El pasillo estaba empapado en sangre y gritos. Thiago se retorcía en el suelo, los labios ya amoratados, el pecho subiendo con un esfuerzo doloroso. Valeria, con Mateo pegado a un costado, presionaba la herida con la otra mano, como si de ello dependiera todo el universo.
—¡Resiste, mi amor! —le rogaba, con lágrimas corriendo por su rostro—. ¡No me dejes ahora, no puedes!
Thiago apenas podía responder. Su mirada buscaba la de ella, cargada de dolor y amor a partes iguales, antes de volver a cerrarse por segundos que parecían eternidades.
—¡Necesito una camilla ya! —gritó Andújar a los agentes.
Dos hombres llegaron corriendo, arrastrando un equipo médico improvisado. Novak, tambaleándose con la herida aún en el costado, se acercó y se arrodilló junto a Valeria.
—Déjame ayudar —dijo, apretando la herida con una gasa estéril—. La bala entró cerca del corazón, pero no parece haber salido. Hay que estabilizarlo antes de moverlo o no llegará a la ambulancia.
—¡Haz lo que tengas que hacer, p