El pitido se estiró como una cuerda tensa… y no se rompió.
En la pantalla, una línea volvió a un ritmo terco, obstinado, como si el corazón de Thiago se aferrara al mundo con uñas invisibles.
Valeria no respiró hasta que el médico dijo en voz baja:
—Se estabiliza.
En ese momento soltó el aire que no había notado que retenía, y cerró los ojos un segundo haciendo una plegaria de agradecimiento silenciosa, mientras Mateo seguía dormido en su pecho. No había descansado en días, pero esa palabra—se estabiliza—le devolvió algo que había olvidado: la noción de mañana. Le besó la frente a Thiago, fría aún, y susurró:
—Vuelve conmigo. Mateo te espera. Clara te espera. Yo… también.
Las horas siguientes fueron un goteo de luz. Cambiaron suero, ajustaron sedación, colocaron una manta térmica. Cuando el hígado permitió bajar la medicación, Thiago movió los dedos debajo de la sábana. El médico se adelantó, levantó un párpado. Valeria se puso de pie sin darse cuenta.
—Thiago —dijo, con la voz hecha