El fogonazo iluminó la locura en el rostro de Luciana. El casquillo cayó al suelo con un tintineo seco, y el disparo retumbó en los muros como un trueno imposible de contener.
Por un instante, el tiempo dejó de avanzar.
La bala había abandonado el cañón, cortando el aire con un silbido que nadie alcanzó a escuchar en su justa velocidad. El mundo se fragmentó en escenas dispersas, como si cada alma presente hubiese quedado atrapada en una fotografía.
Thiago
Vio el fogonazo antes de escuchar el trueno. Su cuerpo reaccionó antes que su mente: se lanzó hacia adelante, los ojos fijos en Valeria y en el pequeño Mateo. La distancia era maldita, demasiado corta. Sabía que no llegaría a tiempo.
Un grito ardía en su garganta, pero no salió. Solo una frase le rebotaba en la cabeza con la fuerza de una plegaria desesperada:
“No otra vez. No voy a perderlo otra vez.”
Valeria
El llanto del bebé retumbó en sus brazos como un latido descompuesto. Instintivamente, lo apretó contra su pecho, cerrando e