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Capítulo 5 – “La hermana perfecta”

La luz del amanecer se colaba por los grandes ventanales del hospital, filtrándose entre las persianas como dedos de un dios caprichoso. Valeria estaba en pie desde antes de que saliera el sol, sentada en el rincón más aislado de la sala de médicos, con la laptop abierta frente a ella y una expresión de pura concentración.

Una palabra brillaba en la pantalla con una fuerza que le erizaba la piel: Luciana O’Neil.

¿Por qué tenía acceso al historial médico de su hermana menor la noche anterior a su muerte? ¿Y por qué nadie parecía haber notado esa actividad en el sistema?

—¿Y si no fue un aneurisma? —murmuró Valeria, chasqueando los dedos, molesta—. ¿Y si todo esto fue más… planificado?

Guardó el archivo y cerró la computadora justo cuando su beeper vibró. Clara estaba despierta.

En cuanto entró en la habitación, la pequeña la miró con ojos soñolientos pero curiosos. La conexión entre ellas había crecido en silencio, alimentada por la sinceridad seca de Valeria y la intuición sensible de Clara.

—¿El sol salió? —preguntó la niña con voz ronca.

—Depende. ¿Tienes hambre o quieres seguir durmiendo?

—Hambre —contestó sin dudar—. Tu lo das.

Valeria sonrió y se sentó junto a la cama.

—¿Quieres que yo te dé el desayuno?. Clara asintió. Negociadora desde la cuna. Vas a romper más corazones que tu padre.

—¿ papá lindo? —preguntó con toda la inocencia del mundo.

Valeria parpadeó. Su sarcasmo se congeló en el aire.

—Es… si, lindo.

Valeria le acarició la cabeza con suavidad.

—A veces las cosas más importantes no son fáciles de explicar. Pero eso no significa que no sean reales.

Clara la observó unos segundos y luego, como si fuera lo más natural del mundo, murmuró:

—Te Quiero. Doctora buena.

Valeria tragó saliva. Su garganta apretada fue respuesta suficiente.

—Gracias princesa hermosa.

En otra parte de Madrid, Luciana se vestía para una reunión con los inversores de la fundación en la que trabajaba. Cada botón, cada joya, cada mechón perfectamente peinado eran parte de una coreografía que llevaba años perfeccionando.

—Siempre tan perfecta… —susurró al espejo, sonriendo sin alegría—. La hermana buena. La tía abnegada. La mujer que jamás falló.

Pero la sombra del correo electrónico que había abierto hacía apenas unas horas no se despegaba de su mente. No sabía que alguien más podía ver los registros. Había sido cuidadosa. Meticulosa. ¿O no tanto?

Tomó su móvil y marcó.

—Hola, Francisco. ¿Sigues en seguridad informática? —su voz era suave como terciopelo—. Necesito un favor.

Ese mismo día, Thiago llegó al hospital con ojeras marcadas y un gesto de urgencia. Se dirigió directamente al despacho de Valeria.

—Tenemos que hablar.

—¿Hola, buenos días? —replicó ella sin alzar la vista de su agenda—. ¿Te suena ese saludo?

—Valeria, esto es serio.

Ella alzó una ceja y cerró el cuaderno.

—Soy toda sarcasmo. Digo, oídos.

Thiago se pasó la mano por la cara.

—Luciana está presionando para llevar a Clara a otro país. Dice que en Suiza hay una clínica con tecnología avanzada, que es mejor para el posoperatorio.

Valeria se quedó en silencio unos segundos.

—Eso no es una sugerencia médica. Es una maniobra de control. ¿Y tú?

—Yo… no quiero alejarla de ti. Ella ha mejorado mucho y se ha encariñado contigo.

La frase quedó suspendida en el aire como una bomba sin detonar.

Valeria se levantó despacio.

—Entonces tendrás que empezar a defender lo que quieres. Porque Luciana no va a detenerse hasta que te sientas tan solo como el día que murió tu esposa. Y esta vez, no solo estarás perdiendo a Clara.

Thiago no contestó. Pero la mirada que le lanzó fue intensa, cargada de rabia … y miedo.

Esa noche, Valeria recibió un sobre sin remitente. Dentro, una hoja impresa con una sola frase:

“Cuidado con lo que buscas. Algunos secretos se pudren mejor bajo tierra.”

Y justo debajo, una imagen: una captura de pantalla de su historial de navegación. Una amenaza clara.

Valeria respiró hondo, después rió con ironía y murmuró:

—Querida Luciana, acabas de elegir a la persona equivocada para intimidar.

Valeria entró a la habitación de Clara y encontró a la niña jugando con sus peluches. Al verla, sonrió y gritó:

—¡Mami Vale!

Y en el pasillo, sin que ninguna de las dos lo notara, Thiago lo escuchó todo.

Su mundo tembló.

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