Inicio / Romance / Latidos Prohibidos / Capítulo 4 – “No soy un hombre fácil”
Capítulo 4 – “No soy un hombre fácil”

El silencio del despacho era denso, como si las paredes supieran lo que iba a decirse. Thiago Moretti estaba de pie, junto al ventanal del hospital, observando Madrid desde el piso catorce con las manos cruzadas detrás de la espalda. Había algo en su postura que decía más que sus palabras: rigidez contenida, rabia enterrada, agotamiento emocional.

—¿Qué necesitas saber exactamente, doctora Ríos? —preguntó sin mirarla.

Valeria, de pie al otro lado del escritorio, no se amilanó. Llevaba una carpeta con el historial médico de Clara en una mano y un café frío en la otra. Su voz fue directa, sin adornos.

—Lo que no está en el expediente.

Thiago se giró. Tenía las ojeras marcadas, la camisa arrugada, y el tipo de mirada que se obtiene cuando uno ha dormido más con los ojos abiertos que cerrados. Se quedó en silencio unos segundos, evaluándola, como si midiera hasta qué punto podía confiar.

—Camila y yo nos conocimos en la universidad. Era todo lo que yo no: paciente, dulce, suave… —una sonrisa sin alegría le curvó los labios—. Nos casamos jóvenes. Un año después nació Clara. Y al año exacto, Camila murió.

Valeria lo miró en silencio, captando los matices que no decía.

—¿Cómo murió?

—Oficialmente: aneurisma cerebral. —Thiago hizo una pausa—. Pero algo no cuadró nunca. Demasiado rápido, demasiado repentino. Ningún signo previo. —Desvió la mirada—. No soy médico, pero tampoco soy idiota.

Valeria asintió. Aquello confirmaba la intuición que había sentido desde que vio los informes.

—Desde entonces Luciana, la hermana mayor de Camila que estaba en casa con nosotros cuando ocurrió, se quedó cerca. Muy cerca. Cree que su forma de honrar la memoria de su hermana es controlar cada aspecto de la vida de Clara.

Valeria arqueó una ceja.

—¿Controlar? A un niño no se le puede controlar.

—Ella quería mucho a su hermana y piensa que estando cerca de Clara honra su memoria. —Thiago se pasó la mano por la nuca, tenso—. Y yo tampoco hice nada para alejarla. Clara la adora. Supuse que necesitaba una figura femenina cerca.

Valeria cerró la carpeta con un golpe suave.

—Lo que necesita es la verdad, aunque duela. Todos la necesitamos.

Thiago no respondió. Pero por primera vez, pareció escuchar de verdad.

Horas después, en la sala de espera privada de pediatría, Luciana hizo su aparición. Vestida de blanco impoluto, con un pañuelo de seda cuidadosamente anudado al cuello y un ramo de flores que olía a perfume caro, irradiaba esa clase de belleza que siempre parece calculada al milímetro. Como si fuera parte de una obra de teatro y supiera que el papel de viuda de porcelana le quedaba perfecto.

—Doctora Ríos, soy Luciana O’Neil tía de Clara, casi como su mamá.—dijo con una sonrisa tan amable que resultaba ofensiva—. Al fin nos conocemos.

—Señorita O’Neil —respondió Valeria con igual cortesía—. Qué apropiado venir vestida como si fuéramos a un té en Buckingham.

Luciana sonrió aún más. La alusión a su atuendo la dejó indiferente.

—Me gusta estar presentable, incluso en momentos difíciles. Clara es todo lo que nos queda de Camila.

—Claro. Aunque me resulta curioso que la historia clínica de Camila no mencione antecedentes de aneurismas. Ni uno solo.

La sonrisa de Luciana titubeó por una fracción de segundo. Luego, se encogió de hombros.

—A veces las tragedias llegan sin aviso.

Valeria inclinó la cabeza, como si aceptara la respuesta. Pero sus ojos dijeron otra cosa. “Te estoy mirando. Y no me trago nada”.

—¿Algo más, señorita O’Neil?

—Solo que… confío en que sabrá hacer lo correcto por Clara. Es una niña sensible. Y muy leal a los que ama.

Valeria sonrió con los labios, no con los ojos.

—Yo también lo soy. A los pacientes, no a los fantasmas.

Esa noche, Valeria entró en la habitación donde Clara dormía con una tranquilidad que rompía el corazón. La niña, envuelta entre almohadas y peluches, respiraba con dificultad leve, pero el monitor marcaba estabilidad. Sus pestañas largas descansaban sobre las mejillas, inocente y completamente ajena al caos que la rodeaba.

Valeria se sentó en una silla a los pies de la cama y se quedó observándola.

—¿Qué secretos escondes, pequeña? —susurró—. ¿Y cuántos de ellos vienen disfrazados de familia?

Por primera vez en mucho tiempo, algo parecido al miedo le rozó el estómago. No por la cirugía. Por todo lo demás.

A la mañana siguiente, Thiago la esperaba en su oficina, esta vez con una taza de café y una expresión más agotada que hostil.

—Gracias por cuidar de ella.

—Es mi trabajo —respondió Valeria, quitándole importancia.

Thiago la observó unos segundos.

—No confío fácilmente. Desde que Camila murió, cada persona que ha estado cerca lo ha hecho por interés, por compasión… o por culpa.

—¿Y cuál de las tres soy yo? —preguntó ella, cruzándose de brazos.

—Todavía no lo sé. Pero no soy un hombre fácil, doctora. Ni dócil. No voy a endulzar nada para que me sonrías.

—Qué alivio. Yo tampoco me dedico a lamer botas para ganar puntos.

El silencio se volvió espeso.

—Clara parece confiar en usted —añadió él al final, como si le costara decirlo.

—Porque yo no le miento. Y no pienso empezar ahora.

Por primera vez, Thiago soltó una carcajada seca, breve. Como si su alma oxidada hubiera chirriado por un segundo.

—No sé si me fastidia o me gusta eso.

—Probablemente ambas. —Valeria agarró la carpeta médica—. Pero tendrá que acostumbrarse. Porque Clara aún necesita varios procedimientos y evaluaciones. Y yo no pienso dejarla en manos de nadie más.

Thiago asintió. No agradeció en voz alta. Pero su silencio dejó claro que lo había hecho.

Esa noche, en la soledad de su despacho, Valeria repasaba por tercera vez los antiguos registros médicos de Camila. Algo le hacía ruido. La analítica preparto de Camila, realizada unos meses antes de su fallecimiento, mostraba niveles alterados en enzimas hepáticas y potasio… un patrón completamente incongruente con un aneurisma cerebral espontáneo.

Una anomalía.

Un error, tal vez.

O una pista.

Valeria se inclinó hacia la pantalla, ampliando los datos.

—¿Qué demonios te pasó en realidad, Camila?

Justo cuando iba a cerrar el archivo, un nombre apareció en la ficha de acceso al historial médico: Luciana O’Neil.

Y la fecha… fue la noche anterior a la muerte de Camila.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP