El cielo de la ciudad amaneció encapotado, con nubes pesadas que parecían presagiar algo más que lluvia. El viento arrastraba hojas secas por el jardín del colegio, donde los niños corrían con mochilas coloridas y risas que se mezclaban con el sonido de las campanas.
Denisse sostenía la mano de Fred mientras caminaban hacia la entrada. El pequeño tarareaba una melodía alegre, completamente ajeno al temblor sutil que ella sentía en el pecho.
Había algo distinto en el aire. Tal vez era solo el cansancio o la tensión de convivir bajo el mismo techo que Noah Winchester.
O quizá era esa sensación extraña, casi instintiva, de que algo estaba a punto de suceder.
—¿Estás nervioso por tu primer día, Fred? —preguntó con una sonrisa.
—No. Quiero conocer a mis nuevos amigos —respondió él, apretándole la mano—. ¿Vendrás por mí después?
—Por supuesto. Estaré aquí antes de que suene la campana.
El niño asintió con entusiasmo y corrió hacia la puerta, saludando al guardia y a su maestra con un gesto