—¿Estás segura de que quieres ir sola? —preguntó Emily desde el teléfono mientras Valeria acomodaba su bata frente al espejo del vestidor de médicos. Su reflejo mostraba seguridad, pero el nudo en su estómago contaba otra historia.
—Sí —respondió, en voz baja pero firme—. No tengo nada que ocultar. No hice nada malo.
El hospital entero parecía estar en pausa. Como si todos supieran lo que se jugaría en esa sala. El caso de Clara Moretti, la hija de un empresario poderoso, y la decisión quirúrgica tomada por una cirujana joven, brillante… pero recién llegada. El comité médico no evaluaba solo un procedimiento. Evaluaba su capacidad de juicio. Su osadía. Y, probablemente, su lugar en ese hospital.
Mientras caminaba por los pasillos, escuchaba sus propios pasos como un metrónomo que marcaba el ritmo de su respiración. Al fondo, dos médicos cuchicheaban al verla pasar. No era paranoia. Había oído su nombre demasiadas veces en los últimos días.
Y, aunque aún no lo sabía, alguien se encargó