la espalda erguida, el bolso colgando de su brazo como si fuera un arma.
Al entrar en su oficina, cerró la puerta con un clic seco. No encendió la luz. Se movía con la seguridad de quien ya había ensayado este momento cientos de veces en su mente. Tomó su celular y marcó un número que tenía memorizado desde la infancia.
—Papá —dijo, sin titubeos—. Necesito que me hagas un favor. Uno grande.
Un segundo de silencio, seguido por una voz masculina y grave.
—¿Qué clase de favor, Claudia? ¿Qué estás planeando esta vez?
—Un accidente —dijo, mientras se quitaba los guantes de cuero dedo por dedo—. Médico. Preciso, creíble... irreversible.
Su tono era tan sereno que provocaba escalofríos.
—Claudia... —suspiró su padre al otro lado—. Sé ese tono. ¿De qué se trata?
—Sophie está embarazada —soltó con frialdad, como si pronunciara una sentencia—. Y tengo que deshacerme de ella. Rápido. Elige un hospital reconocido, uno con prestigio. Que no despierte sospechas. Pero que pueda fallar en el procedimiento. Algo como una hemorragia mal tratada. Una intervención quirúrgica demorada. Lo suficiente para que parezca un error... y nadie pregunte nada.
El silencio al otro lado fue más largo esta vez.
—Claudia… eso es un asesinato.
Ella rodó los ojos con impaciencia, caminando hacia el ventanal.
—No es un asesinato, papá. Es justicia. Sophie ha sido una molestia durante demasiado tiempo. Logan no puede avanzar si sigue atado a ella. Y yo... —inspiró hondo, conteniendo la rabia bajo su voz suave—. Yo estoy cansada de ser la que observa desde la sombra. Es hora de que desaparezca.
—¿Y estás segura de que Sophie aceptará?
Claudia sonrió, esta vez de verdad, pero era una sonrisa cruel, como una grieta en un espejo.
—Siempre ha obedecido a Logan. Si él le dice que respire, respira. Si le pide que se calle, se borra. Es patética. Enterró todo su orgullo por una relación que nunca fue real. Ella irá al hospital como una oveja al matadero… por amor.
—¿Y cuándo planeas hacerlo?
—Mañana por la mañana. Esta noche iré a convencerla. Asegúrate de que todo esté listo. Sin errores.
—Está bien... —murmuró su padre, derrotado—. Haré lo que me pides.
Antes de que pudiera añadir algo más, Claudia colgó. Se quedó mirando el teléfono con indiferencia y luego lo dejó sobre el escritorio. Su expresión era dura, determinada, como si todo estuviera perfectamente calculado.
Su padre, al otro lado de la línea, se quedó en silencio, con el aparato aún en la mano. Sabía que estaba cruzando una línea, una más. Pero le debía tanto a Claudia... y había fracasado tantas veces como padre, que aún se aferraba a la esperanza de redención. Aunque fuera por obedecer su voluntad más oscura.
✨✨✨✨✨✨
La noche cayó sobre la ciudad como un telón pesado. Las luces de los rascacielos se encendían una a una, adornando el cielo con reflejos fríos. Sophie estaba sentada en el sofá del salón, envuelta en una manta que no le daba calor. Su mirada se perdía en el ventanal, donde el reflejo de la ciudad se mezclaba con sus propios pensamientos.
En su regazo descansaban sus manos, entrelazadas sobre su vientre. Los bebés. Su único motivo para mantenerse firme. Cada latido de su corazón se sentía como una advertencia: no hay tiempo que perder.
El timbre sonó.
Sophie parpadeó, despertando de su ensimismamiento. Caminó hasta la puerta con paso lento y cauteloso. Al abrirla, allí estaba Claudia. Perfectamente vestida, impecable como siempre, con su rostro amable cubierto por una máscara de cortesía.
—¿Puedo pasar? —preguntó, con una sonrisa ensayada.
Sophie dudó. Su instinto gritaba que dijera que no. Pero al final, asintió. Parte de ella todavía creía que podía resolverlo hablando.
Claudia entró con paso seguro, recorriendo el apartamento con la mirada como si evaluara una propiedad en venta. Dentro de ella, se burlaba. Una jaula con flores sigue siendo una jaula, pensó.
Se sentó en el sofá sin esperar invitación, cruzando las piernas con elegancia.
—Logan me pidió que hablara contigo —dijo, mirando a Sophie como si fuera una niña confundida.
Sophie frunció el ceño y se sentó frente a ella.
—¿Qué dijo?
Claudia suspiró con aire maternal, inclinando ligeramente la cabeza.
—Lo mismo que todos ya sabemos. Ustedes no pertenecen al mismo mundo. Pero aún siente algo por ti... aunque cada vez menos. Si te haces el aborto, quizás puedan... continuar.
Sophie bajó la mirada. Su mandíbula se tensó. Mordió su labio inferior para contener la rabia que hervía por dentro.
—El hospital ya está listo —añadió Claudia, aprovechando su silencio—. Todo está preparado para mañana a primera hora. Es un lugar seguro. Nadie sabrá nada. Ni siquiera tú tendrás que cargar con las consecuencias.
Sophie levantó la vista de golpe, sus ojos brillaban con indignación.
—¿Y el bebé? ¿Qué significa para ustedes?
Claudia se encogió de hombros, su expresión se volvió dura, despojada de todo fingimiento.
—Un estorbo. Para ti. Para Logan. Para todos. Haz lo correcto, Sophie. Termínalo.
Sophie se puso de pie, con las manos cerradas en puños. Su voz temblaba, pero no de miedo. De furia contenida.
—Gracias por tu sinceridad. Lo pensaré. Pero ahora quiero que te vayas.
Claudia también se levantó. Caminó hacia la puerta con calma, pero antes de salir, se giró una vez más.
—Recuerda —dijo con voz suave y venenosa—: abortar es la única forma de salvar lo poco que queda de tu relación.
La puerta se cerró.
Claudia respiró profundo frente a ella, satisfecha. Pero no vio que, en el piso superior del apartamento, Sophie ya se movía con sigilo. Había abierto el ventanal del tercer piso en silencio. Cada paso estaba milimétricamente calculado.
Minutos después, un golpe seco resonó en el jardín trasero del edificio.
El corazón le palpitaba con una fuerza dolorosa. Sintió cómo la sangre le abandonaba el rostro, dejándola fría. Se acercó lentamente al ventanal del pasillo, desde donde se veía parte del jardín trasero del edificio. Sus ojos se clavaron en la mancha que acababa de aparecer sobre el césped.
Una prenda blanca… claramente ensangrentada… reposaba sobre la hierba. Desde su posición, no podía distinguir detalles, pero sí lo suficiente como para saber lo que era: la blusa que Sophie había llevado esa tarde. La misma que tenía puesta cuando se vieron por última vez.
Claudia entrecerró los ojos, conteniendo la respiración. No se atrevió a bajar. No necesitaba hacerlo.
No había nadie más. No se oyó ningún grito. Ningún quejido. Solo el impacto.
Y no podía ser otra cosa. Sophie había saltado.
Un escalofrío le recorrió la columna, pero se obligó a recuperar la compostura. La sorpresa se transformó en satisfacción amarga. El plan había funcionado, aunque no de la forma que había imaginado.
Retrocedió un paso. Luego otro. La respiración aún agitada, pero la mente fría. Sacó el celular con calma y marcó el número de Logan. Tenía que sonar devastada, no triunfante.
Cuando él respondió, dejó que el silencio hablara primero. Luego, con la voz quebrada y cuidadosamente empañada de tristeza, dijo:
—Logan… Sophie saltó.
Hubo un segundo de mutismo al otro lado. Claudia tragó saliva, forzando una pausa dramática.
El silencio que siguió fue más largo. Como si Logan se hubiera quedado sin aire. Y entonces, su voz explotó como un rugido contenido:
—¡Maldita sea! ¡Yo solo quería protegerla…! ¡Yo la empujé a esto…!
Claudia cerró los ojos, pero sonreía por dentro.
✨✨✨✨✨✨
Mientras tanto, un coche oscuro se alejaba sigilosamente por la autopista, envuelto en el manto cerrado de la noche.
En el asiento trasero, Sophie iba recostada contra la ventana, con la cabeza apoyada en el cristal frío. El traqueteo suave del vehículo parecía arrullar sus pensamientos, pero su mirada seguía despierta, fija en las luces del edificio que, poco a poco, se perdían en la distancia.
Allí, entre las sombras y el césped recién cortado, alcanzó a ver la figura de Claudia corriendo desesperada, los tacones hundiéndose en la tierra, los guardias hablando por radio, los haces de linterna barriendo el jardín como si buscaran un cadáver.
Una sonrisa apenas perceptible se formó en los labios partidos de Sophie. La escena era justo como la había imaginado.
Su plan había funcionado.
Se llevó los dedos a la frente, tocando con suavidad el vendaje que cubría el golpe. El ardor era real. La sangre también lo había sido. Horas antes, al salir del hospital tras su accidente de auto, había guardado la blusa ensangrentada con cuidado. Sabía que la necesitaría.
Ya en casa, había preparado todo: dejó la prenda empapada junto a la ventana, soltó un muñeco de madera desde el tercer piso para provocar un golpe seco y realista, y descendió por el conducto lateral del balcón ayudada por una cuerda improvisada. En la calle trasera, Lauren la esperaba con el coche encendido.
El golpe en la frente era parte del recuerdo… y parte de la coartada. Una herida auténtica que le daba credibilidad al engaño.
Claudia pensaría que había saltado. Que había muerto. Que el problema se había resuelto por sí solo.
Pero Sophie estaba muy viva.
Y esta vez, había elegido no ser víctima de nadie.
Se llevó la mano al vientre con una ternura intensa, protectora, como un escudo hecho de amor y furia. Bajo sus dedos, sentía el leve abultamiento, la promesa de tres pequeñas vidas latiendo en su interior.
En su mirada ya no quedaban rastros de miedo. Solo determinación.
—Adiós, Logan —susurró con voz serena, sin odio, pero con la certeza de quien ha cerrado una puerta para siempre.
Y también adiós a esa Sophie que se doblaba por amor, que callaba para agradar, que agachaba la cabeza por miedo a perder lo que nunca le fue dado.
El coche se internó en la oscuridad de la autopista, rumbo a una nueva ciudad, una nueva vida.
Y Sophie...
...Sophie no volvió a mirar atrás.