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Capítulo 3 – “No necesito que me cuide, gracias”

Madrid. Hospital Reina Sofía. Unidad de Cuidados Intensivos Pediátricos. 07:14 a.m.

Thiago no había dormido.

No podía.

La imagen de su hija conectada a monitores, tubos y sensores le había perforado el alma. Cada pitido del monitor era una puñalada en el pecho. Cada movimiento del personal médico, un disparo de adrenalina.

Había intentado sentarse. Caminar. Tomar café.

Pero ninguna de esas cosas le devolvía el control.

Él, que dirigía empresas, firmaba acuerdos multimillonarios, ordenaba y todo se cumplía… ahora estaba reducido a un hombre que solo podía esperar. Y odiaba esperar. Más aún, odiaba no poder protegerla.

Su hija, su Clara.

Lo único que le quedaba.

—Señor Moretti —dijo una enfermera al pasar—. La doctora Ríos revisará a Clara en unos minutos. Puede esperarla aquí si lo desea.

Thiago asintió. No porque quisiera. Sino porque no podía moverse más allá del pasillo contiguo. Estaba varado entre el miedo y la rabia.

Y entonces, Valeria apareció.

Sin bata quirúrgica. Sin gorro. Sin bisturí.

Con una coleta alta, una carpeta en una mano y un vaso gigante de café en la otra.

Se detuvo frente a él como si no llevara casi 18 horas despierta.

—Buenas noticias. —Alzó la ceja con su habitual tono burlón—. La paciente sigue viva. Milagrosamente, incluso con una familia tan… intensa.

Thiago la fulminó con la mirada.

—¿Eso es un intento de humor?

—No. Eso fue humor. Usted debería intentarlo alguna vez.

—No estoy de humor, doctora.

—Ya lo veo. Por suerte, yo sí. —Pasó de largo, como si nada, empujando con el codo la puerta hacia la unidad.

Thiago la siguió, sin pedir permiso. Ella ni se molestó en detenerlo.

Clara estaba allí. Intubada, pero estable. Los signos vitales eran regulares. La temperatura, dentro de rango. Las pupilas reaccionaban. Todo era… prometedor.

Y aun así, Thiago solo podía verla como la niña frágil que había nacido prematura, que había perdido a su madre antes de aprender a hablar y que ahora yacía inconsciente, librando una batalla más.

Valeria revisó la carpeta. Luego el monitor. Tocó el pecho de la pequeña con suavidad y colocó el estetoscopio.

—¿Qué significa eso? —preguntó Thiago, acercándose con el ceño fruncido.

—Significa que sus pulmones están funcionando sin edema, su corazón no muestra rechazo y su ritmo es estable. ¿Quiere traducido?

—Sí.

—Que vamos bien. Muy bien, de hecho.

Por primera vez en horas, Thiago respiró hondo.

—Gracias.

Valeria lo miró de reojo, como si no estuviera segura de si había oído bien.

—¿Qué dijo?

—Gracias. Por lo que está haciendo.

Ella se encogió de hombros.

—Lo hago por Clara. No por usted.

—Lo sé. Pero igual… gracias.

Un silencio extraño flotó entre ellos. Incómodo y eléctrico a la vez.

—¿Cuánto tiempo seguirá así? —preguntó él.

—Doce horas más en UCI. Luego, si todo sigue igual, pasará a una habitación regular. Aunque va a necesitar observación cardiológica por tiempo prolongado.

—¿Y usted será la encargada?

—Soy la mejor. ¿Va a discutir eso también?

Thiago la miró con una intensidad que descolocó incluso a Valeria. Algo en él no encajaba con su fachada fría. Algo… dolido.

—No estoy acostumbrado a que me hablen así.

—Yo tampoco estoy acostumbrada a lidiar con hombres que creen que pueden comprar autoridad con una mirada.

—No estoy comprando nada, doctora.

—Entonces siéntese, respire y deje de parecer un guardaespaldas con problemas de ira. Su hija está viva. No gracias a usted. Gracias a mí. Así que si va a quedarse aquí, hágalo sin interrumpir.

Valeria se volvió hacia la puerta, pero no llegó a salir. El sonido seco de un sollozo la detuvo.

No de Thiago.

De Clara.

Apenas un gemido, ronco, minúsculo… pero inconfundible.

Ambos giraron al mismo tiempo. Thiago corrió hacia la camilla, pero Valeria fue más rápida. Ya estaba allí, revisando monitores, ajustando el suero, y llamando a una enfermera con tono urgente.

—¿Qué pasa? —Thiago la tomó del brazo.

—Está despertando.

—¿Eso es bueno?

—Sí… pero depende de cómo reaccione. Necesitamos saber si puede respirar por sí sola.

—¿Y si no puede?

—¡Entonces me hará romper otro récord quirúrgico! —lanzó con sarcasmo mientras la enfermera entraba.

El corazón de Thiago se desbocó cuando Clara abrió lentamente los ojos.

Lentos, pesados… pero vivos.

—Clara —susurró él, tomando su mano.

—Papá… —balbuceó ella, apenas audible.

El aire volvió al pecho de Thiago con una fuerza que casi lo derriba.

—Tranquila, mi amor. Estoy aquí.

Valeria lo observó. Sin decir nada. Sin interrumpir.

Solo se limitó a sonreír, por primera vez, sin sarcasmo.

Pero claro… eso duró poco.

—Tiene permiso para estar 10 minutos. Luego me la lleva a recuperación como lo manda el protocolo, Moretti.

Él la miró, aún arrodillado junto a la camilla.

—Gracias, doctora Ríos.

—No se acostumbre. —Giró hacia la enfermera—. Y si vuelve a tratarme como si fuera su secretaria… lo saco a patadas.

—Doctora Ríos —la interrumpió Thiago con una media sonrisa—. ¿Usted siempre es así?

—¿Insoportable?

—Sarcastic—

—Insoportablemente brillante. Lo sé.

Horas después, Valeria revisaba de nuevo los monitores desde su despacho. Una vez más, esa anomalía mínima en el trazado aparecía y desaparecía. No era constante, ni alarmante… pero era un mensaje. Un susurro eléctrico que decía: algo no encaja.

Y Valeria Ríos odiaba no entender algo.

—¿Qué te estás guardando, Clara? —susurró mientras la pantalla parpadeaba una vez más.

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