El silbido metálico de la bala se estrelló contra la carne. El eco del disparo aún resonaba cuando Thiago se arqueó hacia atrás, el impacto rozando su corazón. El aire se escapó de sus pulmones en un jadeo roto, como si el mundo entero se hubiese desplomado sobre su pecho.
—¡NOOOOO! —el grito brotó doble, desgarrador, desde dos gargantas opuestas.
Valeria lo soltó con un sollozo ahogado, apretando a Mateo contra su costado para que no cayera al suelo. Luciana, en cambio, extendió la mano hacia adelante, con los ojos desorbitados. La escena no era lo que había imaginado: ella quería borrar a Valeria del mapa, no destruir al hombre que era la raíz de su obsesión.
Thiago cayó de rodillas. La sangre comenzó a empapar su camisa, un rojo oscuro que se extendía como una mancha viva. Su mirada buscó a Valeria con desesperación, como si quisiera tatuarse sus ojos antes de que la oscuridad lo reclamara.
—¡Thiago! —Valeria se inclinó hacia él, el niño en un brazo, y con la mano libre presionó la