Algunos corazones laten con fuerza. Otros… estallan. Él perdió a su esposa en circunstancias sospechosas. Ella salva corazones con un bisturí y una lengua afilada. Él solo vive por su hija. Ella no cree en cuentos de hadas. Pero cuando el destino los junta en un quirófano, lo prohibido deja de ser una opción… y se vuelve inevitable. Una relación explosiva. Una niña que necesita un milagro. Y una mujer dispuesta a matar por un amor que nunca fue suyo. Secretos. Obsesión. Y un amor que podría costarles todo.
Leer másEl sol del verano parecía bendecirlo todo. En aquella escapada al lago, el aire olía a hierba recién cortada, a parrillada improvisada y a libertad. Clara correteaba con otros niños mientras los amigos de la familia se reían con una guitarra mal afinada y una botella de vino que pasaba de mano en mano.Valeria, con un vestido ligero y el cabello suelto, intentaba darle puré a Mateo sin mancharse. El pequeño, en cambio, parecía decidido a decorar a su madre con cada cucharada.—Es idéntico a ti —bromeó Thiago, acercándose con una sonrisa torcida.—¿En serio? —Valeria arqueó una ceja—. ¿Quieres decir que yo también me reía en tu cara mientras me ensuciaba?Clara, que los escuchó, se dobló de risa.—¡Sí! ¡Mamá se mancha todo el tiempo!Thiago fingió una tos dramática y se dejó caer en la manta como si hubieran descubierto un secreto grave. Todos rieron. Era esa normalidad sencilla lo que más valoraban ahora: ruido de niños, olor a comida, el reflejo dorado del lago.Mientras el día avanz
El pitido se estiró como una cuerda tensa… y no se rompió.En la pantalla, una línea volvió a un ritmo terco, obstinado, como si el corazón de Thiago se aferrara al mundo con uñas invisibles.Valeria no respiró hasta que el médico dijo en voz baja:—Se estabiliza.En ese momento soltó el aire que no había notado que retenía, y cerró los ojos un segundo haciendo una plegaria de agradecimiento silenciosa, mientras Mateo seguía dormido en su pecho. No había descansado en días, pero esa palabra—se estabiliza—le devolvió algo que había olvidado: la noción de mañana. Le besó la frente a Thiago, fría aún, y susurró:—Vuelve conmigo. Mateo te espera. Clara te espera. Yo… también.Las horas siguientes fueron un goteo de luz. Cambiaron suero, ajustaron sedación, colocaron una manta térmica. Cuando el hígado permitió bajar la medicación, Thiago movió los dedos debajo de la sábana. El médico se adelantó, levantó un párpado. Valeria se puso de pie sin darse cuenta.—Thiago —dijo, con la voz hecha
El amanecer entró tibio por los ventanales del hospital, pero en la UCI el tiempo no tenía temperatura. Valeria se puso la bata verde, se desinfectó las manos y empujó la puerta con el hombro. Mateo dormía pegado a su pecho en una manta ligera. Las máquinas recibieron a madre e hijo con ese concierto de pitidos que ya conocía: ritmo, presión, oxígeno. En la cama, Thiago parecía más pequeño, atravesado por líneas y tubos; la piel pálida, la respiración asistida.—Buenos días, amor —susurró ella, acercando una silla—. Mateo vino a verte. ¿Lo sientes? Estamos aquí.Le tomó la mano con cuidado, evitando la vía. El tacto estaba frío, pero vivo. El bebé, como si reconociera un olor antiguo, se movió y soltó un quejido breve. Valeria sonrió con los ojos húmedos.—Resiste. Hoy solo tienes que hacer eso: resistir.A pocos kilómetros, en la comisaría de Masuria, una mesa de metal dividía a la Dra. Rubio. Ella estaba impecable pese a las esposas: el moño firme, la mirada afilada. Él, cansado, co
El pasillo estaba empapado en sangre y gritos. Thiago se retorcía en el suelo, los labios ya amoratados, el pecho subiendo con un esfuerzo doloroso. Valeria, con Mateo pegado a un costado, presionaba la herida con la otra mano, como si de ello dependiera todo el universo.—¡Resiste, mi amor! —le rogaba, con lágrimas corriendo por su rostro—. ¡No me dejes ahora, no puedes!Thiago apenas podía responder. Su mirada buscaba la de ella, cargada de dolor y amor a partes iguales, antes de volver a cerrarse por segundos que parecían eternidades.—¡Necesito una camilla ya! —gritó Andújar a los agentes.Dos hombres llegaron corriendo, arrastrando un equipo médico improvisado. Novak, tambaleándose con la herida aún en el costado, se acercó y se arrodilló junto a Valeria.—Déjame ayudar —dijo, apretando la herida con una gasa estéril—. La bala entró cerca del corazón, pero no parece haber salido. Hay que estabilizarlo antes de moverlo o no llegará a la ambulancia.—¡Haz lo que tengas que hacer, p
El silbido metálico de la bala se estrelló contra la carne. El eco del disparo aún resonaba cuando Thiago se arqueó hacia atrás, el impacto rozando su corazón. El aire se escapó de sus pulmones en un jadeo roto, como si el mundo entero se hubiese desplomado sobre su pecho.—¡NOOOOO! —el grito brotó doble, desgarrador, desde dos gargantas opuestas.Valeria lo soltó con un sollozo ahogado, apretando a Mateo contra su costado para que no cayera al suelo. Luciana, en cambio, extendió la mano hacia adelante, con los ojos desorbitados. La escena no era lo que había imaginado: ella quería borrar a Valeria del mapa, no destruir al hombre que era la raíz de su obsesión.Thiago cayó de rodillas. La sangre comenzó a empapar su camisa, un rojo oscuro que se extendía como una mancha viva. Su mirada buscó a Valeria con desesperación, como si quisiera tatuarse sus ojos antes de que la oscuridad lo reclamara.—¡Thiago! —Valeria se inclinó hacia él, el niño en un brazo, y con la mano libre presionó la
El fogonazo iluminó la locura en el rostro de Luciana. El casquillo cayó al suelo con un tintineo seco, y el disparo retumbó en los muros como un trueno imposible de contener.Por un instante, el tiempo dejó de avanzar.La bala había abandonado el cañón, cortando el aire con un silbido que nadie alcanzó a escuchar en su justa velocidad. El mundo se fragmentó en escenas dispersas, como si cada alma presente hubiese quedado atrapada en una fotografía.ThiagoVio el fogonazo antes de escuchar el trueno. Su cuerpo reaccionó antes que su mente: se lanzó hacia adelante, los ojos fijos en Valeria y en el pequeño Mateo. La distancia era maldita, demasiado corta. Sabía que no llegaría a tiempo.Un grito ardía en su garganta, pero no salió. Solo una frase le rebotaba en la cabeza con la fuerza de una plegaria desesperada:“No otra vez. No voy a perderlo otra vez.”ValeriaEl llanto del bebé retumbó en sus brazos como un latido descompuesto. Instintivamente, lo apretó contra su pecho, cerrando e
Último capítulo