Latidos Prohibidos

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Romance
Última actualización: 2025-07-16
Cade Ademe  Recién actualizado
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Resumen
Índice

Algunos corazones laten con fuerza. Otros… estallan. Él perdió a su esposa en circunstancias sospechosas. Ella salva corazones con un bisturí y una lengua afilada. Él solo vive por su hija. Ella no cree en cuentos de hadas. Pero cuando el destino los junta en un quirófano, lo prohibido deja de ser una opción… y se vuelve inevitable. Una relación explosiva. Una niña que necesita un milagro. Y una mujer dispuesta a matar por un amor que nunca fue suyo. Secretos. Obsesión. Y un amor que podría costarles todo.

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Capítulo 1

Capítulo 1 – La nueva cirujana

Valeria ajustaba su bata blanca mientras leía el expediente de su próxima paciente VIP. Dos años. Huérfana de madre. Diagnóstico: cardiopatía congénita severa.

—La niña llegó hace una hora. El padre exigió total discreción —dijo una enfermera mientras caminaban juntas—. Tiene contactos importantes. Gobierno, creo. Pero… está devastado.

Valeria asintió. Estaba acostumbrada a tratar con padres angustiados, pero había algo en ese informe que le estrujaba el pecho. Tal vez porque era su primer caso VIP desde que obtuvo la especialización, o tal vez porque las notas decían que la niña no hablaba desde la muerte de su madre.

Abrió la puerta con suavidad.

La habitación era cálida, decorada con tonos suaves y una lámpara de jirafas. En el centro, sobre la camita, una pequeña figura con grandes ojos oscuros observaba en silencio. A su lado, un hombre alto, de traje gris, mirada ojerosa y mandíbula apretada.

—Buenas tardes. Soy la doctora Valeria Torres, su cirujana pediátrica.

El hombre alzó la vista con cautela y la escaneo de arriba a bajo con la mirada seria. Sus ojos eran de un gris tormentoso, y no sonrió.

—“¿Usted va a operarla…? ¿Que edad tiene? ¿Con qué experiencia, doctora? ¿Jugando a la escuelita de medicina con muñecas?”

Valeria no parpadeó. Sonrió con la misma calma con la que un cirujano afila el bisturí antes de operar.

—Veintiocho. Triple especialización. Harvard, Johns Hopkins y Barcelona. Pero si lo que necesita es que me deje bigote y arrastre un maletín de los años setenta para sentirse más tranquilo, puedo fingir ser mi abuelo. Eso sí… su hija tendría que esperar otra vida para operarse.

En ese momento el jefe de cardiología, un hombre de sesenta años con bigote desordenado, voz de abuelo y amigo de Thiago entró a la habitación.

—Que bueno que llega Doctor Rivas —dijo ella sin apartar la mirada del padre gruñón—, ¿puede explicarle al señor Moretti por qué estoy aquí?

El, carraspeó incómodo.

—Thiago, Valeria Ríos es una de las cirujanas pediátricas más brillantes que ha pasado por este hospital. Su trabajo en cirugía robótica minimamente invasiva está revolucionando los procedimientos cardíacos en niños. Y si hay alguien que puede ayudar a Clara… es ella.

Thiago apretó la mandíbula. Estaba claro que el título no le bastaba.

—Ella es todo lo que tengo. ¿Entiende? Si tengo que comprarle un corazón, lo haré. Si tengo que rogar, lo haré. Y si tengo que matar por ella… créame, también lo haré.

El silencio se espesó en la habitación como una nube de pólvora.

Valeria alzó una ceja. No se movió ni un centímetro.

—Interesante declaración, señor… —revisó el expediente sin apuro—. Guerrero, ¿cierto? Pues bien, don Moretti… aquí no aceptamos pagos por órganos, ni mucho menos amenazas de asesinato. Pero sí tenemos algo más raro: honestidad, competencia… y una doctora que no se deja intimidar por trajes caros ni por hombres desesperados con complejo de Dios.

Él apretó los puños. Había fuego en sus ojos, pero también una pizca de respeto… o desconcierto.

—Mire —añadió Valeria, bajando un poco el tono sin perder firmeza—. Su hija no necesita a un hombre desesperado con delirios de mafia. Necesita a un padre presente, sereno y que confíe en el equipo que va a abrirle el pecho para salvarle la vida.

Ella extendió la mano para acariciar el borde de la cama con delicadeza.

—Ahora… ¿vamos a trabajar juntos por su hija? ¿O prefiere continuar este jueguito de intimidación hasta que alguno de los dos pierda los estribos?

El hombre respiró hondo. Algo se rompió en su postura rígida. Se sentó al borde de la silla y bajó la cabeza por primera vez.

—Esto es lo que haremos, voy a operar mañana a primera hora. Y después me dará las gracias.—concluyó. Y se giró hacia la puerta con un movimiento elegante de bata blanca.

Thiago la siguió con la mirada.

La seguridad. El tono. El descaro.

No estaba acostumbrado a que nadie le llevara la contraria. Mucho menos una mujer que parecía salida de un anuncio de perfume y hablaba como si tuviera dinamita en la lengua.

—¿Y si algo sale mal? —preguntó en voz baja, como un ruego disfrazado de amenaza.

Valeria se detuvo. No se giró.

—Entonces usted tendrá derecho a odiarme el resto de su vida. Pero si sale bien… tal vez empiece a respetarme.

Y se fue.

Horas más tarde, en la sala de médicos, Valeria se desabrochaba el moño mientras revisaba los exámenes preoperatorios.

—¿Sabes que acabas de patear al hombre más temido de Madrid? —le susurró Andrea, su compañera anestesióloga—. Ese hombre mueve capitales, inversiones, medios. Si le da la gana te borra del planeta.

Valeria se encogió de hombros.

—Pues que empiece. Con lo que me ahorraría en cafés podré pagarme unas vacaciones en las Maldivas.

—Hablas como si no te afectara nada —dijo Andrea, mirándola de reojo.

—No es que no me afecte —contestó Valeria—. Es que si me dejo afectar, no opero. Y si no opero, los niños mueren.

Andrea parpadeó. Luego asintió en silencio.

Había algo en Valeria que intimidaba.

Una mezcla de fuego y hielo.

Como una tormenta que bailaba con gracia.

A la mañana siguiente, Thiago no pudo dormir.

Estaba sentado junto a la cuna de Clara. Mirándola. Escuchando el pitido rítmico de las máquinas.

Recordó a su esposa.

La promesa rota.

La vida que se le había escurrido entre los dedos.

Y ahora, su hija. Su única razón.

Cuando vio entrar a Valeria con su uniforme quirúrgico, sintió rabia.

No por ella.

Por sí mismo. Por no poder hacer nada.

—Si le pasa algo… —comenzó.

—Me va a culpar. Ya me quedó claro —respondió Valeria mientras caminaba al quirófano —. Ahora si me disculpa, voy a salvar una vida.

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Capítulo 1 – La nueva cirujana
Capítulo 2 – “Ella es todo lo que tengo”
Capítulo 3 – “No necesito que me cuide, gracias”
Capítulo 4 – “No soy un hombre fácil”
Capítulo 5 – “La hermana perfecta”
Capítulo 6 – “Mami Vale”
Capítulo 7 – A veces, el dolor excita
Capítulo 8 – Sangre en las rosas
Capítulo 9 – El Comité
Capítulo 10 – “Verdades bajo juramento”
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