Mundo de ficçãoIniciar sessãoCuatro años atrás, Noah Winchester perdió a su hermano y a su cuñada en un accidente que lo marcó para siempre. Desde entonces, su vida se volvió una rutina de trabajo, silencios y responsabilidades. Como CEO de una de las empresas más importantes del país, se juró no volver a mostrar debilidad. Su único motivo para sonreír es Fred, su pequeño sobrino, al que cuida como si fuera su propio hijo. En otro punto de la ciudad, Denisse White intenta levantarse después de que un rumor destruyera su carrera como maestra. Humillada y señalada, lucha cada día por encontrar un nuevo empleo sin perder la fe en sí misma. Lo que nunca imaginó fue que su destino cambiaría la noche que ayudó a un niño perdido en un hospital… un niño de ojos dulces y cabello rizado que resultó ser el sobrino del CEO más temido y reservado del país. Un malentendido, una segunda oportunidad y una conexión que ninguno vio venir los unirán en una historia donde el amor surge entre la ternura, el odio y el dolor del pasado. ¿Podrá Denisse enseñarle a Noah que el corazón no se gobierna con contratos ni reglas? ¿O el miedo de él a volver a perder lo que ama terminará alejándolos para siempre?
Ler maisEl amanecer llegó con un aire frío y cansado. Las calles de la ciudad parecían arrastrar el mismo desánimo que Denisse White llevaba en los hombros. Caminaba sin rumbo fijo, con una carpeta contra el pecho, un par de hojas de vida dobladas en su interior y la esperanza arrugada como el papel.
Había salido temprano con la promesa silenciosa de conseguir un empleo, cualquier empleo, aunque fuese el último disponible en toda la ciudad. Pero a medida que avanzaba el día, cada entrevista terminaba en la misma sonrisa cortés, el mismo “lo lamentamos, ya no estamos contratando”.
Mentiras piadosas que dolían más que un rechazo abierto.
Los escaparates reflejaban su rostro cansado, el cabello recogido con prisa y el abrigo que ya no abrigaba lo suficiente.
Había sido maestra. Y buena, además. Hasta que un error tan cruel arruinó su carrera, su reputación y todo lo que había construido con esfuerzo.
—Deberías olvidarlo―, le había dicho Charlotte, su mejor amiga, semanas atrás. Pero ¿cómo se olvida una mancha que todo el mundo insiste en recordar?
Denisse dobló la esquina de la avenida principal y decidió que esa sería la última parada del día. Entró en una pequeña guardería con paredes color menta y un cartel que decía “Se busca auxiliar”.
Una mujer de mediana edad la atendió tras el mostrador, con una sonrisa amable que se desvaneció apenas vio el nombre en su hoja de vida.
—Lo siento —murmuró—. El puesto acaba de cubrirse.
Denisse asintió, fingiendo que lo entendía.
—Claro. Gracias de todos modos.
Salió con la vista baja, sintiendo que el aire se volvía más pesado. Eran casi las seis de la tarde cuando tomó el autobús de regreso a su barrio. A través del cristal empañado, las luces de la ciudad se difuminaban en colores tristes.
Su teléfono vibró. Un mensaje nuevo.
Número desconocido.
“Nunca tendrás un empleo. De eso me encargo yo.”
El corazón le dio un vuelco. No necesitaba adivinar quién lo enviaba. Esa amenaza silenciosa llevaba la marca de la esposa del hombre que había destruido su vida: la supervisora del colegio, la misma que había preferido proteger a su marido infiel y culpar a la maestra más joven y vulnerable.
Denisse bloqueó el número con manos temblorosas y guardó el teléfono. Intentó convencerse de que no importaba, que solo eran palabras, pero el miedo tenía una forma extraña de quedarse atascado en el pecho.
Cuando llegó a su edificio, subió las escaleras hasta el tercer piso. Su apartamento era pequeño, apenas dos habitaciones, un sofá gastado y una ventana que daba a la calle. Dejó la carpeta sobre la mesa y se dejó caer en la silla.
Encendió la laptop, aunque sabía que el resultado sería el mismo: correos de facturas vencidas, recordatorios de pago, notificaciones del banco.
—Genial —murmuró con ironía—. Otro mes glorioso.
El sonido del timbre de su celular la hizo sobresaltarse. Miró el celular. Era Charlotte.
—¿Dónde estás? —fue lo primero que escuchó al contestar.
—En casa. Caminé medio país buscando trabajo y todo para nada —respondió con voz cansada.
—Ya te lo dije, ven conmigo a la oficina. Necesito a alguien que me ayude con los planos, aunque sea archivando cosas.
Denisse soltó una pequeña risa sin alegría.
—¿Y qué haría yo en un estudio de arquitectura? Apenas sé diferenciar una columna de una viga.
—No importa, te entreno. Lo importante es que no te quedes sin hacer nada. No dejes que esa gente te gane.
Denisse apoyó el mentón en la mano, mirando la pantalla vacía.
—Charlotte, no quiero rendirme, pero siento que todo lo que hago se vuelve contra mí.
—Entonces haz algo diferente. Busca fuera de tu zona. No sabes dónde puede estar tu oportunidad.
Hubo un silencio al otro lado, seguido de un tono más suave.
—Denisse… no dejes que ellos te definan. No eres la historia que crearon. Tú no sabías nada
Ella sonrió débilmente.
—Gracias. Te llamo mañana, ¿sí?
—Prometido. Y come algo decente, no café recalentado otra vez.
—Lo intentaré.
Colgó.
La noche cayó con lentitud. Afuera, el ruido del tráfico se mezclaba con la lluvia fina que comenzaba a caer. Denisse se sirvió una sopa instantánea y comió frente a la ventana, viendo cómo las gotas trazaban líneas sobre el vidrio.
Se durmió con el abrigo puesto, como si así pudiera evitar que el mundo se colara en sus sueños.
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El sol del día siguiente llegó tímido, filtrándose entre las cortinas. Denisse se vistió sin entusiasmo, se recogió el cabello y salió con la misma carpeta de siempre.
No tenía un destino fijo, solo la necesidad de seguir buscando.
Las calles ya bullían de vida: vendedores ambulantes, madres apuradas, autos que tocaban el claxon sin paciencia. El aire olía a pan recién hecho.
A dos cuadras del parque central, un sonido agudo la sacó de sus pensamientos: un niño llorando.
Al principio no le dio importancia —era común escuchar berrinches a esa hora—, pero algo en aquel llanto tenía un tono distinto, un grito de miedo más que de capricho.
Giró la cabeza y lo vio.
Un niño pequeño, de cabello rizado, luchaba por soltarse del agarre de dos hombres que lo arrastraban hacia una furgoneta gris estacionada junto a la acera.
Denisse se detuvo un instante. Nadie más parecía haberlo notado.
Su corazón se aceleró.
—¡Oigan! —gritó, corriendo hacia ellos.
Los hombres se voltearon, sorprendidos. El más alto masculló una maldición y apuró el paso.
El niño pataleaba, gritando palabras ininteligibles.
Denisse no pensó. Solo actuó. Corrió y se aferró al brazo del pequeño, tirando con todas sus fuerzas.
—¡Déjenlo en paz! —exclamó.
El forcejeo duró apenas segundos, pero se sintió eterno. Uno de los hombres la empujó con violencia; Denisse cayó al suelo, raspándose las manos. Aun así, se levantó.
—¡Ayuda! ¡Alguien llame a la policía!
El niño gritó con más fuerza. La puerta de la furgoneta se abrió y una mano la sujetó por el brazo. Un olor químico, fuerte y penetrante, la envolvió.
El mundo se volvió difuso. Lo último que vio fue el rostro asustado del niño antes de que todo se apagase.
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Cuando despertó, todo estaba oscuro. Su cabeza palpitaba y el aire tenía un sabor metálico. Intentó moverse, pero sus muñecas estaban atadas con una cuerda. El vehículo vibraba bajo sus pies.
Un sollozo suave la hizo girar. A su lado, el niño estaba sentado, con las mejillas húmedas.
—¿Estás bien? —preguntó ella, apenas con voz.
El pequeño asintió temblando.
—Tengo miedo.
—Tranquilo —susurró Denisse, intentando mantener la calma—. No te van a hacer daño, ¿de acuerdo? Vamos a salir de esta.
—Me llamo Fred —dijo el niño, secándose los ojos con el dorso de la mano—. Iba a casa de mi tío.
Denisse sintió un nudo en el estómago.
—¿Tu tío? ¿Cómo se llama?
—Noah Winchester.
El nombre resonó como una campana.
¿Ese Winchester? El magnate de las tiendas de moda más famosas del continente que aparecía en los noticieros, el hombre al que todos describían como frío, brillante y completamente inaccesible.
Ahora entendía por qué habían secuestrado al niño. Y ella estaba en medio de un asunto que no comprendía.
Denisse tragó saliva y miró alrededor. Por la rendija de la puerta se filtraba un hilo de luz. El motor zumbaba y el paisaje pasaba rápido. No podía saber adónde iban.
Los minutos se convirtieron en horas.
El niño comenzó a adormecerse de puro agotamiento. Denisse aprovechó para tantear el suelo con las manos atadas. Sus dedos rozaron algo filoso: un clavo suelto del piso del camión.
Con paciencia, empezó a frotar la cuerda contra él, sintiendo cómo se debilitaba. El camión se detuvo de repente.
—Muévete —ordenó una voz al otro lado.
La puerta se abrió, y el aire frío entró como una bofetada. Uno de los hombres bajó primero, luego el otro. Denisse y Fred fueron empujados fuera.
Estaban en un lugar apartado, un descampado rodeado de árboles. Una construcción vieja se erguía al fondo: un granero abandonado.
El hombre del teléfono hizo una llamada, murmurando algo sobre “entregar el mensaje” y “esperar instrucciones”.
Denisse fingió sumisión, pero observaba cada detalle: el camino de entrada, las sombras, la distancia hasta el bosque. Aprovechó cuando el guardia giró para revisar su celular. Se inclinó hacia Fred.
—Cuando te diga ahora, corres. ¿Entendido?
El niño asintió.
El hombre encendió un cigarrillo. Denisse contó hasta tres en silencio y susurró:
—Ahora.
Empujó a Fred hacia el claro. El pequeño echó a correr con todas sus fuerzas. Denisse lo siguió, pero el grito del guardia resonó detrás de ellos.
—¡Oigan! ¡Vuelvan aquí!
El corazón de Denisse latía tan fuerte que apenas podía oír otra cosa. Sintió cómo una mano la sujetaba del abrigo. Cayó al suelo. El polvo se levantó, cegándola.
—¡El niño! —vociferó uno de los hombres.
Fred desapareció entre los árboles. Denisse sonrió entre jadeos.
—Corre, pequeño… corre.
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A kilómetros de distancia, en una oficina de vidrio con vista al horizonte, Noah Winchester observaba el reloj con impaciencia.
El vuelo de su sobrino debía haber aterrizado hacía una hora, y el chofer ya debería haberlo traído de regreso a casa.
El teléfono sonó.
—¿Sí? ―La voz del asistente temblaba.
—Señor Winchester… hubo un incidente. Noah se enderezó.
—¿Qué tipo de incidente?
—El vehículo del señor Alan fue encontrado abandonado a las afueras de la ciudad. El niño no estaba dentro.
El mundo pareció detenerse.
—¿Cómo que no estaba dentro?
—Hay más. Tenemos una grabación de seguridad.
El asistente envió la imagen.
En la pantalla, capturada desde una cámara callejera, se veía al niño forcejeando con dos hombres. Una mujer corría hacia ellos. Luego, la misma mujer subía a la furgoneta con el niño.
Noah amplió la imagen. El rostro era joven, el cabello oscuro, la expresión decidida.
—¿Quién es ella? —preguntó con la voz contenida.
—Aún no lo sabemos, señor. Pero la policía cree que es una cómplice.
Noah cerró los ojos un segundo. El pulso le golpeaba las sienes.
—Encuéntrenla. A toda costa.
Colgó sin esperar respuesta. Su mirada volvió a la imagen borrosa de la mujer.
No sabía quién era, pero en aquel instante juró que, si algo le pasaba a Fred, ella pagaría el precio.
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Mientras tanto, en el bosque, Denisse caminaba con dificultad. Tenía un corte en la frente y las manos adoloridas, pero lo único que le importaba era encontrar al niño. Llamó su nombre varias veces hasta que una respuesta débil la hizo girar.
Fred estaba acurrucado detrás de un árbol, temblando. Corrió hacia él y lo abrazó.
—Tranquilo. Ya pasó.
—¿Nos van a encontrar? —preguntó él con voz pequeña.
Denisse miró el cielo, que comenzaba a oscurecerse.
—Sí. Pero primero tenemos que seguir caminando. No podemos quedarnos aquí.
El niño asintió, confiando en ella sin pensarlo. Y en ese instante, Denisse comprendió que, aunque no sabía cómo había terminado envuelta en aquel caos, haría lo que fuera necesario para protegerlo.
Por primera vez en mucho tiempo, tenía un propósito. Uno que valía más que su miedo, su reputación o su pasado.
Y en algún lugar de la ciudad, un hombre poderoso buscaba venganza contra la única persona que estaba salvando lo que más amaba.
Denisse entró al edificio Winchester con la espalda recta, los tacones firmes y la convicción de una mujer que había construido su propio imperio desde cero. Atrás quedaba la joven frágil que había huido asustada dos años antes. La mujer que caminaba ahora poseía un nombre que sonaba en medios, en educación y en moda infantil:Denny Hult.Su marca. Su renacimiento. Su venganza elegante.Y también… su escudo.Sabía que la empresa Winchester llevaba meses insistiendo en una colaboración. Sabía que Noah no era el tipo de hombre que pedía algo dos veces. Sabía que los productos infantiles necesitaban una marca consolidada como la suya para expandirse en el mercado internacional.Pero también sabía que ver a Noah sería una prueba de fuego.Cuando la secretaria la recibió con una sonrisa tensa, Denisse ya intuía que algo no iba a gustar.—La están esperando en la Sala Ejecutiva 4, señorita Hult —dijo con voz nerviosa.Ella asintió y avanzó sin titubear. Cuando abrió la puerta, el mundo se l
William casi no necesitó decir nada. Con solo colocar la mano en la cintura de Denisse y deslizar su saco sobre sus hombros, fue suficiente para que la multitud comprendiera que la noche había terminado para ellos. Los fotógrafos se apartaron, los murmullos siguieron sus pasos como ecos y Noah sintió que su cuerpo entero se tensaba cuando vio al abogado guiarla hacia la salida.Intentó ir tras ellos.—William —llamó, con la voz grave y cargada de un enojo que no logró disimular.El abogado se detuvo apenas un segundo, lo suficiente para voltear y verlo a los ojos. Noah avanzó hacia ellos, la mandíbula apretada, la respiración acelerada.Quería hablar. Exigir explicaciones. Saber dónde demonios había estado Denisse. Por qué estaba con él. Por qué se veía tan… ajena.Pero William lo frenó levantando ligeramente una mano.—No ahora —dijo en voz baja, con cortesía firme—. Este no es el lugar, Noah.Los ojos de Noah ardían.—Necesito hablar con ella.William negó suavemente.—Está en una r
Habían pasado dos años desde que Denisse White desapareció antes del amanecer, dejando atrás una casa silenciosa, un compromiso roto y un hombre que nunca admitiría cuánto la había esperado. Noah Winchester aprendió a seguir adelante, no porque quisiera, sino porque no le quedó otra opción. Su madre, Margaret, había enfermado en los últimos meses, y la fragilidad creciente de la mujer lo empujaba una y otra vez a aceptar decisiones que antes habría rechazado sin pensarlo. Entre ellas, su compromiso con Helena Blake, su amiga de la infancia, la hija perfecta para la esposa perfecta que su madre deseaba ver a su lado antes de que fuera demasiado tarde.Esa mañana, mientras la luz gris filtrada por las ventanas del hospital iluminaba el rostro cansado de Margaret, Noah sintió que la respiración se le detenía cuando ella apretó su mano.—No quiero irme sin verte casado, hijo —susurró con una ternura que lo atravesó—. Helena te cuidará. Lo sé.Él bajó la mirada, incapaz de contradecirla. L
Noah había pasado la noche entera sin dormir. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de Denisse llorando en sus brazos lo perseguía… acompañada del eco venenoso de las palabras de su madre y de Helena.El amanecer llegó sin ofrecer respuestas. A las ocho en punto, recibió un mensaje que no esperaba.Helena: “Necesito hablar contigo. Es urgente.”Noah quiso ignorarlo. Debería ignorarlo. Pero algo en él estaba demasiado roto como para tomar decisiones inteligentes. Así que condujo hasta el pequeño café donde ella lo esperaba.Cuando entró, Helena se levantó con una sonrisa suave, la misma sonrisa dulce que usaba desde niños.—Noah —saludó—. Gracias por venir.Él no respondió. Solo tomó asiento, serio, distante.Helena no tardó en ir al punto.—Me imagino que ya viste algo… ¿extraño… sobre la señorita White?La mandíbula de Noah se tensó.—No digas su nombre con ese tono —advirtió, frío.Helena suspiró, como si fuera víctima de una gran injusticia.—Noah, por favor… entenderás que soy
La mañana después de la salida al pub fue una calma engañosa. La mansión Winchester amaneció tranquila, como si nada hubiera ocurrido. Noah descansaba aún con la resaca de la noche anterior; Denisse, por su parte, intentaba actuar con normalidad mientras ayudaba a Fred con su desayuno. Charlotte —quien se quedó a dormir— le guiñó un ojo divertido desde la cocina, ignorando el remolino interno de su amiga.Pero esa tranquilidad no estaba destinada a durar.En el ala oeste de la mansión, Margaret Winchester revisaba documentos en su oficina privada. O al menos lo intentaba. Sus manos temblaban desde la noche anterior, cuando aquel sobre anónimo llegó hasta sus dedos. La fotografía del accidente. El informe. La silueta borrosa de una mujer bajo la lluvia.Una mujer que se parecía demasiado a Denisse.Margaret había pasado horas observando esa imagen y preguntándose si su intuición materna fallaba por primera vez en décadas.A las diez de la mañana, un golpe firme en la puerta la sacó de
El pub más famoso de Vermont estaba lleno, ruidoso, vibrante. Desde afuera se escuchaban risas fuertes, vasos chocando y música viva.Charlotte sonrió.—Ay, qué lindo ambiente… ¡Necesito esto! Los contratistas ya me tienen harta. ―Denisse sonrió, pero, apenas entraron, Denisse se congeló.Porque allí, en una mesa vip, estaban Noah, Seth e Ian.—¿Qué demonios…? —susurró Denisse—. ¿Por qué están ellos aquí?Charlotte escaneó la mesa y soltó un silbido.—¿Ese rubio de ojos verdes es muy atractivo! … POR FAVOR, preséntamelo.Denisse casi se ahoga.—Charlotte…Pero ya era tarde. Seth Benavent los había visto.Y sonrió. Y se levantó. Y caminó hacia ellas con el tipo de andar que solo tienen los hombres que saben que son atractivos, ricos y peligrosamente encantadores.—Bueno, bueno… ¿y esta belleza? —dijo mirándose directamente a los ojos de Charlotte.Ella casi deja caer su bolso.—Yo… eh… hola —respondió, sonrojada, pero manteniendo la compostura.Denisse se cubrió la cara. Seth era un pr
Último capítulo