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Capítulo 3: Entre la duda y la herida

Las luces blancas del interrogatorio reflejaban el cansancio en su rostro. Denisse llevaba más de una hora sentada frente a dos oficiales que le repetían las mismas preguntas con diferentes palabras.

El aire olía a desinfectante y a tensión. En la pared, una cámara grababa cada movimiento, cada respiro.

—Señorita White —repitió el inspector—, por última vez: ¿cómo llegó hasta el lugar del secuestro?

Denisse cerró los ojos un instante, intentando no perder la calma.

—Ya se lo dije. Caminaba por la calle, escuché que un niño gritaba y… fui a ayudar.

—¿Y dice que no conocía a los hombres?

—No. No los había visto nunca.

El inspector revisó sus notas y soltó un suspiro exasperado.

—¿Y por qué cree que la tomaron a usted también?

—Porque me metí donde no debía. —Su voz salió quebrada, pero firme—. Si no lo hubiera hecho, ese niño no estaría vivo.

El otro agente, más joven, la miró con cierta compasión.

—Dice que el niño se llama Fred, ¿verdad?

Denisse asintió.

—Fred Winchester.

El hombre mayor levantó la vista.

—¿Y cómo sabe su apellido?

Denisse parpadeó, confundida.

—Él me lo dijo. Hablaba de su tío Noah todo el tiempo.

El silencio se alargó unos segundos. El oficial mayor cerró su libreta.

—Eso es todo por ahora.

Denisse respiró con dificultad, aliviada. Cuando intentó ponerse de pie, un mareo la hizo tambalearse. Uno de los agentes alcanzó a sujetarla.

—¿Está bien?

Denisse llevó la mano al costado, donde una punzada aguda la obligó a encorvarse. Miró su blusa: una mancha rojiza se extendía lentamente. No lo había notado antes, pero tenía una herida en el abdomen, producto del forcejeo durante el secuestro.

—Creo… que necesito un médico —murmuró.

Y antes de que alguien pudiera responder, sus rodillas cedieron. El mundo giró. La luz blanca se volvió un remolino borroso. Y todo se apagó.

---

Cuando despertó, lo primero que sintió fue el olor del alcohol y el sonido monótono de una máquina midiendo su pulso. Estaba en una cama de hospital, con el brazo conectado a un suero y la habitación bañada por una luz grisácea.

Intentó incorporarse, pero el dolor en el abdomen la obligó a recostarse de nuevo. Un recuerdo nítido le atravesó la mente: el bosque, Fred, la policía, las esposas. Su garganta se cerró.

La puerta se abrió suavemente y una enfermera entró.

—Señorita White, no debería moverse —le dijo con voz amable—. Tiene una herida superficial, pero necesitaba sutura.

—¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?

—Unas cinco horas. La trajeron de la estación. Se desmayó en plena salida.

Denisse asintió en silencio.

—¿Y el niño? ¿Está bien?

—Sí, según escuché, su familia vino por él.

Un suspiro tembloroso escapó de sus labios.

Al menos Fred estaba a salvo.

Eso bastaba.

La enfermera le ofreció agua y salió. Por un instante, el silencio llenó la habitación. Denisse cerró los ojos, sintiendo el peso de todo lo que había pasado en tan poco tiempo.

Pensó en su vida, en los meses recientes, en el mensaje que había recibido antes de todo esto: “Nunca tendrás un empleo, de eso me encargo yo.”

A veces la vida parecía empeñada en recordarle que siempre había alguien dispuesto a aplastarla.

---

Mientras tanto, en otro piso del mismo hospital, Noah Winchester hablaba con Brandon, su asistente.

Su rostro seguía tenso, pero sus ojos mostraban un cansancio que empezaba a asomar entre la ira.

—¿Qué averiguaste? —preguntó.

Brandon revisó la carpeta en sus manos.

—La mujer se llama Denisse White, veintiséis años. Maestra titulada. Trabajaba en un colegio privado hasta hace unos meses.

—¿Por qué la despidieron?

—Rumores —respondió el asistente, bajando la voz—. Al parecer, alguien la acusó de coquetear con el esposo de una supervisora. El escándalo se esparció rápido.

Noah frunció el ceño.

—¿Rumores?

—Eso dicen los registros. No hay denuncia formal. Pero después de eso, nadie quiso contratarla. Está endeudada, con varios pagos pendientes. Su casera incluso amenazó con desalojarla.

El empresario se reclinó en la silla.

—Una mujer desesperada, sin trabajo y con mala reputación —resumió con frialdad—. No es difícil imaginar qué tan lejos podría llegar por dinero.

—¿Cree que fue cómplice?

Noah no respondió. Solo se levantó y miró por la ventana. Afuera, el cielo comenzaba a nublarse.

—No lo sé, Brandon. Pero algo no encaja.

---

Horas después, la puerta de la habitación de Denisse se abrió de nuevo. Una mujer de cabello castaño y sonrisa cálida entró con un ramo de flores pequeñas.

—¡Deni! —exclamó Charlotte, dejando el ramo sobre la mesa—. ¡Dios mío, cuando vi las noticias casi me muero!

Denisse sonrió débilmente.

—Supongo que esta no es la mejor manera de salir en televisión.

Charlotte se sentó junto a ella y le tomó la mano.

—¿Qué pasó, Deni?

Denisse resumió todo lo que recordaba: el niño, los hombres, el bosque, la policía. Charlotte la escuchó sin interrumpir, aunque su expresión se volvía más sombría con cada palabra.

—No puedo creer que piensen que tú… —sacudió la cabeza—. Siempre te metes donde no te llaman, pero no eres una criminal.

Denisse sonrió.

—Gracias por el voto de confianza.

—¿Y el niño?

—Está bien. Con su familia.

Charlotte suspiró y se puso de pie.

—Voy a hablar con un abogado. Esto tiene que aclararse.

—No quiero que te metas en problemas por mí.

—No es problema, Deni. Es lo correcto.

La abrazó con cuidado, evitando el área herida.

—Te llamaré mañana. No hagas tonterías, ¿de acuerdo?

Denisse asintió.

—Lo intentaré.

Cuando Charlotte salió, el silencio volvió a llenar la habitación. O al menos hasta que la puerta volvió a abrirse.

Esta vez, no era su amiga. Noah Winchester entró con paso firme, las manos en los bolsillos del abrigo oscuro y la mirada helada.

Denisse se tensó.

—¿Qué hace aquí?

Él se detuvo al pie de la cama.

—Vine a escucharte. Por última vez.

Ella arqueó una ceja.

—¿Escucharme o juzgarme?

—Depende de lo que digas.

Denisse lo miró directamente, sin bajar la vista.

—Ya lo he dicho todo. No tengo nada que ver con ese secuestro.

Noah cruzó los brazos.

—¿Y espera que le crea? Apareces de la nada, sin identificación, y terminas en medio de un crimen. No parece coincidencia.

—¿Y qué cree usted? ¿Que soy una actriz con un guion preparado?

Él no respondió, solo la observó.

Había algo en ella que lo desconcertaba: esa mezcla de fragilidad y valentía, de miedo y orgullo.

Denisse respiró hondo.

—Usted no sabe nada de mí, señor Winchester. Ni de mi vida, ni de lo que tuve que soportar. Me metí porque un niño gritaba pidiendo ayuda. Tal vez usted, con su dinero y su apellido, pueda ignorar cosas así. Pero yo no.

Las palabras le salieron más firmes de lo que imaginó. Por primera vez, no hablaba con miedo. Hablaba desde la dignidad.  Noah apretó la mandíbula.

—¿Sabe lo que está diciendo?

—Sí. Estoy diciendo que puede llevarme ante todos los jueces que quiera, porque no tengo nada que ocultar.

El silencio entre ambos era casi físico, denso.

El empresario la observó unos segundos más antes de dar un paso atrás.

—Ya veremos lo que dicen los tribunales —dijo finalmente, con frialdad—. Si es inocente, lo sabremos.

Dio media vuelta y salió sin mirar atrás. Denisse sintió un nudo en el pecho, pero no lloró. Había pasado demasiado tiempo dejándose romper. Esta vez, no lo haría.

---

En el pasillo, Brandon se acercó a Noah con el teléfono en la mano.

—Señor, acaba de llegar una pista. Los agentes revisaron las cámaras del área donde se encontró el vehículo.

—¿Y?

—Hay una grabación. Muestra el momento exacto en que la mujer y el niño fueron introducidos al auto. Ella intenta detener a los hombres.

Noah se detuvo en seco.

—¿Qué dijiste?

—Ella no estaba ayudando. Estaba resistiéndose.

El silencio cayó como una losa.  Noah miró hacia la habitación donde Denisse descansaba. Por primera vez en días, sintió algo parecido a vergüenza.

—Muestre el video —dijo finalmente.

Brandon le entregó el teléfono.  En la pantalla, la imagen era borrosa, pero clara: Denisse forcejeando con los hombres, intentando liberar al niño. Su rostro reflejaba miedo, no complicidad.

Noah bajó el dispositivo lentamente. El aire en sus pulmones pesaba más que nunca. Había juzgado mal. Terriblemente mal.

—¿Quiere que informe a la policía para liberarla de toda sospecha? —preguntó Brandon.

Noah se pasó una mano por el rostro.

—Sí. Y… —miró de nuevo la puerta—, asegúrate de que nadie la moleste esta noche.

Cuando Brandon se alejó, Noah se quedó solo en el pasillo. Apoyó la frente en la pared fría, cerrando los ojos.

Las palabras de Denisse resonaban en su mente como un eco persistente:

“Tal vez usted, con su dinero y su apellido, pueda ignorar cosas así. Pero yo no.”

Por primera vez en mucho tiempo, el hombre que siempre había tenido todas las respuestas se descubrió dudando de sí mismo.

Dentro de la habitación, Denisse observaba el techo blanco, sin saber que al otro lado de la puerta alguien comenzaba, por fin, a creerle.

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